jueves, 30 de enero de 2020

Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)


Allá por el 2018, cuando cumplí diez años como escritora «profesional», quise celebrarlo compartiendo la obra que había sido el embrión de toda mi carrera posterior: Claudia

Antes de ella habían venido otras, claro: redacciones escolares, como todos; cuentos sin ninguna pretensión para sobrellevar aquellos meses de julio en un pueblo remoto (el pueblo que acabó llevándome hasta Claudia, de hecho); artículos para alguna publicación del instituto, obras de teatro que empezaba y nunca acababa… Llevo escribiendo toda la vida. Incluso cuando aún no sabía que quería ser escritora de mayor, escribía. Incluso cuando quería consagrar mi vida al teatro, escribía. Incluso cuando no sabía que escribía, estaba escribiendo. 

Sin embargo, Claudia marcó un antes y un después. Fue la primera a la que logré colocarle el ansiado punto final. La primera que me atreví a compartir con mi entorno. La primero que osé, incluso, presentar a un certamen literario (cada vez que pienso lo mucho que tuvo que reírse el jurado…). No iba en serio, o al menos yo nunca lo consideré un proyecto serio, como sí ocurrió a partir de ese 2008 que utilizo como marca en el calendario. Pero, a pesar de eso, Claudia sentó el precedente de lo que vendría después. Sobre todo, porque fue la primera vez que me permití a mí misma soñar que era posible. 

Escribí esta historia en el invierno de 2003, cuando tenía diecisiete años. Exactamente la mitad de los que tengo ahora. Por aquel entonces, como ya he dicho, yo no quería ser escritora, sino actriz. Y, aun así, la forma de canalizar todo lo que sentía, el modo de dar vida a mis sueños era a través de la escritura. Cuando, un par de años después, mi sueño de dedicarme a la interpretación se rompió, por motivos que no vienen al caso, Claudia cayó en el ostracismo. Mi vida y mi carrera tomaron otros derroteros, y me olvidé, o me empeñé en olvidar a aquellas dos chiquillas, ella y yo, que lo único que querían era vivir, vivir de verdad, encima de un escenario. 

Hasta que en 2018 se me ocurrió que resucitarla (al menos a la ficticia) podría ser una buena forma de celebrar que había acabado dedicándome a lo único que había estado siempre conmigo. Mi constante. La literatura. Pero entonces, por más que la busqué, Claudia no apareció. 

Yo estaba plenamente convencida de que había un ejemplar en papel (entiéndase «ejemplar en papel» como «unas cuantas fotocopias unidas por un canutillo») en casa de mis padres, pero por más que lo busqué, no apareció. Tampoco hubo forma de rastrear su huella digital, ni en discos duros externos, pendrives antiguos ni en correos electrónicos de aquella época. No se lo conté a nadie, pero, en mi interior, lloré a Claudia y me resigné a haberla perdido. Que soy un desastre para la tecnología no es un secreto para nadie, y no era la primera vez que me pasaba algo así, por lo que preferí no darle más vueltas.

Hasta que, apenas un par de meses después de la resignación, llegó la sorpresa. Una amiga de la infancia, una de esas a las que el destino sienta en el pupitre contiguo cuando empiezas al cole y que acaban estando presentes en todos los momentos importantes de tu vida, me etiquetó en una publicación en Facebook. Era una foto. «¡Mira lo que he encontrado rebuscando entre cajas viejas!», me decía. En la foto se veían unas cuantas fotocopias unidas por un canutillo, con el título CLAUDIA impreso en Arial Bold. 

Se me paró el corazón, no os lo voy a negar. Habían pasado tantas cosas desde Claudia, había permanecido tanto tiempo en el olvido, que yo ni siquiera recordaba que en un momento de mi vida llegué a sentirme tan orgullosa de ella que quise compartirla con el mundo, y que le había regalado un «ejemplar» a mi mejor amiga, que, para colmo, ella había sabido conservar mejor que yo…

Por supuesto, la llamé enseguida y le expliqué lo que pasaba. Al día siguiente, recibí un documento escaneado en mi bandeja de correo electrónico (¡un millón de gracias, Bea!). Para entonces, ya había empezado 2019, por lo que mi idea de celebrar con Claudia los diez años de carrera como escritora ya no tenían mucho sentido, pero me prometí que, más pronto que tarde, la devolvería al lugar que le correspondía. 

Sin embargo, los meses fueron pasando. Que si la agenda está llena, que si no doy abasto, que si ahora la promoción de Hielo es más importante, que si necesito centrar mi cabeza en un proyecto nuevo… Y siguieron pasando; con Claudia, otra vez, en el fondo del cajón. Durante un tiempo me machaqué (soy escritora; machacarme es, con diferencia, lo que mejor se me da en el mundo) por haber vuelto a relegarla a un segundo plano, por no sacar tiempo para mis letras, por… por… por… Ahora entiendo, una vez más, que las cosas siempre pasan por algo. 

2019 no era el año para Claudia por una sencilla razón: lo iba a ser 2020. Tenía que ser 2020. Porque, aun de forma inconsciente, aquel proyecto nació para darle aliento a la niña de diecisiete años que soñaba con ser actriz, y el proyecto en el que estoy inmersa ahora le va a permitir a esa niña, muchos años después, reconciliarse con el sueño que se rompió. Y no me parece una mala forma de cerrar el círculo, ni tampoco creo que sea casualidad. Nunca nada es casualidad.

Una vez «rescatada», se presentó ante mí la duda de qué hacer, desde el punto de vista formal, con Claudia. Evidentemente, la que escribió aquella historia era otra Érika, una que ni siquiera se llamaba así, y las carencias literarias son inmensas. Había dos posibilidades: reeditar la historia con todo lo que he aprendido en diecisiete años acerca de estilo, técnica, ritmo narrativo, estructura, etc., o preservarla tal y como está, como si fuese una delicada pieza de museo que no hay que tocar y que debe someterse a controles férreos de temperatura y de exposición a la luz. Después de darle muchas vueltas, me decidí por lo segundo. Tocarle una sola coma a Claudia desde el hoy implicaría emborronar el propósito para el que surgió en el ayer, reventarle la ingenuidad a golpe de control de cambios. Por eso, pido perdón de antemano por los errores que hay en el texto, pero espero que entendáis mi decisión. 

Y nada más. Solo me queda, antes de devolverla a la vida capítulo a capítulo (iré compartiendo uno cada semana en el blog), desearos que disfrutéis de esta historia tan importante para mí; esta historia por la que siento un aprecio que va mucho más allá de lo profesional, y que, como decía en su día la nota de autora original, «fue soñada en las ruinas de Baelo Claudia el primero de agosto del año 2000 d. C.».

Muchas gracias.  

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Ganas de leer a la Érika del principio.
Un beso, Aintzane

M.C.Latorre dijo...

¡Olé! ¡Ya tenemos ganas de leerla! :-D

Carmen RB dijo...

Me encantará leerte!! ;)
Un abrazo, Carmen

Du Rivers dijo...

Ya la misma nota se ha convertido en una historia.

Monica dijo...

Que ganas de leer a esa Érika de 17 años 😘

Marisol Gomez dijo...

He leído, Hielo y cuaderno de bitácoras de nuestra Luna de miel. Me encantaron, así qué deseando descubrir a Claudia. Gracias por compartirla.

Sira Duque dijo...

Deseando conocer a Claudia y a la "Érika" que le dio la vida��