Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.
Otra nota: la imagen que acompaña a esta entrada no es mía (ya me gustaría a mí tener semejante talento). Pertenece a Eduardo Barragán. Si no lo conoces, tiene un blog superinteresante, que te recomiendo visitar, en el que recrea con todo lujo de detalles la huella romana en el sur de la península ibérica, incluyendo Baelo Claudia.
Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana. Recuerda que cada jueves podrás leer una nueva entrega en este blog. ¡Espero que te guste! ;-)
CAPÍTULO I
A esas horas
el cardo, a la altura del foro, estaba atestado de gente. Una mujer
redonda y colorada intentaba, sin éxito, atrapar un pollo vivo por entre los
pies de la multitud y el polvo que estos levantaban, que le daba a la ciudad un
aspecto de mole uniforme de color rojizo. La mujer gritaba pero nadie le hacía
caso. A cuatro patas, pretendía vislumbrar a través de los miles de pares de
sandalias que pisoteaban la avenida algún elemento aleteando y con plumas. Sin
embargo, todos sus intentos resultaban inútiles. Cuando ya había perdido toda
esperanza y se disponía a abandonar la búsqueda con resignación, alguien, un
hombre, dijo:
-Señora,
disculpe pero… se ha ido por ahí.
Las sandalias
señalaban hacia la izquierda así que, la mujer, sin levantarse siquiera, optó
por continuar el recorrido hacia la dirección que la voz desconocida le había
indicado.
-Gracias…,
gracias…- se la oyó murmurar con la cabeza baja, sin molestarse ni por un
momento en alzar la vista a modo de agradecimiento hacia su guía. O al menos a
modo de curiosidad. No, el pollo era más importante. No podía llegar a la casa
con las manos vacías y con vistas al banquete que tendría lugar esa misma
noche, y además sin un mísero sestercio en el bolsillo de su manto. A su edad,
no podía permitirse ese tipo de lujos. Llevaba toda su vida siendo esclava y,
ahora que ya le quedaba poco para que el fiel Caronte la esperase en su barca
ávido de una moneda, no quería ni pensar en lo que supondría quedarse sin su
“empleo”. Sabía que su persistente gordura, así como sus años de más, los
mismos que ahora la desacreditaban a los ojos de su ama en pos de esclavas más
jóvenes y ágiles, dificultarían hasta casi lo imposible una nueva venta y un
nuevo amo en el mercado. Y con los colonos acechando, el asunto adquiría tintes
aún más negros. No sabía por qué extraña razón, los esclavos, fieles,
serviciales, obedientes y, por qué no decirlo, donosos de prestigio, habían
pasado a un segundo plano en cuando se habían comenzado a vislumbrar en el
horizonte las figuras de esos malnacidos colonos. Y eso que allí estaban en una
ciudad pequeña y la afluencia era prácticamente mínima… No quería ni imaginar
cómo estaría la situación en la capital. ¡¡¡Aaaahhh!!! Roma ya no era la misma.
Como ella. Ya no servía para nada, pensó con amargura mientras se deslizaba a
duras penas por entre las piernas de sus vecinos, ni siquiera para atrapar
¡¡¡UN MALDITO POLLO!!!
De repente,
un revuelo captó su atención a pocos pasos de allí. Intuyendo lo que podría
suceder, se levantó del suelo inmediatamente con una celeridad rara en personas
de su misma magnitud. Con igual velocidad se acercó a un grupo de gente que,
unos gritando, otros riendo, impedían su visión completa de la escena que allí
tenía lugar.
¡¡¡EL
POLLO!!! El pollo había ido a parar a los pies de una joven con la cabeza
repleta de bucles cobrizos y aleteaba sin cesar a su alrededor levantando los
pliegues finales de su túnica, los cuales terminaban por cubrirlo a modo de
refugio. La joven sonreía.
-¡Gracias,
niña, por los dioses!- dijo la mujer mientras, apresuradamente, agarraba el
animal entre sus manazas de dedos gruesos y sucios y lo ocultaba entre los
dobleces de sus vestiduras a la altura del pecho.- gracias…, gracias…,
gracias…- seguía susurrando en tanto que se alejaba con pasos cortos y decididos.
