jueves, 26 de marzo de 2020

CLAUDIA - Capítulo VIII


Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.

Otra nota: la imagen que acompaña a esta entrada no es mía (ya me gustaría a mí tener semejante talento). Pertenece a Eduardo Barragán. Si no lo conoces, tiene un blog superinteresante, que te recomiendo visitar, en el que recrea con todo lujo de detalles la huella romana en el sur de la península ibérica, incluyendo Baelo Claudia. 

Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana. Recuerda que cada jueves podrás leer una nueva entrega en este blog. ¡Espero que te guste! ;-)


CAPÍTULO VIII




Lo encontró sentado bajo uno de los arcos de entrada a la ciudad, arreglándose una sandalia. Estaba totalmente ensimismado en la tarea, vestido con su uniforme militar. La escasa túnica de color rojo bajo la armadura pronunciaba la anchura de su tórax. Cuando la vio, su rostro, o más bien su mirada, se transformó en preocupación. Miró a un lado y a otro apresuradamente y, tras comprobar que no corrían peligro de ser vistos, se fueron acercando el uno al otro. Coincidieron, como es lógico, en un punto intermedio.

Los dos estaban serios. Muy serios, A su alrededor, plebeyos y esclavos se desenvolvían en sus quehaceres con absoluta normalidad, sin prestar atención a la pareja. Al fin y al cabo, en aquella ciudad tan caótica todo el mundo tenía algo que hacer y no podían perder el tiempo en menudencias que no importaban nada. Todo quedaba en un segundo plano (por más que la madre de Claudia se empeñase en decir lo contrario).

-¿Se lo has dicho a alguien?- comenzó él.

-¡No! ¿Por quién me tomas?

-Lo siento, pero es que estoy muy nervioso. Tienes que perdonarme. No todos los días se prepara uno para una fuga.

-¡Ssssshhhhh! ¿No puedes hablar un poco más bajo?

-Sí, claro. ¿Por qué?

-¡Lucio!

-Disculpa.

-Estoy muerta de miedo.

-Yo también, mi Melpómene. Yo también.

-¿Qué vamos a hacer?

-Por lo pronto, esperar al día señalado. Procura tener todas tus cosas listas desde antes, nos conviene actuar con rapidez. Después… ya se verá.

-¡Baco, ¿qué va a ser de nosotros?!

-¿Te arrepientes?

-¡No! Eso nunca.

-Pues entonces reza para que todo salga bien.

-Descuida; lo haré.

-Pronto tendrás noticias mías. Según vea las cosas, te iré informando de los pasos que deberemos dar.

-Está bien.

-Y, sobre todo, permanece tranquila. Que nadie note nada extraño en tu comportamiento, ¿de acuerdo?

-¡Ja! Soy actor, ¿recuerdas?

-Je, je, je. Supongo que a veces aún se me olvida.

-Todo se va a desmoronar. Lo sabes, ¿no?

-Desgraciadamente, sí.

-Mi vida en el teatro… tu futuro en el ejército… todo se va a acabar.

-No pienses en eso ahora.

-Todo se va a acabar…

-Se terminaría de todos modos. No creo que a tu marido le hiciese mucha gracia verte sobre un escenario.

-No lo menciones, por favor.

-Lo siento.

-Más lo siento yo. Yo no puedo hacerte esto, Lucio…

-¿El qué?

-Permitir que abandones tu carrera de este modo. ¡Mírate! Pero si hasta para organizar nuestra huida…

-¡Ssssshhhhh!

-Perdón. Si hasta para… esto utilizas todas tus estrategias. Seguramente, en un par de años, ¡quién sabe adónde habrías podido llegar! Yo no tengo ningún derecho a pedirte que hagas ese sacrificio.

-No es ningún sacrificio, Claudia. El sacrificio sería permitir que te desposaras con semejante…

-…

-… entonces sí que se acabaría mi vida para siempre. Lo que me duele es pensar que tu gran actuación también va a ser la última.

-…

-¡Eh! No te pongas así. Al fin y al cabo, vamos a estar juntos, ¿no?

-Claro.

-Así me gusta, que sonrías.

-Todo va a salir bien, ¿verdad?

-Sí.

-Sí. Todo va a salir bien. Estoy segura.

-…

-Hasta mañana, entonces.

-Hasta mañana, Melpómene.

-¡¿Cuándo dejarás de llamarme así?!

-¡Ja, ja, ja!

No hay comentarios: