¿Dónde nos habíamos
quedado? ¡Ah, sí! En el momento en que yo decidí cortar de raíz la no-relación
con vuestro tío Nino. Después de eso, pasaron unos cuantos meses sin que supiera
nada de él, a excepción de un inesperado regalo de cumpleaños que llegó a casa
una tarde encapotada. ¿Os suena esa figurita en la que Sally, la protagonista
de Pesadilla antes de Navidad, se
zurce un brazo entre lápidas y que durante mucho tiempo todos pudisteis ver presidiendo
mi escritorio? Hace tiempo que no está ahí porque se vino a Tenerife en la
mudanza, pero os puedo garantizar que aún hoy sigue conmigo. Ese fue el primer
regalo que me hizo vuestro tío Nino.
Una vez pasado mi
cumpleaños, sin embargo, el silencio volvió a instalarse entre los dos, y en
esa ocasión fue absoluto. Él siguió con su vida, yo seguí ―a trompicones, para variar― con mi metadona, y, hasta cierto punto,
todo se mantuvo en orden dentro de ese absurdo desequilibrio equilibrado de
rupturas tóxicas y reconciliaciones aún más dañinas en el que yo ya me había
acostumbrado a vivir.
Y entonces un día, de
repente, igual que todo había terminado, todo volvió a comenzar. Y empezó de
nuevo gracias a que uno de los dos se tragó el orgullo. Uno de los dos se lanzó
a la piscina aun sabiendo que era muy probable que esta no tuviera ni una sola gota
de agua. En pocas palabras: uno de los dos se bajó, metafóricamente hablando,
los pantalones. Y una vez más, ese alguien no fui yo (chicos, os puedo
garantizar que todo lo que tuvo que sufrir vuestro tío Nino en los inicios de
nuestra relación se lo he recompensado con creces con el tiempo).
Era una mañana de
noviembre, y yo asistía a una de las ponencias de un congreso de psicología
tremendamente soporífero. Aguardaba con impaciencia que anunciaran la pausa
para el café cuando mi móvil vibró de pronto en el fondo del bolso.
El nombre de vuestro
tío Nino iluminó la pantalla por primera vez en meses, y mis manos volvieron a
temblar como si el tiempo no hubiese transcurrido. Abrí el mensaje con temor y
una pizca de euforia.
«Supongo que tú ya no
te acordarás de mí, pero yo aún te veo en todas las caras con las que me cruzo
por la calle. No quiero molestarte, solo me gustaría saber cómo estás.
Discúlpame si te ofendo. Besos».
Chicos, ya no volví a
enfadarme con él nunca más.
5 comentarios:
Ohhhhhhhhhhhh!
Espero que de verdad se lo hayas recompensando con creces ;)
Muaaack!
Jejeje, ¡puedes estar segura de ello!
Había leído un capítulo o dos suelto, hasta hoy que los he leído todos seguidos y me han encantado!! Esperando el siguiente...
Sumaga
¡Gracias por pasarte, Sumaga! Me alegra que estés disfrutando de esta historia tan peculiar, jejeje ;)
Me encanta! Se me hace cortito los capitulos! :'(
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