jueves, 6 de febrero de 2020

CLAUDIA - Capítulo I


Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.

Otra nota: la imagen que acompaña a esta entrada no es mía (ya me gustaría a mí tener semejante talento). Pertenece a Eduardo Barragán. Si no lo conoces, tiene un blog superinteresante, que te recomiendo visitar, en el que recrea con todo lujo de detalles la huella romana en el sur de la península ibérica, incluyendo Baelo Claudia. 

Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana. Recuerda que cada jueves podrás leer una nueva entrega en este blog. ¡Espero que te guste! ;-)


CAPÍTULO I

A esas horas el cardo, a la altura del foro, estaba atestado de gente. Una mujer redonda y colorada intentaba, sin éxito, atrapar un pollo vivo por entre los pies de la multitud y el polvo que estos levantaban, que le daba a la ciudad un aspecto de mole uniforme de color rojizo. La mujer gritaba pero nadie le hacía caso. A cuatro patas, pretendía vislumbrar a través de los miles de pares de sandalias que pisoteaban la avenida algún elemento aleteando y con plumas. Sin embargo, todos sus intentos resultaban inútiles. Cuando ya había perdido toda esperanza y se disponía a abandonar la búsqueda con resignación, alguien, un hombre, dijo:

-Señora, disculpe pero… se ha ido por ahí.

Las sandalias señalaban hacia la izquierda así que, la mujer, sin levantarse siquiera, optó por continuar el recorrido hacia la dirección que la voz desconocida le había indicado.

-Gracias…, gracias…- se la oyó murmurar con la cabeza baja, sin molestarse ni por un momento en alzar la vista a modo de agradecimiento hacia su guía. O al menos a modo de curiosidad. No, el pollo era más importante. No podía llegar a la casa con las manos vacías y con vistas al banquete que tendría lugar esa misma noche, y además sin un mísero sestercio en el bolsillo de su manto. A su edad, no podía permitirse ese tipo de lujos. Llevaba toda su vida siendo esclava y, ahora que ya le quedaba poco para que el fiel Caronte la esperase en su barca ávido de una moneda, no quería ni pensar en lo que supondría quedarse sin su “empleo”. Sabía que su persistente gordura, así como sus años de más, los mismos que ahora la desacreditaban a los ojos de su ama en pos de esclavas más jóvenes y ágiles, dificultarían hasta casi lo imposible una nueva venta y un nuevo amo en el mercado. Y con los colonos acechando, el asunto adquiría tintes aún más negros. No sabía por qué extraña razón, los esclavos, fieles, serviciales, obedientes y, por qué no decirlo, donosos de prestigio, habían pasado a un segundo plano en cuando se habían comenzado a vislumbrar en el horizonte las figuras de esos malnacidos colonos. Y eso que allí estaban en una ciudad pequeña y la afluencia era prácticamente mínima… No quería ni imaginar cómo estaría la situación en la capital. ¡¡¡Aaaahhh!!! Roma ya no era la misma. Como ella. Ya no servía para nada, pensó con amargura mientras se deslizaba a duras penas por entre las piernas de sus vecinos, ni siquiera para atrapar ¡¡¡UN MALDITO POLLO!!!

De repente, un revuelo captó su atención a pocos pasos de allí. Intuyendo lo que podría suceder, se levantó del suelo inmediatamente con una celeridad rara en personas de su misma magnitud. Con igual velocidad se acercó a un grupo de gente que, unos gritando, otros riendo, impedían su visión completa de la escena que allí tenía lugar.

¡¡¡EL POLLO!!! El pollo había ido a parar a los pies de una joven con la cabeza repleta de bucles cobrizos y aleteaba sin cesar a su alrededor levantando los pliegues finales de su túnica, los cuales terminaban por cubrirlo a modo de refugio. La joven sonreía.

-¡Gracias, niña, por los dioses!- dijo la mujer mientras, apresuradamente, agarraba el animal entre sus manazas de dedos gruesos y sucios y lo ocultaba entre los dobleces de sus vestiduras a la altura del pecho.- gracias…, gracias…, gracias…- seguía susurrando en tanto que se alejaba con pasos cortos y decididos.

