jueves, 31 de diciembre de 2009

Propósitos de Año Nuevo

Soñar, crear y teclear... MÁS.

martes, 29 de diciembre de 2009

Las tripas de mi corazón - Boceto de Noche de Diavolata


Hay un archivo en mi disco duro repleto de todas esas ideas que surgen en mi cabeza como luciérnagas en la noche cuando una canción salta a la primera fila de la gramola, cuando camino de casa a la facultad o de la facultad a casa y mi mente se evade en mitad de un paso de peatones, cuando no me puedo dormir y dejo que mis neuronas jugueteen un rato más junto al calor de mi almohada.


Ese archivo es el primer filtro -o, mejor dicho, la ausencia de filtro- para una gran parte de las futuras escenas que poblarán mis novelas. Rara vez ven la luz esos pequeños bosquejos tal y como fueron elaborados inicialmente, aunque sí son muy fáciles de identificar en el resultado final de la obra.


Esos breves fragmentos de historia, esas mínimas porciones de realidad sin descripciones, sin escenarios, sin correcciones ni aclaraciones, son los pulsos que le dan vida a mis Príncipes y que me dan vida a mí.


Hoy, sin motivo aparente, y con multitud de ellos al mismo tiempo, me apetece regalaros uno. El último añadido a esa larga lista de imágenes fugaces que, algún día, formarán parte de algo tan grande como el amor entre un hombre -o un demonio- y una mujer.


Noche de Diavolata. Capítulo ¿? Escena ¿? En el balcón de la suite por la noche.


—¿Habías estado aquí antes?

—Alguna vez.

Una. Con Lily. (pensamiento en cursiva)

—¿Qué es eso que tiene de especial? Llevo todo el día dándole vueltas y no soy capaz de descifrarlo.

—¿Tienes que emplear la lógica para todo? Es Sorrento. Eso es lo que tiene de especial, sólo eso. Simplemente disfrútalo.

—¿Y cómo es para ti Sorrento?

Pausa.

—Apasionada.

¿Había elegido él deliberadamente un adjetivo en femenino?

—Me voy a la cama.

—Es como tú.

—¿El qué? ¿La cama?

—No. La Campania. Es ácida y voluptuosa, con un toque de dulzura. Vive perpetuando imposibles, soñando con algo que ya no podrá ser. Y, sobre todo, se empeña en ofrecerle al mundo una cara que no es la suya.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Una gran noticia

La web El Rincón Romántico ha tenido la amabilidad de añadir a su página la entrevista que me realizó Nieves Hidalgo este mismo mes. Podéis verla pinchando desde la portada o mediante el link directo a la entrevista:

http://www.elrinconromantico.com/

http://http//www.elrinconromantico.com/w/index.php?option=com_content&view=article&id=82:-de-escritora-a-escritora-erika-gael&catid=38:articulos-y-noticias&Itemid=65

Y la novedad más importante: allí podréis disfrutar también de la estupenda crítica que ha realizado Irdala de Noche de Mardi Gras. Infinitas gracias, Irdala.

http://www.elrinconromantico.com/w/index.php?option=com_content&view=article&id=83:-noche-de-mardi-gras-de-erika-gael&catid=38:articulos-y-noticias&Itemid=65

Como véis, no puede haber una forma mejor de darle la bienvenida al Año Nuevo, al menos para mí ;).

Millones de gracias y un saludo desde aquí a todo el equipo de El Rincón Romántico.

martes, 22 de diciembre de 2009

Impresionismo

No voy a escribir un relato acorde con estas fechas. Tampoco voy a hacer que resuenen vuestros altavoces con la estridencia de un villancico o que parpadee vuestra pantalla con mil guirnaldas de pequeñas luciérnagas. No voy a fabricar un christmas personalizado, ni a felicitaros las fiestas con alguna de esas trilladas frases estampadas con un sello en las tarjetas de El Corté Inglés.


No voy a sacar el turrón ni los mazapanes. No voy a tocar la zambomba, ni a pedir el aguinaldo, ni tampoco a dejar que las burbujas aleteen en torno a mi anillo de oro en el fondo de la copa. ¿Brindar, siquiera? No, tampoco.


No voy a hacer ninguna de esas cosas, no os preocupéis. Y eso que me chifla la Navidad. Me encantan los villancicos que retumban en las calles, las lucecitas de colores en las fachadas y en el interior de cada casa, me encanta el turrón y el champán de las doce y un minuto.


Pero lo que más me gusta de la Navidad es, sin duda alguna, que por una vez en el año se nos permite sentir. Es esa emoción, buena o mala, pero a flor de piel, que nos embarga a todos y que a nadie le da vergüenza confesar lo que me atrae irremediablemente de estas fiestas. El instante mágico en el que el pasado, el presente y el futuro se conjugan en un abrazo, una sonrisa, una llamada telefónica o un grito infantil que rasga el papel de regalo.


Puesto que me pirra escribir, me pirra la Navidad, y me pirra el sentimentalismo duro que caracteriza esta época, os quiero felicitar del mejor modo que sé: con un relato, sí, pero con uno que escribí ya hace muchos meses, cuando había un sol espléndido en el cielo y el chocolate a la taza había sido sustituido por un té bien frío. Uno que no os esperáis.


¿Uno que nos emocione?, diréis.


No.


Uno que me emociona a mí.


Ahí va, con mis mejores deseos para las fiestas y para el año que está a punto de comenzar:



Impresionismo


¿Ve ese gato negro en el cuadro? La culpa la tuvo ella, sin querer, una tarde de agosto. Estaba tan acalorada que, delante de mí, aferró el balde de agua que reposaba junto a la ventana y volcó todo el contenido sobre sus enmarañados cabellos oscuros. Después se sacudió, como una gatita enfadada, y centenares de gotas salieron despedidas en todas direcciones. Como ya habrá imaginado, esa esquina recibió una buena parte. Aún no estaba seca y los colores se mezclaron, cayendo en arroyos hasta el caballete. Un estropicio, comprenderá. Traté de arreglarlo pero el daño era irreversible. Así que pinté un gato negro encima. En homenaje a ella y a aquella gloriosa tarde de agosto en que nos despedimos. Cuando firmé el cuadro, la muchacha se vistió y la magia se rompió. Mis ojos se secaron, igual que mis pinceles, y no volví a verla más.



© Texto: Érika Gael

© Imagen: Olympia, Édouard Manet

jueves, 17 de diciembre de 2009

The cat´s alive, Brick


Todo se reduce a un click.




Un click que, sin embargo, no llega, ¿eh, Maggie?




No llega.




¿Y mientras tanto?




Mientras tanto la asfixia.




Sigue asfixiándote, pudriéndote, rebajándote, anulándote.




Sigue quemándote en tu estúpido tejado.




La luna está llena. Y tú estás vacía.




¿Costó, eh? Pero al fin la viste. Entera. Redonda. De verdad.




Ya lo decía tu gran amigo Tennessee: Ha salido la luna y está pálida, un poco amarilla...








viernes, 11 de diciembre de 2009

Entrevista en el blog de Nieves Hidalgo

Hace poco más de un año, una mujer de la que yo sólo conocía el nombre que figuraba en la portada de un libro, me daba las gracias a través de mi blog por la crítica que realicé sobre su novela "Lo que dure la eternidad". Hoy, soy yo quien tiene que agradecerle a ella la oportunidad maravillosa que me ha brindado. Esa oportunidad podéis leerla aquí ;):

http://nieveshidalgo.blogspot.com/2009/12/autora-erika-gael.html

Gracias, Nieves. Faltan autoras como tú.

martes, 1 de diciembre de 2009

De La Mole, M.

Diría si alguien me lo preguntara -y juro que no miento- que no sé cuál es el primer libro que cayó en mis manos, al igual que tampoco recuerdo con exactitud el título del primero que fui capaz de liquidar yo solita. No sé cuál fue el primero que me regalaron, ni mucho menos el primero que tomé prestado en la biblioteca de mi ciudad. Me parece imposible recordar el primer libro que me hizo llorar, el primero que me hizo reír o el primero que me hizo temblar -aunque, si me pongo, estoy segura de que algo acabaría saliendo a la luz-. Sin embargo, nunca fui capaz de olvidar el primer libro en el que existí.


Resulta muy curioso abrir las tapas de un ejemplar y tener que cerrarlas poco después, estupefacta, cuando te das cuenta que tú misma ocupas páginas y páginas de esa historia. A todo el mundo le ha pasado eso en algún momento de su vida mientras escuchaba una canción, todos hemos salido alguna vez del cine con la sensación de haber pasado una hora y media reviviendo parte de nuestra vida pasada. Pero, ¿con un libro? ¿Cuántas personas pueden decir eso de la palabra escrita? No me refiero a la identificación, ése es un fenómeno demasiado simple de explicar. El ser humano tiende a la normalidad, ya lo dijo Gauss, así que no debería extrañarnos en absoluto saber que otros sienten lo que sentimos, dicen lo que decimos y viven lo que vivimos.


No, para nada. No es de la identificación de lo que estoy hablando. Es de la posesión más pura. De cómo un cuerpo puede poseer una mente. Y de cómo una mente, por tanto, puede poseer otra. Ya ha quedado claro que los demás tienen la capacidad -y el derecho- de sentir lo que sentimos, decir lo que decimos y vivir lo que vivimos. Pero, ¿tienen el derecho a ser lo que somos? ¿Puede un personaje ser uno mismo? ¿Uno creado, además, ciento cincuenta y cinco años antes de mi nacimiento? Como dice mi madre, si nos parecemos es porque tú te pareces a mí, no porque yo me parezca a ti, no seas retorcida. Stendhal publicó Rojo y negro en 1830. Mi madre me publicó a mí en 1985. No, mamá, no quiero ser retorcida, pero es que asumir que a medida que crecía me convertía en un personaje del que ni siquiera tuve conocimiento durante mis primeros diecisiete años de vida es más difícil de asumir que el que las casualidades existan y que todos tenemos un doble, no sólo físico, en este mundo.



Tropecé con Mathilde de La Mole un aburrido verano, en una época de mi vida en la que, como todo el mundo, el afán de enriquecimiento y el ingenuo e inconfesable deseo de proclamarme superior al resto de la raza humana me absorbían. Para quienes no conozcan la obra de Stendhal, basta decir que Mathilde es una de las protagonistas de peso de la novela, la segunda amante del seminarista Julien Sorel, hija de un acaudalado aristócrata parisimo y descendiente directa del legendario Boniface de La Mole, malogrado favorito de la reina Margot.


Pero todos los títulos nobiliarios y genealogías diversas de Mathilde perdieron sentido en el momento en el que ella perdió la chaveta y yo me enganché a su pose trágica y sus atribulados devaneos emocionales. Dicen los expertos, que son gente que sabe mucho de Mathilde de La Mole porque Mathilde de La Mole sin duda se merece que haya teóricos de todo el planeta estudiándola a ella, que Mathilde es un ser emocionalmente estúpido. Yo añado, además, que Mathilde de La Mole es el personaje más histriónico, caprichoso, melodramático, inestable, romántico -desde el punto de vista más estricto posible-, entregado, leal, incomprensible, inteligente, trasnochado, áspero, llorica, valiente, crédulo, cultivado y complejo de cuantos me he encontrado. Vive anclada en su mundo de fantasías y cuentos de hadas truculentos al más puro estilo Werther. Se niega a vivir la realidad, desde el principio hasta el fin de sus días; se niega a adoptar una perspectiva objetiva sobre el mundo, los sentimientos y los que la rodean. Es pesada, mojigata, seductora, hiperreflexiva a la vez que inconsciente e irresponsable, clasista, malcriada, sosa e insufrible.


Pero es única de un modo que me aterra. Y me aterra porque, en un momento determinado de mi propia existencia, yo sí tuve que abrir los ojos y dejar de jugar a las tragedias griegas. Menos mal que aún me quedan mis escritos para dejar salir a la Mathilde que, muy a mi pesar, tuve que guardar bajo tres vueltas de llave.
Foto 1: Julien Sorel & Mathilde de La Mole, por Perinic.
Foto 2: Rouge et noir, por Balade visuelle.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Amor, ven a mí


Y cuando pensé que nada más podría sorprenderme, que ninguna novela romántica volvería a engancharme como antaño, que las lectoras habíamos tenido que pagar un peaje demasiado costoso, el de la calidad, a cambio de ver incrementadas las novedades que cada mes pueblan las mesas de la librerías, vino la Kleypas y me dio una bofetada.

Maldita Kleypas, siempre ella. Ella me enganchó al género y ella, sólo ella, ha conseguido reengancharme más de dos años después de aquel Diablo en Invierno.

A las que pensáis, como yo, que la edad de oro de la Romántica es agua pasada. A las que comenzáis a temer -si es que no estáis ya completamente aterrorizadas- que en este género está todo escrito. A las que sois incapaces de ver en el siglo XIX otra cosa que no sean carnets de baile, guantes de cabritilla y pérgolas en el jardín. A las que soñáis con personajes con matices, relaciones complejas, tramas lentas -y seguras-. A las que os apetece deleitaros con una de esas épicas historias de amor cada vez más escasas. A las que siempre se preguntaron qué demonios hubiese sucedido si Escarlata se hubiese dado cuenta antes de sus errores y no hubiese permitido que Rhett saliese por la puerta. A las fans de la Guerra de Secesión -bendita Guerra de Secesión, siempre viene ella a sacarnos del atolladero-. A las que se emocionan, enfadan, ríen, sueñan, reflexionan y ni pestañean delante de un buen libro.

A las que necesitan que el amor en tinta y papel vuelva a ellas. Ya conocéis el secreto: sólo hay que llamarlo.


viernes, 20 de noviembre de 2009

Noche de Diavolata - Avance

-La Diavolata no es una fiesta que tenga lugar una vez al año, Lea. No hay manzanas de caramelo ni galletas de jengibre en mi mundo; los niños no juegan con espadas de madera porque ni siquiera se les permite jugar. No hay ningún ángel redentor que venga a salvarnos a todos. La Diavolata es algo serio, una cuenta pendiente que necesita ser ajustada para que podamos vivir en paz el resto de la eternidad. Comenzó hace seis mil años y aún no ha acabado.

Samael tomó aire. La miró como si no fuera a hacerlo nunca más, como si con un sólo vistazo de sus ojos azules pudiese transmitir la intensidad de sus palabras, y prosiguió.

-¿Y tú en qué bando estás? Tienes que decidirte, Lea. Tienes que dejar de jugar con espadas de madera y de comer manzanas de caramelo mientras esperas a que tu ángel de la guarda baje a indicarte cómo debes vivir. Tienes que decidir ya en qué bando quieres estar -la taladró con sus pupilas de reflejos escarlata una vez más. La última-. Por quién quieres luchar.

Lea registró cada segundo transcurrido con un latido de su corazón. Uno, dos. Tres. Al cuarto, se dio la vuelta despacio y la suite Pompeii desapareció de su campo de visión.

Sam no dijo nada cuando la vio asir el pomo. Ella lo agradeció.

Después... tan sólo se limitó a tirar de él con decisión. Tiró de él, la puerta se abrió y Lea salió.

Ni siquiera se quedó a escuchar el ruido que, como un disparo de fogueo en mitad de la noche, hizo el pestillo al cerrarse.
© Érika Gael

lunes, 16 de noviembre de 2009

Para todo lo demás...



Comerte un tute de kilómetros y trenes y estaciones y más trenes en poco más de cuarenta y ocho horas, ver más caras de las que tu sistema receptivo puede procesar, oír todo tipo de comentarios acerca de la novela romántica -unos bastante afortunados, otros... no tanto- durante todo un fin de semana, dormir poco -no voy a decir que mal porque cierta griega que ocupaba la cama de al lado me mata-, quedarte afónica, recuperar viejas amistades, dejar otras por el camino, comer mucho -y bien-, reír, echar de menos gentes, lugares, momentos...




Asistir a las III Jornadas de Novela Romántica es agotadoramente caro.




Llegar a casa el domingo por la noche y encontrar en el correo electrónico merchandising gratuito para mis novelas, con Lucifer calentito y recién salido del horno, dándome ánimos para seguir adelante y un motivo de peso para hacerlo, no tiene precio...
Nota: El texto que acompaña a la fotografía pertenece a la novela Noche de Mardi Gras y, como tal, está protegido por los derechos de autor. Las fotografías pertenecen, asimismo, a la autora de este blog, y han sido cedidas personalmente a Icenico´s Arts para la elaboración de los montajes. Se prohíbe su reproducción con fines lucrativos y el uso indebido tanto de las imágenes como de los textos.
© Érika Gael, 2009.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

El trueno en la memoria


¿Qué? ¿Pensábais que me había olvidado? Pues no (que me hacen falta dos blogs, madre mía, que empiezan a hacerme falta dos...)


Si ayer me hacía eco de la salida al mercado de "Dama de Tréboles", hoy tengo el gusto de anunciar que, precisamente ayer, también se puso a la venta "El trueno en la memoria", libro de Ediciones Rubeo donde se incluye un relato de otra amiga, querida, admirada, compañera de fatigas, charlas, consejos, ánimos y desánimos y, sobre todo, de una gran escritora aún por descubrir en el género largo: Ana Iturgaiz.


"Año de Nieves" fue una sorpresa para todos, incluida su autora, y por eso probablemente resulte más dulce su éxito editorial. Ése ya lo tiene asegurado, ahora sólo queda esperar el éxito entre el público, que también llegará.


Muchas felicidades, Ana, ¡y mucha suerte!

martes, 10 de noviembre de 2009

Dama de Tréboles


Hoy es un día especial con una noticia especial. Para las que aún seguimos en la estacada editorial, ver "Dama de Tréboles" en las librerías es, más que una novedad literaria, una muestra de las vueltas que puede dar la vida y un regalo a la perseverancia y, sobre todo, a la confianza plena en lo que se hace.


Hace un año, nadie daba un duro por esta novela. Hoy, entra por la puerta grande del recién estrenado sello Romanticae (La Esfera de los Libros). Y todo porque Olivia se negó a guardarla en un cajón y dejar que se llenase de polvo (de ése mismo que, según le auguraban, tendrían que acabar barriendo sus vaqueros en el medio del camino).


Yo no conozco el subgénero (ésta es la única obra del Oeste que he leído en mi vida), ni tampoco sé mucho de Historia americana ni de costumbres rancheras. Sin embargo, he tenido un par de décadas para entrenar mis conocimientos en literatura y esta novela, frente a la cada vez más premiada mediocridad en favor de las cifras de ventas, es más de lo que podríamos esperar en una obra novel. Está escrita con mucho mimo técnico y, sobre manera, con un cariño especial por los personajes y el ambientación. Y eso se nota.


Desde aquí quiero desearle a Olivia toda la (merecida) suerte del mundo en esta aventura que, aunque ya arrancó hace unos meses, hoy da el pistoletazo oficial de salida. Como autora, porque sé que aún tiene mucho que decir, y como persona, porque a pesar de todo mantiene la coherencia en el suelo y la ilusión en las nubes.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Entre el crimen y el beso


La Reina Negra desespera en comisaría, preguntándose por qué nunca soñó, como las demás, con un rescate a lomos del Caballo Blanco. Su marido lloriquea junto a ella; la nena pasará cien años en coma tras engullir el licor de manzana envenenado que quedaba en el mueble-bar. Los enanos deben cuatro meses de alquiler y ya no queda ni para la fianza.


El comisario, con arnés y bigotito, toma declaración a la Dama de Tréboles. La ventanilla se ahúma cada vez que la señora da una calada al cigarro y exhala siglos de mala suerte por los orificios nasales. No fue ella quien apuñaló al mayordomo asesino. Fue un error del Siete de Espadas. Además, él se lo buscó.


Las baratijas del Rey Blanco tintinean en su pecho mientras Campanilla anuncia su llegada. Viene arrastrando al Principito, enfurruñado porque los mayores no le dejan jugar. Amenaza con arrancar los pétalos de su Rosa, sabiendo que, si lo hace, la Bestia irá a la silla eléctrica. El Tres de Diamantes guiña un ojo, pero el monarca disimula. En Nunca Jamás, los gigolós de los bajos fondos no dan buena reputación.


Los peones se amontonan en celdas de polvo y desconsuelo. El reloj que cierto forense recuperó del estómago de un cocodrilo marca la medianoche, pero allí nadie descansa. No mientras el Rey de Copas siga arrastrando su cáliz entre los barrotes, sediento de ambrosía. Ni tampoco mientras la Ratita Presumida se ocupe de devolver el brillo al suelo ajedrezado. Ni mucho menos mientras la Reina de Corazones se empeñe en contemplar en su espejito de mano, fascinada, la cicatriz que un leñador, despechado por una pequeña encapuchada, dejó en su cuello.


Dicen que una niña rubia la observa del otro lado. Eso, no me lo creo.



© Érika Gael

jueves, 29 de octubre de 2009

La voz de mi conciencia


La voz de mi conciencia nació en el Peloponeso, un sitio muy cuco que viene a quedar saliendo de Bilbao en dirección a Santurce. Sin embargo, es difícil que la veas con la falda arremangada y luciendo la pantorrilla, ya que tiende a esconder la verdadera naturaleza de su alma bajo chispeantes dosis de acidez y cinismo.


Tiene tendencia al estrés, como yo, a la ponzoña verbal, como yo, al pesimismo innato, como todo el mundo, y también a estados carenciales de motivación y confianza. Es una voz refunfuñona, peleona, insistente, dubitativa y viperina, pero es la mejor voz que te puedes encontrar si quieres dedicarte a la cosa ésta que se llama literatura (me acabo de dar cuenta de que rima con basura).


Mi voz me dice exactamente en qué momento tengo que dejar de lloriquear y ponerme las pilas. Nunca me cuenta lo que quiero oír (bueno, sí a veces), pero es mi principal contenedor de autoestima industrial cuando las cosas salen mal. No es que tenga criterio, es que ella en sí misma es un auténtico X+Z=Y, de esos que no tienen precio por lo escasos que son. Es franca, original, divertida, generosa, sensible y… ¿en cuántas ocasiones me ha ayudado a salir del bache? No puedo contarlas. No termino hoy.


Así es la voz de mi conciencia. Con sus defectos y virtudes (especialmente defectos, heredados todos de una abuela algo cascarrabias), pero no sé cómo sería capaz de llevar todo esto sin ella.

lunes, 26 de octubre de 2009

O paras o te paro yo


Sí, soy yo. Deja de hacerte la distraída y préstame atención. Ya sé que una conductista radical declarada como tú no cree en mentalismos estúpidos, pero deberías saber que existo. Estoy aquí. Tu cuerpo no es una máquina, Érika. No busques engranajes mecanicistas.


No los vas a encontrar.


A veces, no todo en la vida se reduce a un simple esquema. A veces el estímulo no va seguido de nada. A veces la respuesta se produce de forma espontánea. A veces no podemos controlar lo que nos pasa, es cierto, pero otras muchas sí. Dices que llevas 24 años oyendo la misma canción de responsabilidades, expectativas y autoexigencias en tu cabeza.


Pues no sabes lo que es SER tu cabeza. El martilleo ya no me deja dormir.


Te lo ha dicho el médico. Sí, sí, ya sé que huyes de la medicina con el mismo pavor con que te alejas de las teorías de Bandura, pero hoy te ha gritado la realidad a la cara y creo que, por una vez (y sin que sirva de precedente, claro), deberías hacerle caso.


Tu cero negativo está perfecta. Tu tensión está baja, como siempre, pero eso no debería pillarte por sorpresa.


Es tu alma la que no puede más.


Soy tu cuerpo, Érika. Acuérdate de mi existencia de vez en cuando. Las cargas que tú te impones pesan en mi espalda. Es mi estómago el que se revuelve con cada nueva crisis de estrés tuya. Son mis sienes las que palpitan cuando tus retinas dicen basta.


Estoy aquí, Érika. Estoy al límite. O te paras tú o te paro yo. Y, créeme, no te va a gustar.

lunes, 19 de octubre de 2009

Todo muro tiene un contrafuerte

-Estoy bloqueada, Nico. Muy bloqueada. Tengo miedo de no volver a sentir la misma fascinación al escribir que antes, cuando me quemaban los dedos y el alma por hacerlo. Miedo de no volver a apasionarme como solía.

-¿Crees que si ya no te apasionara estarías así?

-Me siento mediocre. Es como si nada pudiera volver a llenarme igual. Como si nada de lo que hiciera a partir de ahora pudiera estar a la altura de Mardi Gras.

-Una vez me dijiste que en Noche de Mardi Gras habías puesto toda tu alma. Todo lo que fuiste y serás. Si tu alma está ahí, ya no puedes disponer de ella a tu antojo. No trates de copiarte a ti misma. Tan sólo disfruta.



Nunca he sido una gran devota de la arquitectura románica, pero tengo que reconocerles a los del medievo su mérito al imaginar que, si adosaban a las paredes de piedra un elemento compuesto del mismo material, de tal forma que se engrosara su tamaño y se repartiera el peso de la bóveda de forma más equitativa, la resistencia de los edificios aumentaba.

Así nacían los contrafuertes.

En los últimos tiempos, yo me he sentido como un muro. Uno de esos antiguos y desvencijados muros cubiertos de moho y que sufría a escondidas el mal de la piedra. Mi aguante, ése del que decían que resultaba asombroso, estaba alcanzando sus propios límites. Hasta las más imponentes catedrales tienen que asumir los golpes y la erosión que las peores ventiscas azotan en ellas.

Mi muro, por decirlo de algún modo, no sólo estaba a punto de derrumbarse, sino que, además, estaba tan debilitado que amenazaba con afectar a los muros laterales, a las capillas, los retablos. Desafiaba con la destrucción absoluta.

Hasta que llegó algún sabio, lo vio, y le hizo el boca a boca.

Ahora mi muro tiene contrafuertes, y se eleva hacia las nubes con ganas de demostrarle al cielo, al infierno y a la tierra, todas las cosas que aún le quedan por decir. Con la ilusión de demostrar cuánto vale y, sobre todo, de saber que hay más piedrecitas labradas sosteniéndole y deseando escucharlas.

El primer contrafuerte lo construyeron hace una semana, con las palabras que figuran arriba del todo. El segundo terminó de erigirse ayer, gracias a otra persona y otras palabras que lograron que parte de mi confianza rota resurgiera de sus cenizas.

Hace tiempo dije yo que me dolían las alas de cargar con ellas. Hoy, sólo puedo decir GRACIAS a las personas que me ayudan a sobrellevar su peso.

jueves, 8 de octubre de 2009

Claudia

El polvo lo cubre todo. Baelo es una ciudad muerta. Y, sin embargo, el cielo permanece azul, y el sol sigue brillando en lo más alto los días de calor, y las olas del océano -su océano- continúan estrellándose ruidosamente contra la orilla...

Tenía 17 años cuando escribí Claudia. Han cambiado muchas cosas, incluso -particularmente- yo misma lo hice. Tantas, que a veces ni siquiera reconozco, si me detengo a leer entre líneas, a la adolescente ingenua y dispuesta a comerse el mundo que escribió esas palabras en el epílogo de su primera novela.

Pero era yo. Sigo siendo yo. Aunque trate de ocultarlo, sigo siendo esa adolescente ingenua. Y sigo dispuesta a comerme el mundo. Letra a letra.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Milgram


A comienzos de los 60, el psicólogo norteamericano Stanley Milgram llevó a cabo una serie de experimentos en la Universidad de Yale con los que pretendía demostrar si la obediencia a la autoridad bastaba para lograr que alguien cometiese asesinato. Para ello, reclutó a más de 1000 sujetos a través de las páginas de un periódico, a los que citó como conejillos de indias de un estudio cuyo fin desconocían.


Cuando llegaban al laboratorio, los sujetos, de forma individual, eran trasladados a una pequeña habitación donde sólo había una silla, un panel de descargas eléctricas y un "colaborador" en la investigación que vestía bata blanca. Los cables eléctricos estaban conectados a un sujeto cómplice al otro lado de la pared.


La supuesta tarea se desarrollaba así: el experimentador leía pares de palabras que su cómplice debía memorizar y repetir correctamente. En caso de fallar, el sujeto evaluado debía proceder, bajo órdenes estrictas de su "colaborador" de bata blanca, a proporcionar una descarga eléctrica de mayor intensidad cada vez, hasta un máximo de 450 voltios. El cómplice estaba entrenado para protestar a partir de los 120 voltios, aullar de dolor y suplicar clemencia a los 180 y guardar silencio agónico (muerte fingida) a partir de los 300.


Milgram pensaba que TODOS los sujetos abandonarían la tarea a la primera, independientemente de las órdenes que se les dieran.


El 63% de los examinados llegó hasta el final.


Hace cuatro años entré en una facultad en la que, por no saber, no sabía ni dónde estaba la máquina del café. Nunca, en veinte años, me había planteado estudiar Psicología, hasta que seis meses antes mi vida cambió y cambió también el rumbo de mi vocación. El primer día de clase no entendía nada. El segundo, aún no tenía claro por qué estaba allí. El tercero, llegó Milgram.


Y entonces tuve claro que los caprichos del destino son inescrutables, y que me había elegido a mí por alguna razón.


Ahora empieza la cuenta atrás. Estoy en quinto y pronto la facultad será sólo un recuerdo. El recuerdo de cinco años de vértigo que me han convertido en lo que soy.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Otros pasos

De nuevo mis pasos me alejan de aquí. Prometo volver limpia de erupciones volcánicas una vez más.

Primero fue Carlota la que hizo las maletas y vivió la mayor aventura de su vida durante su viaje de fin de carrera. Ahora le toca a su creadora.

Nos encontraremos de nuevo dentro de unos días, con fotos, cansancio, vivencias y un montón de anécdotas que contar. Y, ¿quién sabe? Tal vez también con alguna que otra idea reveladora en mi cabecita...

Un beso.


martes, 15 de septiembre de 2009

Fue por unas bragas


—Todo empezó por unas bragas.


—¿Unas bragas?


—Sí, te lo juro. Todo fue culpa de unas bragas.


—¿Me estás diciendo que te has vuelto una devoradora de hombres por culpa de unas bragas?


—Shhh. ¡Baja la voz! No me he vuelto una devoradora de hombres. Es sólo que… Bueno, que ahora me como más roscos que antes.


—No. Es que ahora te comes alguno, criatura. Es una diferencia sutil pero importante.


—Bueno, como tú digas. ¿Quieres oír la historia o no?


—Por supuesto.


—Pues eso. ¿Cuánto hacía que no estaba con nadie? ¿Un año? ¿Más?


—Casi dos, cariño. Casi dos laaaaargos años.


—Dos, tú lo has dicho. Y no pongas esa cara que tampoco estaba tan insoportable.


—Si tú lo dices…


—¿Sigo?


—Sigue.


—Llevaba dos años sin comerme un colín, a excepción de aquel affaire de madrugada que ni siquiera recordaba a la mañana siguiente. Por un lado no me preocupaba mucho. Todo el mundo tiene derecho a lamerse las heridas el tiempo que haga falta, ¿no? Pero por otro… Tú sabes cómo me sentía. Como si fuera un cervatillo invisible en mitad de la vía y los trenes me arrollaran sin provocarme dolor. Como si necesitara que alguien hiciera el cambio de agujas, me rescatase a hombros y me pusiese una tirita en el corazón. Y entonces aparecieron esas bragas.


—Esto se pone interesante.


—Lo es. Hacía mucho calor aquel día. Julio arremetía contra los bañistas como un siroco sin tregua y yo no estaba de ánimos para luchar contra el salitre ni los sofocos. Así que me fui al centro comercial; nada mejor que un lugar amplio, sombrío y con buen aire acondicionado para pasar la tarde. Y allí, en una tienda de saldos, encontré las bragas.


—¿Y cómo eran? Porque ya me tienes en ascuas con todo el asunto de las bragas…


—Son unas bragas de esas que en los desfiles de moda se llaman lencería fina pero que entre amigas son consideradas bragas de golfa. Estaban rebajadas, en el revoltijo del cajón de los stocks, y yo las acaricié casi sin darme cuenta. Eran tan… especiales. Me quedé embobada contemplándolas. Eran las típicas bragas que te encantaría que alguien te viera puestas para dejarlo petrificado en el sitio.


—Sí, sí, ya sé a qué bragas te refieres…


—Las sostuve entre mis manos. Eran de mi talla. De mi color. De mi tela. Eran perfectas para mí. Había visto bragas así muchas veces antes, pero siempre me había asaltado esa punzada de tristeza al tocarlas. La de pensar que él ya no me las vería puestas nunca más. O que, en las condiciones actuales, no debería estar pensando en algo tan lejano e improbable como que alguien se quedara sin habla por mis bragas. Sin embargo, esta vez fue diferente.


—No puedo con tanta intriga. ¿Por qué fue diferente? ¡Vamos, habla!


—Porque mientras acariciaba la seda transparente, por primera vez en todo este tiempo (¿dos años dijiste? ¡Wow! Dos años), no fue su imagen la que me golpeó y me dejó hecha polvo. Ni siquiera la incertidumbre de no saber si alguna vez volvería a tener la oportunidad de parecerle sexy a alguien. Tan sólo tuve el firme convencimiento de que así sería. Que la persona adecuada aparecería en el momento oportuno. Que se quedaría patidifuso al verme en ropa interior. Y, sobre todo, que ese alguien ya no sería él. Tenía todo mi futuro pasando ante mis ojos, aferrada a las bragas del cajón de los saldos, y en ese futuro yo no estaba sola, como ahora, ni tampoco con él, como antes. Estaba como quería estar. En la mejor compañía.


—Dios mío, voy a llorar…


—En ese momento, me di cuenta de que lo había superado. Y ahora… Bueno, el resto de la historia ya la sabes.


—Sí. Te convertiste en una devoradora de hombres.


—¡No! ¡No soy una devoradora de hombres! Tan sólo una mujer dispuesta a rehacer su vida. Lo ves? Fueron las bragas. Ellas me cambiaron.


—…


—¿No dices nada?


—No. Sólo pensaba.


—¿En qué?


—En que a lo mejor no fueron las bragas las que te cambiaron. A lo mejor fuiste tú la que cambió sin darse cuenta. Tu sonrisa. El brillo de tus ojos. El brío de tu pelo. Quizá fue por eso por lo que decidiste comprarte esas bragas que habías ojeado mil veces sin atreverte a más. Tú eres la distinta. No tu ropa. Es de ti de donde procede la fuerza.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Reptiles

Primero fui la serpiente que se comió un elefante, pero todo el mundo me confundió con un sombrero. No le di mucha importancia.

Después, una retorcida culebra que se enredaba entre los cabellos de la Medusa. Creo que ahí empezó realmente lo gordo.

A continuación, me pusieron unos tacones y un poco de sombra de ojos. Ya era la víbora. Me olvidé de todo lo demás.

¿Y ahora? ¿Quién soy ahora? Tengo a mis espaldas a la serpiente, a la culebra y la víbora, pero, en cuanto a identidad, aún no tengo claro cómo definirme. Sólo sé que tengo personalidad de arte y cerebro de ciencia, cara de ángel y cuerpo de demonio, gestos de princesa y lenguaje de marinero.

¿Qué soy yo?

lunes, 7 de septiembre de 2009

Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden




Estoy harta de tener que salir en defensa de un género (MI género) sólo por el hecho de ser feliz formando parte de él. Nadie debería nunca tener que dar tantos argumentos acerca de sus preferencias como nos vemos obligadas, casi a diario, a hacerlo nosotras, pero sirva este post para dejar constancia de mis sentimientos al respecto una vez más:




A todos aquellos que critican la novela romántica en este país, blandiendo el socorrido estandarte de la denigración y la libertad, les pregunto cómo es posible que un género denigre si lo que consigue es que las mujeres lean MÁS, que su creatividad y su imaginación se desarrollen o potencien MÁS, que se muevan MÁS.




La novela romántica no anula a las mujeres, a no ser que entendamos por anulación el devorar libros con ansiedad, el aprendizaje de las nuevas tecnologías y lo que estas pueden ofrecernos, la búsqueda de otras personas, el contacto cara a cara o vía foro, vía chats, vía Facebook, con gente con la que se comparte una afición. No entiendo cómo puede considerarse denigrante ver a las mujeres ocupar ese tiempo libre que tan escaso es al final del día y que tan merecido se lo tienen, en leer un libro, hable éste de lo que hable.




Las mujeres que leen (que leemos) romántica, buscamos información, compartimos opiniones, sopesamos críticas, creamos nuestras propias historias, nos sentimos identificadas con los sentimientos ajenos, conocemos un pedacito de la Historia, abrimos nuestra mente a nuevos mundos, nuevos universos. Hablamos, reímos, gritamos, babeamos, incluso tratamos de mejorar nuestro inglés para poder disfrutar de esas novelas que nunca llegan a las librerías españolas. Soñamos despiertas; dormimos, quizá, un poco más tranquilas. Aprovechamos las ventajas de la evasión y recuperamos fuerzas para seguir en el día a día.




Las mujeres que leemos romántica no sólo leemos. Vivimos la romántica. Y eso, sólo puede hacernos crecer, nunca denigrarnos, eclipsarnos ni ningunearnos.




Estoy harta de tener que salir en defensa del amor. Ahora, sólo quiero vivirlo.

martes, 1 de septiembre de 2009

Amar sin medida


Creo firmemente en el amor sin medida. Ése que te lleva hasta la locura, hasta el cielo, hasta el infierno. Ése, el irracional, profundo e ilógico. El que te hace volar, temblar, cantar. El que se despierta a la vez que tú pero no se duerme al mismo tiempo, sino que permanece en sueños.


El amor con mayúsculas, ése que te arrastra al abismo y no puedes parar de reír en el trayecto. El que te vuelve el idiota más inteligente del mundo. El chute que te coloca y te hace revivir a la vez, convirtiéndote en adicto por toda la eternidad.


El amor del bueno se ancla en tu pecho, presiona tus pulmones, brinca en tu estómago, palpita entre tus piernas, brilla en tus ojos, dilata tus arterias, curva tus labios y asesina tu raciocinio con alevosía y premeditación. Te sube en montaña rusa a las nubes y, cuando estás arriba, te das cuenta de que, cuando bajes, todo será exactamente igual.


Te libera y te somete, rompiendo las cadenas que constriñen tu alma y atando tus muñecas al cabecero de la cama. No te vuelve ciego, no. Te transforma en un mutante con rayos X en la retina. Tal vez no dure mucho, pero la resaca que te deja perdura para siempre, y eso es lo que importa.


Huyo de las relaciones basadas en la conveniencia, la responsabilidad, el egoísmo, la rutina, el aburrimiento, la desesperación, la colaboración, el orden, la obligación, el desequilibrio, la pereza y el conformismo. Creo firmemente en el amor sin medida. Porque existir, existe.

viernes, 28 de agosto de 2009

Estimado lector







Estimado lector:

¿Recuerdas tu adolescencia?



¿La recuerdas?



Es probable que te sintieras fuera de lugar. Que todo aquello que te rodeaba y que creías conocer cobrara un cariz diferente bajo tu nueva mirada. Creo que también sentiste la soledad, el abatimiento, la vergüenza, ¿me equivoco?



Al parecer, también es bastante frecuente que los adolescentes piensen que nada malo les va a ocurrir. Su umbral de miedo está tan alto que caminan por la vida con una confianza en la vida eterna más allá de lo humanamente posible. No es una casualidad, entonces, que su mente tome en más de una ocasión la ruta desviada. Los límites entre el bien y el mal se difuminan, las fechorías no parecen tan graves y, desde luego, sí que resultan mucho más divertidas. Excitantes.



¿Alguna vez has sentido el irrefrenable impulso de meter la mano dentro de tus pantalones en los sitios menos indicados para ello? ¿Notabas la tensión, por otro lado interesante, que te producía el riesgo de ser descubierto cuando te acariciabas bajo las sábanas? ¿No era increíble ese colocón hormonal con el que te despertabas cada mañana y con el que tenías que convivir hasta la noche?



Todo eso por no hablar de la más que mentada rebelión a la autoridad. ¿Quiénes se creen ellos que son para decirte lo que tienes que hacer? Por favor, si a estas alturas todos sabemos que lo único que tuvieron que hacer para traerte a este mundo fue echar un polvo y esperar nueve meses. ¿Cómo pueden creerse con derecho sobre ti? No dudo que de tu boca haya salido más de una vez la trillada expresión de “para—eso—no—haberme—tenido”, porque de las nuestras también lo hizo.



Quieres independencia, y no te la dan. Sin embargo, son los primeros en reprocharte tus omisiones de responsabilidad. Quieres libertad, y no te la dan. No se dan cuenta de que no es un capricho, ni un abuso, ni una condena a la horca. Lo único que quieres es conocerla. Probar ese dulce sabor del que todo el mundo habla.



Quieren que confiemos en ellos, que les contemos nuestras cosas, nuestros más íntimos secretos y pensamientos. Y, cuando lo hacemos, ¿cómo lo pagan? Poniendo el grito en el cielo. Llamándonos depravados. Pidiendo disculpas por haber criado a un ser tan corrompido y disoluto. No entienden nada de lo que haces. Tus amigos son tu único apoyo, y ellos sí que son de fiar, porque estarían dispuestos a batirse el cobre por ti en cualquier combate.



¿Has pasado alguna vez por esto? ¿Te sientes identificado con mis palabras?



Seguro que sí.



Pues yo también pasé por todo eso, deberías saberlo. Todos los criterios del manual me los puedes aplicar a mí. Es una faena gorda eso de la crisis de la adolescencia, ¿verdad? Uf, y que lo digas.



La única diferencia entre tú y yo es que a ti, a lo sumo, te dejaron sin paga un mes. O te prohibieron acudir a esa fiesta de cumpleaños tan especial, donde iba a pasar al fin. Tal vez, hasta tuvieron la desfachatez de confiscarte el móvil.



A mí, me condenaron al Infierno. Me abrieron en canal y volcaron sal yodada en el interior. Destaparon la jaula de los cuervos y los arrastraron en su alborotado vuelo hasta mí. Descolgaron mi excelso cuerpo por escarpados abismos y golpearon mi inmaculado rostro contra las rocas. Me cubrieron de azufre. Me sangraron. Me azotaron. Me mutilaron. Se burlaron de mí. Me abandonaron a mi suerte.


¿Y todavía crees que puedes juzgarme?


Fdo.: Lucifer.




© Tablón de anuncios del piso de abajo,
Érika Gael

martes, 25 de agosto de 2009

Rinascimento


Lo tengo, lo tengo, lo tengo.

Tengo un nombre que me apasiona, un lugar que me seduce, una historia que contar. Lo tengo, lo tengo, lo tengo.

Tengo nuevas escenas que me salen de dentro, no de donde las neuronas hacen sinapsis sino de donde el músculo palpita, la hemoglobina se agita, los iones te cortan la respiración.

Lo tengo, lo tengo, lo tengo.

Tengo el tono, tengo la voz, tengo los personajes en el lugar exacto en el que los quiero tener. Tengo aire, agua, tierra y fuego y el universo en orden, como debe ser. Los buenos son buenos, los malos son malos, las chicas son chicas y los chicos... Los chicos son espectaculares.

Tengo el odio, la lujuria, la acción, el miedo, el amor, el descubrimiento, la venganza, el sacrificio y la desesperación bullendo a mi alrededor. Dentro de mí.

Pero, sobre todo, tengo unas ganas ardientes de echarlo fuera. Esta vez sí. Todo sigue su curso natural y yo vuelvo a caer en las alas de la tentación. Los errores se pagan. Me alegro de haber pagado el mío con una novela como ésta.

Lo tengo, lo tengo, lo tengo.

