sábado, 7 de marzo de 2009

La **** condesa (Original 1-09-2008)

OTRO EJERCICIO DEL TALLER, UNO DE LOS QUE MÁS HE ODIADO Y AMADO A LA VEZ, BASADO EN EL LIBRO "CITAS EN EL MÁS ALLÁ" DE KIMBERLY RAYE

La condesa Lilliana Arabella Guinevere du Marchette pulsó el botón pause en el mando a distancia de su DVD con una pulida uña color burdeos. La imagen del Conde Draco contando murciélagos se congeló en pantalla. Oh, claro, contar hasta diez es fácil, querido, pero atrévete tú a deletrear las cantidades exorbitadas de la Visa…
Levantó sus nobles posaderas del sillón con garras de león y estampado de telarañas y, suspirando, se acercó levitando a la estantería de las pelis. Mientras sus grandes y poderosos ojos negros se deslizaban por los títulos en busca de algo más… gratificante, canturreó con voz fantasmal la sintonía de La Familia Addams. Sus carnosos labios pintados a juego con las uñas se ampliaron cuando dio con lo que quería.
“¡Ajá! ¡Buffy, Temporada 1!”
Una buena sesión de patadas en el culo era lo que necesitaba para sobrellevar el cargante legado de tradiciones de ilustrísimas generaciones de ancestros. Que si las copas de plata, que si el agua bendita, que si el fuego azul… Uf. En una palabra: agotador. ¿De qué servía la sangre aristocrática cuando ni siquiera podías ponerte un biquini? Lo que daría ella por darse un buen chapuzón en una piscina como la de Melrose Place a plena luz del día…
Se inclinó sobre su eje para cambiar el disco y el ceñido vestido de terciopelo repujado la constriñó más aún. Soltó un sonoro taco que debió de retumbar en todas las catacumbas cuando las ballenas del corsé granate se le clavaron en el generoso pecho blanquecino y el almidonado cuello de encaje negro se le enredó con los pendientes de perlas grises. Maldito atuendo gótico-vampírico. ¿Es que nunca iba a poder ponerse unos vaqueros sin que sus tataratataratatarabuelos se revolvieran en sus ataúdes? Porque ésa era otra, los ataúdes. Cada vez que un catálogo de Ikea aparecía en el buzón, se le caía la baba al contemplar los colchones cuadrados, redondos, rectangulares… de todas las formas y grosores. ¿Y para qué? Para, al final de la noche, tener que acabar embutiendo sus generosas curvas en una sofocante caja de madera con sábanas de satén que se enredaban entre los muslos y dejaban horribles surcos en su piel.
“En fin”, pensó mientras se acomodaba su recogido caoba sobre la cabeza, “las autoridades sanitarias advierten que la sangre rancia perjudica seriamente la salud”. Y, mientras siguiese soltera, peor que se iba a poner…
Le hincó el colmillo a un Frigo Drácula y se repantigó de nuevo en el sillón, dispuesta a olvidarse durante un rato de su tétrica y larguísima existencia.

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