Una vez se hubo disuelto el grupo, sus componentes, taciturnos, dejaron de reír y de gritar e, indiferentes, se encaminaron hacia sus respectivos destinos, aquellos que habían apartado momentáneamente al percibir un posible motivo de diversión en el pollo. Ahora, unos se dirigían con las mercancías hacia sus casas, otros, hacia el mercado y, finalmente, los que más, no sabían con certeza ni hacia dónde iban. Sólo una figura permanecía quieta en el mismo lugar y la misma posición que momentos antes cuando…

-¡Claudia!

…y entonces una cascada de bucles cobrizos se giró golpeando el aire.

-¡Drusila!

La joven sonreía.

***

Después de la luz, la oscuridad. Y después, otra vez la luz.


Claudia abrió con cuidado la puerta de la domus y, al cerrarla de nuevo a sus espaldas, todo el bullicio exterior propio de una mañana de mercado pareció esfumarse junto con los rayos del sol. Entre sombras, atravesó el corredor y un golpe de luz le dio en la cara. La abertura en el techo le permitió contemplar durante unos segundos las paredes del atrio. Los mosaicos de tonos fríos que las recubrían, unidos a las cuatro columnas corintias de color azul que soportaban la carga del compluvium le recordaban el mar. Y por encima de todo, el silencio. No, el silencio no. El murmullo del agua. Sí, el murmullo del agua también le recordaba el mar. El mar… Ese mar con el que tenía el privilegio de deleitarse cada vez que abría la puerta… No el mar del que presumían los romanos, no. SU MAR. Mejor dicho: SU OCÉANO. El Atlántico. Con sólo echar a correr, podía sentir sus frías aguas rozando sus pies, empapando los bajos de su túnica, y permanecer así horas y horas, dejándose llevar y olvidándose para siempre del ruido de Baelo, los chismorreos, los gritos, el CAOS.

Abrió los ojos y continuó caminando. Supuso (y solía suponer bien) que su madre estaría bordando en una de las habitaciones contiguas al peristilo, así que prefirió pasar de largo ante la puerta de todas. No tenía ganas de verla. Hoy no. Ni de verla, ni de aguantar sus sermones una vez más. Estaba de buen humor y no quería estropearlo. Había salido sin decir nada y sin pedir permiso, por lo que calculó que su madre llevaría disgustada desde el mediodía. No le gustaba que saliera sola, y menos que se mezclara con plebeyos. Y Claudia no entendía muy bien por qué. Bueno, sí lo entendía. Porque estaba mal visto. Porque la gente hablaría de ella. Porque mientras su padre siguiera fuera nadie podría defenderla. Y porque si continuaba así, nunca encontraría un marido decente. Más bien, lo que Claudia no entendía era precisamente eso: por qué estaba mal visto, por qué la gente iba a molestarse en hablar de ella en vez de entrometerse en sus propios asuntos, por qué nadie podía defenderla (tampoco por qué su padre se encontraba continuamente en el frente si no había guerra, al menos hasta donde ella sabía), ni por qué su comportamiento podía resultar nocivo a la hora de que alguien quisiese casarse con ella. Supuso (y solía suponer bien) que este último aspecto era el que en realidad más le importaba (e interesaba) a su madre. ¡¡Tenía unas ganas de perderla de vista…!! Pero mientras tanto, se armaba de paciencia y se esforzaba en seguir disimulando su infinita abnegación maternal.

Claudia había cruzado ya casi todo el jardín cuando, de repente (¡oh, no!):

-¿Claudia?

La muchacha dio media vuelta y tropezó con unos inmensos ojos azul grisáceo que la miraban acusadores. Su madre, alta y delgada, se apoyaba sobre el costado izquierdo en la jamba de la puerta. Vestía sobre la túnica una stola de color aguamarina que la identificaba como una mujer honrada y bien casada. Su hija no lograba descifrar si fruncía el ceño o arqueaba las cejas, debido a lo afiladas y curvadas que tenía éstas.

-¿Sí, madre?

-¿No tienes nada que decir?

Claudia guardó silencio.

-¿Te parece bien lo que has hecho?- esta vez ni siquiera aguardó respuesta.- ¡¡¿Hasta cuándo, Claudia?!! ¿Hasta cuándo vas a seguir dándome disgustos? ¿A mí, a tu pobre madre que se preocupa por ti y por tu reputación?

