jueves, 20 de febrero de 2020

CLAUDIA - Capítulo III


Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.

Otra nota: la imagen que acompaña a esta entrada no es mía (ya me gustaría a mí tener semejante talento). Pertenece a Eduardo Barragán. Si no lo conoces, tiene un blog superinteresante, que te recomiendo visitar, en el que recrea con todo lujo de detalles la huella romana en el sur de la península ibérica, incluyendo Baelo Claudia. 

Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana. Recuerda que cada jueves podrás leer una nueva entrega en este blog. ¡Espero que te guste! ;-)


CAPÍTULO III


En casa del general Claudio se preparaba un gran banquete. Grandes bandejas lacadas flotaban en el aire de un lugar a otro, mientras que otras se amotinaban encima de las mesas. Cochinillos “a la manera de Frontino” (con garum de la tierra, por supuesto), ensaladas con espárragos y alcachofas, huevos, paté de aceituna traído directamente de la mismísima Grecia, ostras, doradas y rodaballos sazonados con hierbas aromáticas, pollo hojaldrado, queso, frutas confitadas y, cómo no, una gran cantidad de vino mulsum mezclado con una buena dosis de miel. Dos esclavos se encontraban en ese momento entrando en el triclinio portando un par de recipientes con agua perfumada destinada a los invitados. En una esquina cercana a la cocina, tres músicos afinaban sus instrumentos dispuestos a entrar en acción en cuanto se lo ordenasen. Los siervos novatos deambulaban de un lado a otro de la casa sin saber muy bien qué hacer, mientras que los veteranos pedían calma y afirmaban tener la situación bajo control, aunque esto no impedía que grandes churretes de sudor se deslizasen por su cara desde la frente.

En la cocina, transformada provisionalmente en la cueva de un dragón expulsando bocanadas de fuego y humo por la boca, el ajetreo de los esclavos rozaba límites insospechados. Ahora, además, había cerca de los tres músicos un pequeño grupo de bailarinas contorsionándose y ensayando sus movimientos. Una lámpara de aceite justo a su lado proporcionaba tonalidades doradas a los mosaicos que cubrían las paredes y suelos más inmediatos, dejando el resto casi en penumbra hasta la imagen de una nueva lámpara. De vez en cuando, alguien se acercaba apresuradamente, haciendo tambalear dichas lámparas, dispuesto a informar sobre los últimos acontecimientos ocurridos a sólo unos metros de allí. Cada vez que abría la puerta, una oleada de aire caliente le impedía la visión y, cuando volvía a recuperarla, tenía encima de sí a una multitud de personas con cara de pavor zarandeándole y exigiéndole noticias frescas.

-Pues… de momento todo va bien- en esos momentos podían escucharse varios suspiros de alivio en la sala.- aunque…- de nuevo las cabezas volvían a girarse hacia él y los rostros se contraían por el temor.- el pretor Mario ha hecho un leve gesto de disgusto al probar el pescado. Creo que no le pareció lo suficiente picante.

-¡¡¡Te lo dijeeee!!!.- se oía chillar a alguna de las cabezas mientras otra recibía un pescozón en la nuca.- Si este asunto va a mayores, ya puedes ir preparando tu reventa.

A Claudia le encantaba pulular por esos lugares los días que había banquete ya que, por su condición de mujer, casi nunca estaba invitada. Su madre, sin embargo, no faltaba a ninguna. Claudia siempre se preguntaba dónde andaba su jaqueca esos días, ya que nunca hacía acto de presencia. Pero le gustaba, sobre todo, conversar con aquella mujer tan vieja y tan grande que, con una sola mirada, era capaz de poner firmes al resto de sus compañeros. A Claudia le gustaba llegarse donde ella, sentarse en un taburete y contarle sus cosas en mitad del trajín y de una nube de vapor que convertía la cocina de su casa en la mejor sauna termal. A Claudia, a pesar de las regañinas que recibía por “estorbar” (por algo había nacido en el día de Júpiter), le encantaba pulular por esos lugares los días que había banquete.

Cada vez que alguien abría la puerta, una corriente de aire interrumpía durante un breve espacio de tiempo la ascensión del humo hacia el techo, trayecto que iniciaba de nuevo en cuanto la puerta se volvía a cerrar. Cuando, esa noche, Claudia entró como una tromba en la cocina, el humo se paralizó sin perder la costumbre. Siete pares de ojos se posaron en la muchacha, esperando ver en su lugar al espía oficial, que proseguía con sus idas y venidas de la cocina al triclinio y del triclinio a la cocina. Desilusionados, los catorce ojos regresaron a sus quehaceres, excepto los dos de la mujerona, la esclava griega Níobe, que se acercó a su niña (seguía siendo su niña por muchos dieciséis años que tuviera) cuando la vio sonreír fatigada con la espalda recostada sobre la puerta de madera que ella misma acababa de cerrar. Había algo en su sonrisa… Como si fuera aún más  e s p l é n d i d a  de lo normal. ¿O quizá eran sus ojos los que sonreían? No lo sabía bien, pero no podía evitar inquietarse por ello.

