viernes, 5 de agosto de 2016

Cómo conocí a vuestro tío - Parte XI: Las bragas



(Primera publicación en este blog: 15 de septiembre de 2009)

—Todo empezó por unas bragas.

—¿Unas bragas?

—Sí, te lo juro. Todo fue culpa de unas bragas.

—¿Me estás diciendo que te has vuelto una devoradora de hombres por culpa de unas bragas?

—Shhh. ¡Baja la voz! No me he vuelto una devoradora de hombres. Es solo que… Bueno, que ahora me como más roscos que antes.

—No. Es que ahora te comes alguno, criatura. Es una diferencia sutil pero importante.

—Bueno, como tú digas. ¿Quieres oír la historia o no?

—Por supuesto.

—Pues eso. ¿Cuánto hacía que no estaba con nadie? ¿Un año? ¿Más?

—Casi dos, cariño. Casi dos laaargos años.

—Dos, tú lo has dicho. Y no pongas esa cara que tampoco estaba tan insoportable.

—Si tú lo dices…

—¿Sigo?

—Sigue.

—Llevaba dos años sin comerme un colín, a excepción de aquel affaire de madrugada que ni siquiera recordaba a la mañana siguiente. Por un lado no me preocupaba mucho. Todo el mundo tiene derecho a lamerse las heridas el tiempo que haga falta, ¿no? Pero por otro… Tú sabes cómo me sentía. Como si fuera un cervatillo invisible en mitad de la vía y los trenes me arrollaran sin provocarme dolor. Como si necesitara que alguien hiciera el cambio de agujas, me rescatase a hombros y me pusiese una tirita en el corazón. Y entonces aparecieron esas bragas.

—Esto se pone interesante.

—Lo es. Hacía mucho calor aquel día. Julio arremetía contra los bañistas como un siroco sin tregua, y yo no estaba de ánimos para luchar contra el salitre ni los sofocos. Así que me fui al centro comercial; nada mejor que un lugar amplio, sombrío y con buen aire acondicionado para pasar la tarde. Y allí, en una tienda de saldos, encontré las bragas.

—¿Y cómo eran? Porque ya me tienes en ascuas con todo el asunto de las bragas…

—Eran unas bragas de esas que en los desfiles de moda llaman lencería fina pero que entre amigas son consideradas bragas de golfa. Estaban rebajadas, en el revoltijo del cajón de los stocks, y yo las acaricié casi sin darme cuenta. Eran tan… especiales. Me quedé embobada contemplándolas. Eran las típicas bragas que te encantaría que alguien te viera puestas para dejarlo petrificado en el sitio.

—Sí, sí, ya sé a qué bragas te refieres…

—Las sostuve entre mis manos. Eran de mi talla. De mi color. De mi tela. Eran perfectas para mí. Había visto bragas así muchas veces antes, pero siempre me había asaltado esa punzada de tristeza al tocarlas. La de pensar que él ya no me las vería puestas nunca más. O que, en las condiciones actuales, no debería estar pensando en algo tan lejano e improbable como que alguien se quedara sin habla por mis bragas. Sin embargo, esta vez fue diferente.

—No puedo con tanta intriga. ¿Por qué fue diferente? ¡Vamos, habla!

—Porque mientras acariciaba la seda transparente, por primera vez en todo este tiempo (¿dos años dijiste? ¡Wow! Dos años), no fue su imagen la que me golpeó y me dejó hecha polvo. Ni siquiera la incertidumbre de no saber si alguna vez volvería a tener la oportunidad de parecerle sexy a alguien. Tan solo tuve el firme convencimiento de que así sería. Que la persona adecuada aparecería en el momento oportuno. Que se quedaría patidifuso al verme en ropa interior. Y, sobre todo, que ese alguien ya no sería él. Tenía todo mi futuro pasando ante mis ojos, aferrada a las bragas del cajón de los saldos, y en ese futuro yo no estaba sola, como ahora, ni tampoco con él, como antes. Estaba como quería estar. En la mejor compañía.

—Dios mío, voy a llorar…

—En ese momento, me di cuenta de que lo había superado. Y ahora… Bueno, el resto de la historia ya la sabes. […]



            Chicos, aquella noche de julio de 2009, la noche del día en que esperé una cola infernal en las rebajas de cierto centro comercial solo para comprar unas bragas que había encontrado en el cajón de los stocks; la noche del día en que sentí que mi alma, entumecida por los golpes, comenzaba a salir de verdad de su letargo, soñé con vuestro tío Nino. Y cuando desperté, supe lo que debía hacer con mi vida. Había decidido estar sola por voluntad propia durante un año y medio, y no hay nada mejor que estar solos por primera vez para darnos cuenta de la clase de persona que queremos que camine junto a nosotros. Incluso aunque eso implique descubrir, como sucedió en esta ocasión, que la persona que queremos que esté a nuestro lado ya lleva ahí mucho tiempo.


El problema es que a vuestro tío Nino y a mí siempre se nos ha dado fenomenal eso de ir a destiempo. Pero no adelantemos acontecimientos…

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