La joven, sin pronunciar palabra, se mantenía quieta como la estatua del emperador que había en el centro del foro y miraba a su madre con semblante inexpresivo.

-¡Te he repetido hasta el cansancio que no debes salir sola de casa, y muy menos para ir a mezclarte con plebeyos! ¡¿Es que quieres que te contagien algo?! Además, con los pozos de salazón tan cerca, seguro que está todo lleno de insectos, y ratas y pájaros y moscas y palomas y… ¡POBRES!- Antonia ponía cara de repugnancia para dar mayor énfasis a sus palabras, aunque su hija no creía que le costase mucho trabajo.- Sabes que esas escapadas tuyas sólo nos pueden traer problemas. Está muy mal visto que haga eso una jovencita de buena familia y la gente puede empezar a decir cosas… Además, recuerda que estoy yo sola a cargo de la casa y los esclavos; no tienes a tu padre para defenderte. ¡Y si sigues comportándote de ese modo impertinente ningún hombre rico y apuesto se querrá casar contigo, y tendrás que conformarte con algún viejo mediocre y borracho o quedarte soltera de por vida! ¡Ya tienes dieciséis años, Claudia, no podemos perder más tiempo con ese tema!

Como hablando para sí y dando cortos paseos a un ladooooo… y a otrooooo…, Antonia añadió:

-Eso sí que no estoy dispuesta a permitirlo; no quiero más escándalos en esta casa. Antes prefiero que entres al servicio de la sagrada Vesta.

Ante la cara de horror de su hija, dijo con una media sonrisa:

-No, no me mires así, en caso de no encontrar marido no te quedará otra opción.

-¡Pero… yo quiero ser actor!- protestó Claudia.

-Deja de decir sandeces, por favor. Lo que me faltaba. ¿Es que quieres matarme? Las mujercitas de buena familia COMO TÚ, sólo deben pensar en encontrar un marido con una dote razonable que las trate medianamente bien; así me pasó a mí con tu padre y así harás tú, ¡por Apolo! Si luego surge el amor, mejor, pero eso son tonterías secundarias. ¡¡Sólo las rameras se dedican al teatro!!

Claudia se dio la vuelta y cruzó los brazos mientras lanzaba furiosas miradas al tejado. En ese preciso instante su hermano pequeño salía por otra de las puertas de madera labradas que daban al jardín y no quería que la viera en ese estado, enfadada con el mundo. Oyó a su madre decir a sus espaldas:

-Recuerda lo que te he dicho. Ahora voy a continuar con mis labores y después descansaré un rato. No quiero que me molestéis así que, Claudia, haz el favor de vigilar a tu hermano y procura que no grite.

A estas palabras siguió el ruido de una puerta al cerrarse y, luego, el silencio.

-Claudia…, ¿estás enfadada?- oyó tras de sí mientras una manita pegajosa agarraba la tela de sus ropajes y tiraba de ellos hacia abajo. A una ternura así nadie podría resistirse…

Claudia lo negó meneando la cabeza y sonrió. Tulio tenía los cabellos rizados, como ella, pero de un color más oscuro. No le llegaba a su hermana ni a la cintura, a pesar de que hacía ya seis años que estaba sobre la Tierra y, por lo tanto, pronto tendría que acompañarse de un pedagogo y asistir a las lecciones del ludi magister. De su cuello pendía la bulla, con la que jugueteaba descuidadamente. “Qué suerte tienes”, pensaba Claudia, “tú podrás hacer lo que quieras”. Pero Tulio no tenía la culpa de nada, así que lo cogió en brazos (¡¡uf, cuánto pesaba!!) y se fue con él a jugar mientras ambos sonreían.

3 comentarios:

M.C.Latorre dijo...

¡Encantada de conocer por fin a Claudia! 😊 Con esa actitud rebelde ya me ha ganado. Me alegro de que hayas decidido sacarla a la luz. 😃👏🏿👏🏿

Anónimo dijo...

Ternura,inocencia y sentido del humor.

Marie Rusanen

Anónimo dijo...

Ternura,inocencia y sentido del humor.
Marie Rusanen