-¿Qué te ocurre, niña? ¿Qué es lo que sucede?- desconocía el motivo de que aquella sonrisa le causase tal temor, algo así como un mal presentimiento, como que aquella felicidad les iba a traer problemas a todos, y problemas graves. Sin embargo, intentó aparentar tranquilidad a pesar de no lograr deshacer aquel nudo en su estómago.

-Nada. – respondió la “Niña” mirándola a los ojos y sin abandonar su eterna sonrisa.- No me ocurre nada.

Con rapidez, giró sobre sus talones, abrió la puerta y, escurriéndose entre el hueco formado por ésta y el cuerpo de Níobe, se despidió de la cocina dirigiendo una última mirada de complicidad a la criada.

Poco después, un puñetazo propinado por uno de los invitados a la mesa donde estaba cenando, seguido de una carcajada general que se propagó velozmente desde el triclinio a todos los rincones de la domus, retumbó en todas las salas haciendo temblar las paredes.

Al parecer, al humo procedente de algún manjar tardío, le esperaban aún unos cuantos sobresaltos.  

***

Llovía. El auténtico clima otoñal había comenzado a dar señales de vida poco antes de las calendas de noviembre. El día que Drusila le dijo a Claudia que su amo, el director más afamado de Baelo, preparaba una obra de mimo para las próximas fiestas, llovía. Drusila era la mejor amiga de Claudia (por mucho que le pesase a su querida madre) y, además, trabajaba como esclava en casa de uno de los directores de teatro más exitosos de la ciudad y, prácticamente, de toda la Bética. Pero ahora lo importante era la noticia que acababa de recibir Claudia, y es que el mimo era el único género donde se permitía participar a las mujeres (aunque eso era sólo por el momento, ya se encargaría ella de cambiar las cosas). Debía presentarse al día siguiente en casa del directo Fulvio, ya que allí tendría lugar el reparto de los personajes. Era para una parodia mitológica, le dijo, y yo te he recomendado.

Al día siguiente, a la hora prevista, se presentó en la casa de Fulvio, donde ya se aglutinaban las personas que habían acudido con su mismo objetivo. En un principio, a nadie le extrañó lo suficiente como para dedicarle más de un segundo de su valioso tiempo el verla allí, si acaso un par de personas murmuró algo así como: “…qué pensará su familia…” o “a esta chica deberían sujetarla al piso, porque si no…”. En ese momento, Fulvio entró en la habitación, así que Claudia ya no pudo oír nada más porque se hizo el silencio más absoluto. 

Por lo que Drusila le había comentado, aquel pequeño cuarto sin muebles y con la pintura desconchada estaba destinado de manera perenne a los ensayos y asuntos de los grupos de teatro, por lo que no pudo dejar de sentir que, aun rodeada de casi cincuenta personas, era alguien importante. En medio de ese silencio, Fulvio comenzó a hablar, pero no parecía dirigirse a su público, sino que más bien parecía estar hablando solo, expresando sus pensamientos en voz alta. Hablaba de una forma pausada y sin elevar demasiado el tono de voz, algo innecesario debió a las reducidas dimensiones del espacio. Claudia no perdía detalle de todas y cada una de las palabras que salían de su boca: que si había que tomarse en serio aquel ejercicio, que si debían ser puntuales y no faltar a los ensayos, que si las personas que no pudieran participar en esa ocasión ya tendrían otra oportunidad… (sí, claro, pensó Claudia, como si fuera tan fácil). A continuación, fue nombrando a las personas que sí iban a poder participar en esa ocasión, y entre todos esos nombres estaba el de Claudia. Finalmente, cuando los no elegidos ya habían despejado ligeramente el local, se procedió al reparto de los personajes. Cuando le llegó el turno a ella, Fulvio dijo:

-Tú eres la amiga de Drusila, ¿verdad? Me ha hablado de ti y yo siempre procuro tener en consideración a mis esclavos. Espero que no te importa que te asigne un papel poco importante. Ya sabes, por lo que podría decir la gente… Serás la Discordia en "El juicio de Paris". 

¿Poco importante? ¿Poco importante la Discordia? ¡Vaya! Pues entonces cómo serían los importantes. Bueno, ya lo sabía, pero aún así le parecía haber tenido muchísima suerte. Fulvio le entregó un pequeño pergamino con lo que debía decir y cómo hacerlo y la citó para la semana próxima en el mismo lugar. Ese día, tendría lugar allí su primer ensayo (¡¡SU PRIMER ENSAYO!!). Más contenta que nunca, abandonó su puesto y se despidió de los demás con un escueto “hasta pronto”. La verdad es que, para empezar, no estaba nada mal.

1 comentario:

M.C.Latorre dijo...

¡Uoh, qué nervios! ¡Primer ensayo!
Me encanta leerlo porque tiene la inocencia y la frescura de la juventud.
:-D