viernes, 6 de marzo de 2009

Letraherida (Original: "Letraherida", 28-06-2008)

Cuando tenía 3 años me aburría (y de qué manera) porque mis hermanas tenían que estudiar y yo no las podía interrumpir (ahora las comprendo, pobres), así que como nadie jugaba conmigo me dedicaba a trastear con los periódicos y a darles la paliza a los demás con mis continuos: "Qué pone aquí? Y aquí? Y aquí?". No tenía ni idea de lo que significaban las palabras, pero al menos tenía claro cómo se escribían.

A los 4, cuando empecé al cole, no me quedé tranquila hasta que me aprendí el abecedario y supe distinguir las letras de colores pegadas en las paredes, mientras el resto del mundo aspiraba a jugar a "El conejo no está aquí" (yo también, que conste, pero mi mente me exigía realizar dos tareas a la vez para sentirse útil).

A los 6 iba sin falta con Gabri y Bego a la biblioteca y me recorría la planta de préstamo de adultos correteando tras ellas. Hasta que mis hermanas se plantaron: estaban hartas del pacto de los libros (pacto = 3 libros de Danielle Steel para ellas + 1 de Mafalda para la enana), así que a mis padres no les quedó otra que hacerme socia a mí también para que yo pudiera coger los libros que quisiera y mis hermanas pudieran seguir viciando a la Romántica tranquilas.

Y a los 8 llegó el grande, el best-seller. Llamada de urgencia de la profesora a mi padre (lo cual no era difícil estando en el mismo edificio) tras corregir los deberes de ese día: escribir un cuento. Después de 20 redacciones sobre cómo María iba a saltar a la comba y se caía y lloraba, "Carla, ponte de pie y lee el tuyo". Y allí salió a la luz mi buena amiga Fontaneda: una galleta que encontraba un hueso de perro en el jardín y, creyéndose dueña de un tesoro del paleozoico superior, corría con su compañera Marbú hasta el museo, donde se llevaba el chasco de su vida. Ese día quedó claro que ya estaba tocada de la cabeza desde mi más tierna infancia. Eso sí, en mi casa por poco no enmarcan el folio lleno de letras donde se veía a Fontaneda sonriente sobre el césped.

Ese verano lo primero que hice fue comprarme un cuaderno, que pronto se inundó de historias de la playa y de duendes escondidos en el Peñón de Gibraltar (es lo que tenía enfrente mientras escribía, qué queréis...)

Con 11, mi plan semanal era el siguiente: saca 4 libros de la biblioteca el lunes, lee uno por día, devuélvelos el viernes, saca otros cuatro y lee dos el sábado y dos el domingo. El lunes vuelves a por más. Hasta que, un año después, el bibliotecario me miró y me dijo: "¿Te cambio el carnet por el de adultos?" Vale. Me pareció buena idea.

Siguieron unos años de muchas ideas burbujeantes aglomerándose en mi cabeza, luchando por salir, pero sin encontrar la vía de escape. Hasta que con 17 llegó "Claudia". La única novela que he logrado terminar hasta la fecha, "que sí, que sí, que ya sé que a tod@s os parece muy bonita pero nadie me da un duro por ella". La releo a día de hoy y me entra la risa, pero en aquel momento... bueno, en aquel momento era "Claudia". El sólo nombre me lo decía todo, y está claro que marcó un antes y un después en mi vida.

A partir de ahí me adentré en una época oscura: relatos y cuentos y novelas y narraciones y argumentos e historias que pugnaban por plasmarse en el papel y con los que acababa haciendo una bola enorme y... clonk. A la papelera. Época de querer y no poder, de euforia seguida de frustración cíclica, de desmotivación lectora cada vez mayor. Porque odiaba leer un buen libro y saber que yo nunca estaría al nivel de su autor.

Y llegaron las mesas redondas sobre los "Letraheridos" a Valladolid: gente cuya fibra había sido "tocada" por las letras, de alguna u otra forma (novelistas, poetas, editores, traductores, ensayistas, periodistas...) Y lo que se supone que tendría que haberme servido como un revulsivo, terminó por hundirme en la miseria. Nunca más volvería a escribir. Nunca. Para escribir mierda mejor me quedaba tranquilita.

Y hace un año volvió. Dejé atrás mis propios prejuicios contra mi misma, mis bloqueos, mis exigencias inalcanzables. Borré del disco duro de mi cabeza todo aquello que alguna vez había escrito y ahora me daba náuseas recordar y actualicé con una hoja en blanco, esperando por una buena historia que, una vez más, me martilleaba el cerebro para que la dejara salir. Ese folio en blanco se llenó de palabras, y hoy, 2 de Junio de 2008, ha sido precedido por otros 66 folios más, el equivalente a 6 capítulos de una historia que me atormenta como lo hacía el primer día pero a la que sé que, pase lo q pase, no le voy a poner el rótulo FIN antes de tiempo.

Y, además, hoy empiezo con ilusión una nueva andadura por el campo de las letras, un proyecto en el que me muero por aprender y absorber todos los conocimientos que pueda, en el que me acompaña una gente que me da la confianza necesaria para seguir adelante y romper las barreras de mis miedos, y que espero que, más pronto q tarde, acabe por dar sus frutos.Porque yo también soy una Letraherida.

1 comentario:

Érika Gael dijo...

Autor: Bego

Te voy a dar, cómo se te ocurre contar que leía libros de Danielle Steel como una loca. Qué vergüenza!

Fecha: 03/07/2008 10:45.