jueves, 5 de marzo de 2020

CLAUDIA - Capítulo V


Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.

Otra nota: la imagen que acompaña a esta entrada no es mía (ya me gustaría a mí tener semejante talento). Pertenece a Eduardo Barragán. Si no lo conoces, tiene un blog superinteresante, que te recomiendo visitar, en el que recrea con todo lujo de detalles la huella romana en el sur de la península ibérica, incluyendo Baelo Claudia. 

Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana. Recuerda que cada jueves podrás leer una nueva entrega en este blog. ¡Espero que te guste! ;-)


CAPÍTULO V



No quedaba tiempo, no quedaba tiempo, no quedaba tiempo, no quedaba tiempo… Claudia trotaba bajo la lluvia en dirección a la casa de Fulvio. Las lágrimas del cielo la empapaban, hacía frío, pero ella ya no se daba ni cuenta. 

Después de conversar con Níobe y desahogarse con ella se había encontrado mejor, pero pronto comprendió que debía empezar a trabajar ya si quería culminar su gran actuación antes del día fatídico, por lo que se dirigió a casa del director a pedirle, a rogarle, a suplicarle, que por favor adelantara la fecha del próximo estreno. No tenía ni idea de si esto sería posible o no, ya que ni siquiera conocía el título de la obra, pero confiaba en Fulvio. Era un hombre serio, enamorado de todo lo referente a los griegos, por lo que, casi sin excepción, sus obras estaban tomadas de entre el repertorio de los tres grandes trágicos. Ignoraba cuál sería esta vez, pero esperaba que alguna muy famosa, alguna que le permitiese demostrar lo buena que era y que le ayudase a dar “el gran golpe”. Impaciente, por un lado, y temerosa, por el otro, llegó ante las puertas de la vivienda-taller de Fulvio. La lluvia había aflojado y, aunque seguía chorreando, por lo menos pronto estaría a cubierto. Si es que se decidía a entrar, porque… La verdad es que no sentía la osadía suficiente como para presentarse allí y pedir algo tan descabellado. Pero no quedaba tiempo…

Con un impulso repentino, abrió la puerta y penetró en el interior velozmente, no fuera a arrepentirse antes de llegar al otro lado. Desde la sala contigua, el taller, le llegaban, amortiguadas por la presencia de la pared, diferentes voces, todas masculinas, entre las que distinguió varias conocidas, como la de Fulvio y otros de sus compañeros en el mimo. Abrió (esta vez despacio, con mucha calma) la siguiente puerta y se encontró, cual banquete en casa de su padre, con una multitud de ojos observándola con sorpresa y curiosidad. Se abrió paso por entre esa multitud y, caminando lentamente y con suavidad, casi como si flotara, llegó a la mesa tras la cual se hallaba su mecenas mirándola extrañado. El resto del grupo no perdía detalle de lo que estaba ocurriendo entre ellos. Habían interrumpido su cháchara, pero no les importaba porque la cosa se estaba poniendo emocionante. Claudia, frente a la mesa, no sabía por dónde empezar. Sin embargo, no le hizo falta pensar más, porque Fulvio comenzó por ella:

-¿Qué ocurre, Claudia? ¿Qué haces aquí? Habíamos quedado en que yo ya te avisaría por Drusila de cuándo deberías presentarte aquí. No es conveniente que la gente te vea venir en época de ensayos, puede levantar sospechas.

-Yo… es que yo… TENGO QUE PEDIRTE UN FAVOR.

-Bien, dime.- a veces, Claudia se preguntaba cómo era posible que un hombre que dedicaba su vida por entero al arte más fluctuante y visceral de todos cuantos existían, fuese capaz de mantener la calma de ese modo hasta en los momentos de mayor nerviosismo.

-Necesito que me hagas un favor.- repitió.- Que aplaces todos los proyectos que te ocupan ahora- ahí fue cuando se oyeron murmullos de desaprobación en la sala- y estrenes la obra que tienes en mente… durante la Carmentalia.

Ni un murmullo, ni una queja, ni una sola expresión de asombro. Silencio. Silencio absoluto. Hasta Fulvio (el hombre imperturbable), parecía haber perdido su hasta ahora intacta compostura. Los ojos se le salían de las órbitas. ¡En la Carmentalia! ¡Pero si sólo restaban dieciocho días! Aquella loca había perdido la chaveta irremediablemente. ¡Y de un día para otro! Si es que los jóvenes ya no son lo que…

-Me quieren casar.

¡Ah, bueno, eso era otra cosa! Al menos tenía una disculpa razonable. Pero, aún así, dieciocho días eran demasiado pocos para preparar ALGO en condiciones, y mucho menos si ése ALGO pretendía ser su gran obra maestra. Por otra parte, si aquel diamante en bruto se casaba, se esfumarían casi con total seguridad todas las posibilidades de que participara en lo que se traía entre manos, y su fama como director ya no llegaría a todos los puntos de Hispania. Además, a Fulvio le gustaban los retos y…

-Muy bien.- respondió desafiante.- Se hará como tú digas.

La cara de alegría inicial de Claudia se tornó en estupefacción cuando escuchó la última sorpresa que aún le guardaba aquel hombre:

-Quiero que comiences mañana mismo a prepararte intensamente. De hecho, hoy te llevarás a casa unas cuantas indicaciones que deberás estudiar. Por favor, ten mucho cuidado, que nadie te descubra.- y después (¿con una leve sonrisa?) añadió- Quiero q lo des todo, Claudia, te voy a exprimir el jugo hasta la última gota. Tenemos que vérnoslas con Eurípides. Serás la Fedra de “Hipólito”.

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