lunes, 1 de agosto de 2016

Cómo conocí a vuestro tío - Parte IX: La bajada de pantalones


¿Dónde nos habíamos quedado? ¡Ah, sí! En el momento en que yo decidí cortar de raíz la no-relación con vuestro tío Nino. Después de eso, pasaron unos cuantos meses sin que supiera nada de él, a excepción de un inesperado regalo de cumpleaños que llegó a casa una tarde encapotada. ¿Os suena esa figurita en la que Sally, la protagonista de Pesadilla antes de Navidad, se zurce un brazo entre lápidas y que durante mucho tiempo todos pudisteis ver presidiendo mi escritorio? Hace tiempo que no está ahí porque se vino a Tenerife en la mudanza, pero os puedo garantizar que aún hoy sigue conmigo. Ese fue el primer regalo que me hizo vuestro tío Nino.

Una vez pasado mi cumpleaños, sin embargo, el silencio volvió a instalarse entre los dos, y en esa ocasión fue absoluto. Él siguió con su vida, yo seguí a trompicones, para variar con mi metadona, y, hasta cierto punto, todo se mantuvo en orden dentro de ese absurdo desequilibrio equilibrado de rupturas tóxicas y reconciliaciones aún más dañinas en el que yo ya me había acostumbrado a vivir.

Y entonces un día, de repente, igual que todo había terminado, todo volvió a comenzar. Y empezó de nuevo gracias a que uno de los dos se tragó el orgullo. Uno de los dos se lanzó a la piscina aun sabiendo que era muy probable que esta no tuviera ni una sola gota de agua. En pocas palabras: uno de los dos se bajó, metafóricamente hablando, los pantalones. Y una vez más, ese alguien no fui yo (chicos, os puedo garantizar que todo lo que tuvo que sufrir vuestro tío Nino en los inicios de nuestra relación se lo he recompensado con creces con el tiempo).

Era una mañana de noviembre, y yo asistía a una de las ponencias de un congreso de psicología tremendamente soporífero. Aguardaba con impaciencia que anunciaran la pausa para el café cuando mi móvil vibró de pronto en el fondo del bolso.

El nombre de vuestro tío Nino iluminó la pantalla por primera vez en meses, y mis manos volvieron a temblar como si el tiempo no hubiese transcurrido. Abrí el mensaje con temor y una pizca de euforia.

«Supongo que tú ya no te acordarás de mí, pero yo aún te veo en todas las caras con las que me cruzo por la calle. No quiero molestarte, solo me gustaría saber cómo estás. Discúlpame si te ofendo. Besos».

Chicos, ya no volví a enfadarme con él nunca más. 

5 comentarios:

Irdala dijo...

Ohhhhhhhhhhhh!
Espero que de verdad se lo hayas recompensando con creces ;)
Muaaack!

Érika Gael dijo...

Jejeje, ¡puedes estar segura de ello!

Anónimo dijo...

Había leído un capítulo o dos suelto, hasta hoy que los he leído todos seguidos y me han encantado!! Esperando el siguiente...
Sumaga

Érika Gael dijo...

¡Gracias por pasarte, Sumaga! Me alegra que estés disfrutando de esta historia tan peculiar, jejeje ;)

Anónimo dijo...

Me encanta! Se me hace cortito los capitulos! :'(