jueves, 2 de abril de 2020

CLAUDIA - Capítulo IX


Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.

Otra nota: la imagen que acompaña a esta entrada no es mía (ya me gustaría a mí tener semejante talento). Pertenece a Eduardo Barragán. Si no lo conoces, tiene un blog superinteresante, que te recomiendo visitar, en el que recrea con todo lujo de detalles la huella romana en el sur de la península ibérica, incluyendo Baelo Claudia. 

Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana. Recuerda que cada jueves podrás leer una nueva entrega en este blog. ¡Espero que te guste! ;-)


CAPÍTULO IX





Tres días antes de los idus de enero, Claudia empaquetaba algunas de sus cosas en la soledad de su habitación y lo hacía, a pesar de todo, con desgana. No en vano Baelo había sido su hogar (e incluso más que eso) durante dieciséis años. Durante dieciséis años, Baelo había sido toda su VIDA. Con nostalgia, pensaba en que jamás volvería a ver aquellos edificios tan conocidos por ella, a aquellas gentes, aquel pedacito de océano incrustado en la ensenada. Ignoraba adónde tendría pensado conducirla Lucio, pero, en cambio, sí que tenía muy claro que, allá donde fueran, en ningún lugar encontrarían un mar tan bonito como aquel.

Le parecía imposible que, en apenas unas horas, se vería obligada a dejar Baelo para siempre, algo que nunca creyó que fuera a ocurrir. En esos momentos, acudían a su mente recuerdos de su infancia (que, por otra parte, tampoco estaba tan lejos). Recordaba, al mirar la noche, cómo Níobe le había relatado, durante tantos años, la historia de la strix, el ave nocturna que se dedicaba (como si no tuviera más que hacer…) a chupar la sangre de los niños que se portaban mal. Pensaba en Tulio, en cuánto lo quería… (y en cuánto le costaba ahora no echarse a llorar…). Le gustaría contarle la historia de la strix, pero ya no era posible. Ésa iba a ser la última noche que pasaría en su casa. Ya no volvería nunca más…

Se veía a sí misma dentro de varios años, en algún lugar desconocido, recordando estos momentos que ahora se le hacían tan difíciles. Le gustaría saber qué tal le había ido la vida a Tulio, a Baelo y, aun a pesar de todo, a sus padres. Sentía tantas cosas en esos momentos… No podía evitar pensar que aquello era una equivocación, que todavía estaba a tiempo de… NO. De nada. ¡Pero era SU HERMANO! ¡Y SU CIUDAD! ¡SU CASA! ¡SUS PADRES! ¡SU OCÉANO! ¡SU VIDA! Tenía derecho a sentirse así. Se creía un enfermo agonizante que, a las puertas de la muerte y sabiéndose con los minutos contados, se daba cuenta del tiempo perdido, reprochándose a sí mismo todo aquello que nunca llegó a hacer…

En ese instante, Níobe entró en la habitación. No dijo nada. Claudia tampoco. A pesar de que no le había revelado su secreto, la buena mujer se imaginaba algo. Las pertenencias de Claudia amontonadas sobre el suelo no hicieron sino confirmar sus sospechas. Por una parte lo entendía, ¡claro que sí!, si no entendía ella a su niña, ¿quién lo iba a hacer? Pero aquello no implicaba que le gustase, que no le doliese. Sabía lo que estaba tramando, lo que aquello representaba, pero prefería no pensar en ello porque sabía que, si por un solo instante era débil y se detenía a reflexionar, no le permitiría marcharse.

Claudia sabía que Níobe se encontraba allí, detrás de ella, porque había oído el ruido de la puerta. No había sido capaz siquiera de darse la vuelta. Cuando reunió las fuerzas suficientes para ello, se giró lentamente apretando los puños a la altura de las caderas. Cuando por fin la tuvo ante sí, rompió a llorar y corrió hacia ella abrazándola, como si en el cuerpo de aquella mujer estuvieran condensados los espíritus de todas las personas que le importaban y a las que ya no volvería a ver nunca más…

***

Al día siguiente, una multitud de individuos se agolpaban formando una fila a la entrada del teatro. Faltaban aún unas cuantas horas para que diese comienzo la función, pero era tal la expectación que aquel estreno había provocado entre los habitantes de Baelo que, a pesar del frío de enero y de la fatiga por la espera, seguía llegando gente hasta las puertas del teatro cargada de provisiones tales como cojines y fruta, en previsión del largo rato que deberían permanecer sentados en los fríos e incómodos asientos de las gradas.

Como en cada ocasión, el teatro servía, más que para transmitir cultura o disfrutar del espectáculo, para reencuentros, cotilleos y rencillas entre sus asistentes. Los padres de Claudia, máximos representantes de la prosperidad de la ciudad, no podían ser menos. Claudio y Antonia, haciéndose esperar, demoraron su llegada al teatro y convirtieron ésta en un auténtico derroche de buenos modos y elegancia. Ataviados con algunas de sus mejores galas, aparecieron por allí como si fueran la “decencia” personificada. Eso sí, había un rastro de preocupación, o mejor dicho, de intriga en sus ojos. Con disimulo, echaban rápidas ojeadas a la multitud esperando encontrar entre ella a su hija, desaparecida desde aquella mañana. Suponían que estaría allí, porque hubiese sido el colmo que, precisamente ella, hubiera faltado a un acontecimiento tan importante, pero no entendían por qué no había acudido con ellos, como le correspondía. Seguramente estaría mezclándose con la plebe, pensó su madre.

En la undécima hora post meridiem se abrieron las puertas. Una avalancha de aficionados se abalanzó al interior, corriendo a ocupar sus puestos en las gradas, mientras que los más rezagados se hacían los remolones en el exterior, producido, sin duda, por la seguridad que ofrece el tener un asiento asignado permanentemente. De ese modo, los últimos en entrar eran siempre los ricos.

Durante casi una hora se sucedieron en el edificio las conversaciones entre amigos, las charlas de política, las risas los nervios y la venta de alimentos entre el público.

Detrás del escenario, una histérica Claudia daba los últimos retoques a su atuendo. Aunque por fuera aparentaba serenidad al lado de sus escandalosos compañeros, el nerviosismo que la atacaba interiormente era difícil de soportar. De hecho, si aquello no pasaba pronto, no creía que fuese capaz de aguantar mucho tiempo más. Se preguntaba si ya habrían llegado sus padres, si estaría todo preparado, si saldría bien… Sabía que se estaba arriesgando demasiado, pero ya no tenía nada que perder.

1 comentario:

M.C.Latorre dijo...

:-O ¡Nos has dejado en ascuas!