Una vez se
hubo disuelto el grupo, sus componentes, taciturnos, dejaron de reír y de
gritar e, indiferentes, se encaminaron hacia sus respectivos destinos, aquellos
que habían apartado momentáneamente al percibir un posible motivo de diversión
en el pollo. Ahora, unos se dirigían con las mercancías hacia sus casas, otros,
hacia el mercado y, finalmente, los que más, no sabían con certeza ni hacia
dónde iban. Sólo una figura permanecía quieta en el mismo lugar y la misma
posición que momentos antes cuando…
-¡Claudia!
…y entonces
una cascada de bucles cobrizos se giró golpeando el aire.
-¡Drusila!
La joven
sonreía.
***
Después de la
luz, la oscuridad. Y después, otra vez la luz.
Claudia abrió
con cuidado la puerta de la domus y, al cerrarla de nuevo a sus
espaldas, todo el bullicio exterior propio de una mañana de mercado pareció
esfumarse junto con los rayos del sol. Entre sombras, atravesó el corredor y un
golpe de luz le dio en la cara. La abertura en el techo le permitió contemplar
durante unos segundos las paredes del atrio. Los mosaicos de tonos fríos que
las recubrían, unidos a las cuatro columnas corintias de color azul que
soportaban la carga del compluvium le recordaban el mar. Y por encima de
todo, el silencio. No, el silencio no. El murmullo del agua. Sí, el murmullo
del agua también le recordaba el mar. El mar… Ese mar con el que tenía el
privilegio de deleitarse cada vez que abría la puerta… No el mar del que
presumían los romanos, no. SU MAR. Mejor dicho: SU OCÉANO. El Atlántico. Con sólo
echar a correr, podía sentir sus frías aguas rozando sus pies, empapando los
bajos de su túnica, y permanecer así horas y horas, dejándose llevar y
olvidándose para siempre del ruido de Baelo, los chismorreos, los gritos, el
CAOS.
Abrió los ojos
y continuó caminando. Supuso (y solía suponer bien) que su madre estaría
bordando en una de las habitaciones contiguas al peristilo, así que prefirió
pasar de largo ante la puerta de todas. No tenía ganas de verla. Hoy no. Ni de
verla, ni de aguantar sus sermones una vez más. Estaba de buen humor y no
quería estropearlo. Había salido sin decir nada y sin pedir permiso, por lo que
calculó que su madre llevaría disgustada desde el mediodía. No le gustaba que
saliera sola, y menos que se mezclara con plebeyos. Y Claudia no
entendía muy bien por qué. Bueno, sí lo entendía. Porque estaba mal visto.
Porque la gente hablaría de ella. Porque mientras su padre siguiera fuera nadie
podría defenderla. Y porque si continuaba así, nunca encontraría un marido
decente. Más bien, lo que Claudia no entendía era precisamente eso: por qué
estaba mal visto, por qué la gente iba a molestarse en hablar de ella en vez de
entrometerse en sus propios asuntos, por qué nadie podía defenderla (tampoco
por qué su padre se encontraba continuamente en el frente si no había guerra,
al menos hasta donde ella sabía), ni por qué su comportamiento podía resultar
nocivo a la hora de que alguien quisiese casarse con ella. Supuso (y solía
suponer bien) que este último aspecto era el que en realidad más le importaba
(e interesaba) a su madre. ¡¡Tenía unas ganas de perderla de vista…!! Pero
mientras tanto, se armaba de paciencia y se esforzaba en seguir disimulando su
infinita abnegación maternal.
Claudia había
cruzado ya casi todo el jardín cuando, de repente (¡oh, no!):
-¿Claudia?
La muchacha
dio media vuelta y tropezó con unos inmensos ojos azul grisáceo que la miraban
acusadores. Su madre, alta y delgada, se apoyaba sobre el costado izquierdo en
la jamba de la puerta. Vestía sobre la túnica una stola de color
aguamarina que la identificaba como una mujer honrada y bien casada. Su hija no
lograba descifrar si fruncía el ceño o arqueaba las cejas, debido a lo afiladas
y curvadas que tenía éstas.
-¿Sí, madre?
-¿No tienes
nada que decir?
Claudia guardó
silencio.
-¿Te parece
bien lo que has hecho?- esta vez ni siquiera aguardó respuesta.- ¡¡¿Hasta
cuándo, Claudia?!! ¿Hasta cuándo vas a seguir dándome disgustos? ¿A mí, a tu
pobre madre que se preocupa por ti y por tu reputación?
La joven, sin
pronunciar palabra, se mantenía quieta como la estatua del emperador que había
en el centro del foro y miraba a su madre con semblante inexpresivo.
-¡Te he
repetido hasta el cansancio que no debes salir sola de casa, y muy menos para
ir a mezclarte con plebeyos! ¡¿Es que quieres que te contagien algo?!
Además, con los pozos de salazón tan cerca, seguro que está todo lleno de
insectos, y ratas y pájaros y moscas y palomas y… ¡POBRES!- Antonia ponía cara
de repugnancia para dar mayor énfasis a sus palabras, aunque su hija no creía
que le costase mucho trabajo.- Sabes que esas escapadas tuyas sólo nos pueden
traer problemas. Está muy mal visto que haga eso una jovencita de buena familia
y la gente puede empezar a decir cosas… Además, recuerda que estoy yo sola a
cargo de la casa y los esclavos; no tienes a tu padre para defenderte. ¡Y si
sigues comportándote de ese modo impertinente ningún hombre rico y apuesto se
querrá casar contigo, y tendrás que conformarte con algún viejo mediocre y
borracho o quedarte soltera de por vida! ¡Ya tienes dieciséis años, Claudia, no
podemos perder más tiempo con ese tema!
Como hablando
para sí y dando cortos paseos a un ladooooo… y a otrooooo…, Antonia añadió:
-Eso sí que no
estoy dispuesta a permitirlo; no quiero más escándalos en esta casa. Antes
prefiero que entres al servicio de la sagrada Vesta.
Ante la cara
de horror de su hija, dijo con una media sonrisa:
-No, no me
mires así, en caso de no encontrar marido no te quedará otra opción.
-¡Pero… yo
quiero ser actor!- protestó Claudia.
-Deja de decir
sandeces, por favor. Lo que me faltaba. ¿Es que quieres matarme? Las mujercitas
de buena familia COMO TÚ, sólo deben pensar en encontrar un marido con una dote
razonable que las trate medianamente bien; así me pasó a mí con tu padre y así
harás tú, ¡por Apolo! Si luego surge el amor, mejor, pero eso son tonterías
secundarias. ¡¡Sólo las rameras se dedican al teatro!!
Claudia se dio
la vuelta y cruzó los brazos mientras lanzaba furiosas miradas al tejado. En
ese preciso instante su hermano pequeño salía por otra de las puertas de madera
labradas que daban al jardín y no quería que la viera en ese estado, enfadada
con el mundo. Oyó a su madre decir a sus espaldas:
-Recuerda lo
que te he dicho. Ahora voy a continuar con mis labores y después descansaré un
rato. No quiero que me molestéis así que, Claudia, haz el favor de vigilar a tu
hermano y procura que no grite.
A estas
palabras siguió el ruido de una puerta al cerrarse y, luego, el silencio.
-Claudia…,
¿estás enfadada?- oyó tras de sí mientras una manita pegajosa agarraba la tela
de sus ropajes y tiraba de ellos hacia abajo. A una ternura así nadie podría
resistirse…
Claudia lo
negó meneando la cabeza y sonrió. Tulio tenía los cabellos rizados, como ella,
pero de un color más oscuro. No le llegaba a su hermana ni a la cintura, a
pesar de que hacía ya seis años que estaba sobre la Tierra y, por lo tanto,
pronto tendría que acompañarse de un pedagogo y asistir a las lecciones del ludi
magister. De su cuello pendía la bulla, con la que jugueteaba descuidadamente.
“Qué suerte tienes”, pensaba Claudia, “tú podrás hacer lo que quieras”. Pero
Tulio no tenía la culpa de nada, así que lo cogió en brazos (¡¡uf, cuánto
pesaba!!) y se fue con él a jugar mientras ambos sonreían.
3 comentarios:
¡Encantada de conocer por fin a Claudia! 😊 Con esa actitud rebelde ya me ha ganado. Me alegro de que hayas decidido sacarla a la luz. 😃👏🏿👏🏿
Ternura,inocencia y sentido del humor.
Marie Rusanen
Ternura,inocencia y sentido del humor.
Marie Rusanen
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