Chicos, ha habido dos
ocasiones en mi vida en las que me he sentido tan nerviosa que en las dos creí
que nada podría evitar el colapso, y lo curioso es que ambas tuvieron lugar con
apenas unos meses de diferencia. Una de ellas fue cuando presenté Faery, mi primera novela, delante de
toda mi gente y de un montón de desconocidos en la Feria del Libro de Oviedo.
La otra había ocurrido solo unos meses antes, en Gijón, y fue el día en que
vuestro tío Nino y yo nos vimos en persona por primera vez. Porque sí, chicos,
todo lo que os he contado hasta ahora es la historia de dos extraños separados
por dos mil kilómetros de distancia. Increíble, ¿verdad?
El 3 de octubre de
2009, el equipo en el que vuestro tío Nino jugaba como pivot por aquel
entonces, el Balonmano Puerto Cruz, se desplazó hasta Asturias para medirse
frente al Medicentro Gijón. Pero hay algo que los cronistas, periodistas
deportivos y aficionados no os relatarán jamás acerca de aquel partido, chicos.
Ninguno de ellos os podrá decir nunca que una hora y media antes del partido yo viajaba en un Alsa entre Oviedo y Gijón, con el pulso acelerado y la nuca
empapada en sudor frío. Ellos tampoco os hablarán del momento en el que vuestro
tío Nino, ya convocado en el pabellón junto al Piles, me llamó para preguntarme
por dónde iba, ni de la forma en que yo le mentí descaradamente, diciéndole que
me quedaban apenas diez minutos de camino cuando en realidad estaba en el
extremo opuesto de la ciudad. Nadie os contará cómo corrí por el maldito Muro
para llegar a tiempo, ni os podrán describir el escalofrío que me recorrió
cuando Nino, tan nervioso como yo o más, me llamó una segunda vez para decirme,
con voz temblorosa, que ya podía verme caminando a toda prisa entre los árboles
de la avenida. Vuestro tío Nino y su vista biónica… Yo, chicos, iba sin gafas.
Ya sabéis cómo funciona eso, ¿no? Estuve a punto de darme de bruces contra el
polideportivo antes de verlo a él.
El 3 de octubre de
2009, el BM Puerto Cruz se desplazó hasta Asturias para medirse contra el
Medicentro Gijón.
Perdió de tres.
Pero a todos nos dio
igual.
Porque jamás
recordaremos ese partido por el resultado, sino por todo lo demás. Las primeras
miradas. Las primeras caricias. Los primeros besos. Las primeras sonrisas. Las
primeras fotos. Las primeras sensaciones. El tío Nino dejó de ser un perenquén
en la pantalla, partidas de Buscaminas en el Messenger, horas de payasadas a
través de la webcam y SMS archivados hasta el infinito en la memoria del móvil para
convertirse justamente en eso: en vuestro tío Nino. Y mañana los dos firmaremos
para que siga siéndolo durante mucho tiempo más. Todo el tiempo que quiera.
Todas las vidas que quiera.
Os prometo, chicos, que
he tenido que tirar de hemeroteca para poder narrar este capítulo, porque yo no
me acuerdo de nada. Los sesenta minutos de juego pasaron para mí en una
nebulosa extraña y vertiginosa en la que solo veía a vuestro tío Nino correr de
un lado a otro y acumular tarjetas, algo que con el tiempo aprendí que hacía
para autoexpulsarse cuando ya no podía con su alma (y no, ni siquiera ese día
cambió su rutina para impresionarme. Vuestro tío es así). Lo que sí recuerdo a
la perfección son las reacciones de sus compañeros de equipo cuando me vieron
aparecer en el pabellón; la mirada alucinada de los que no sabían nada; los
aplausos y ovaciones de los que ya estaban enterados de todo. Ese día aprendí
que solo hay una cosa en el mundo capaz de provocar más vergüenza que darle un
primer beso al chico al que conoces desde hace más de dos años y al que nunca
has visto en persona: hacerlo delante de toda la plantilla de un equipo de
balonmano.
Tras aquel primer
partido, y tras la primera despedida, apurando cada segundo al pie del autobús
que los trasladaría al aeropuerto (la primera de muchas despedidas amargas que
iríamos acumulando con los años entre estaciones y aeropuertos), vuestro tío
Nino me contó que, al subirse a la guagua,
sus compañeros lo recibieron con vítores y gritos triunfales. ¡Y eso que
perdieron de tres!
2 comentarios:
Que bonito! Y todo esto es real? Me encanto, que grandes son esos primeros momentos y que importantes se hacen en nuestras vidas!
Absolutamente todo es real, Ángela. Cada pequeño detalle :).
¡Me alegra que te haya despertado una sonrisa!
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