Recupero la confianza en mí misma y vuelvo a nacer en esta reencarnación infernal que ya echaba de menos.

jueves, 20 de agosto de 2009

La vuelta a las cosas mismas

Acheron, Carrie Schechter

Dicen los de la fenomenología, que es una cosa tan compleja como inútil, pero que para mi desgracia me acompaña en forma de apuntes universitarios este mes de agosto, que la única forma de poner fin a nuestros problemas es mediante la vuelta a las cosas mismas, es decir, mediante la recuperación de los fenómenos auténticos que subyacen a nuestra realidad. A lo mejor no lo expresaban con esas palabras, pero seguro que Heidegger, Sartre y Ortega y Gasset me entienden igual.


Para mí, regresar al punto desde el que partí hace un año implica regresar al libro que me inspiró. Cuando leí Acheron me dije a mí misma que yo, algún día, iba a escribir algo grande. Algo tan grande como eso. Aún sueño con ello, y el destino sabe que yo apunto a la luna. Siempre.

lunes, 17 de agosto de 2009

Flor de Lis



Más allá de ser el símbolo de la ilustre (y extinta) monarquía francesa, la flor de lis es, de lejos, uno de los diseños más controvertidos y con una mayor cantidad de significados encerrados entre sus tres pétalos hilvanados. Como un arcaico yin-yang, la flor de lis abarca desde la magnificencia más esplendorosa hasta la decadencia más abyecta, y ésa es la parte de este lirio de trazos esquemáticos que más me interesa.





La flor de lis es el símbolo de los reyes, sí, pero también el de las putas, los criminales y las adúlteras. A los primeros se la pintaban en las ropas, en los muebles, en las banderas, para que tuvieran siempre presente su grandeza y su linaje. A los segundos, se la tatuaban en la piel para que nunca olvidaran quiénes eran ni qué habían hecho. La flor de lis es muestra de orgullo o estigma; pecado y redención. Siempre he querido llevar una flor de lis sobre mi cuerpo, me parece una condena justa para todos mis errores y el modo de evitar que vuelvan a repetirse. Hoy, además de en mi piel, me gustaría garabatear una flor de lis en cada página de una novela que escribí sin ilusión y con desgana. Una flor de lis en todas las escenas de ese mapa vergonzoso que me apresuré a liquidar antes de que se me echara el verano encima. Una flor de lis en este blog por los espacios vacíos que una absurda historia como ésa no pudo llenar. Una flor de lis en todos los planos y guías de Chipre, porque sus parajes no ayudaron en el desarrollo de la trama, ni sus olores me sirvieron de inspiración. Una flor de lis en los cuadros descriptivos de personajes, por haber fallado en su concepción.




Una flor de lis sobre las palabras Noche de Viernes Santo y lo que cada una de ellas significa.


Ha llegado el momento de llevar a cabo propósito de enmienda, y la flor de lis me recuerda desde el papel lo que no debo hacer. Ella me ayudará a no caer en las equivocaciones en las que yo misma me sumergí cuando inicié un proyecto inadecuado en el momento inadecuado. Sin embargo, vuelvo a luchar por recuperar la ilusión, sin saber aún cómo de agotadora será la tarea de empezar de cero y volver a planificar, analizar, investigar y narrar una historia que, espero, ésta vez sí sea la correcta. La que mi corazón realmente quiere contar.



Desvisto a Sam y a Lea, les despojo de la carga insoportable que les hizo tambalear y vuelvo a reconstruirlos, pieza a pieza. Hago las maletas y me subo en un avión que vuelve al mediterráneo pero que, en esta ocasión, se queda más cerca. Rasgo las notas y apuntes para mí misma que había hecho hasta ahora y me planto ante un folio en blanco, dispuesta a empezar otra vez como la masoquista empedernida y convencida que soy.





Ya lo decía Buesa, volver a amar es el castigo de los que amaron con exceso. Vuelvo a crear. Volveré a amar, también.






viernes, 14 de agosto de 2009

Aborto espontáneo

No sé qué fue lo que hice mal -porque una de las pocas cosas que tengo claras es que la culpa fue mía y sólo mía-, pero un día me desperté y me di cuenta de que su corazón ya no latía. No hay nada que puedas hacer entonces. Absolutamente.

Sam y Lea eran mi terapia, el tratamiento de rehabilitación que mi mente exigía tras pasar meses enganchada a Carlota y Ast. La Semana Santa llegó para expiar los pecados del Carnaval y yo no pude hacerlo. Pagué cada exceso en forma de desconcentración, falta de confianza, prisas, autoexigencias e inercia emocional. Nunca llegué a verles como algo mío, y eso que habían salido de mi cabeza. Eran -son, o al menos lo que queda de ellos es- dos desconocidos sin voz y sin calor a los que traté de desfibrilar durante un largo mes.

No lo conseguí. Los perdí.

Y ahora no sé hacia dónde voy. Si es que voy. Sólo sé que me quedé vacía. Algún día volveré a sentirme completa, lo sé. Pero no hoy.

martes, 28 de julio de 2009

Realidades de ensueño

El tío del que estoy colgada y yo salimos del trabajo a la misma hora. Me dice: Hoy tengo tu ruta; te acompaño un rato.

El tío del que estoy colgada y yo caminamos por las calles hablando y riendo. A veces son calles de Oviedo, otras se desdibujan.

El tío del que estoy colgada y yo nos cruzamos con una atracción callejera, o tal vez unos sectarios, o quizá son boy scouts. Como sea, el caso es que el tío del que estoy colgada y yo acabamos metidos en el ajo, cantando, bailando, riendo todavía más.

El tío del que estoy colgada y yo dejamos pasar los minutos en esas calles, de Oviedo o desdibujadas, y conforme pasan los minutos pasan las horas. Yo tengo un poco de prisa. A las cinco hay un club de lectura en mi casa y ni siquiera he comido. Pero no me importa.

El tío del que estoy colgada y yo seguimos riendo, hablando de cosas que nos gustan a los dos. Hay un montón de cosas que nos gustan a los dos. Tal vez esté presente en el próximo club de lectura —hoy no, ya es tarde—, tal vez nuestra pasión por ese trabajo no sea una mera coincidencia. Tal vez un solo factor común sea más potente que todo lo que nos separa.

Charlando y bromeando, el tío del que estoy colgada y yo acabamos caminando cogidos de la mano. Él tiembla. Me dice que es tímido, que le cuesta el contacto físico con quien aún no tiene confianza. Yo no. Quiero decir, sí soy tímida y sí me cuesta el contacto físico con quien aún no tengo confianza, pero no tiemblo en esta ocasión. Mi mano en su mano es algo tan sencillo y natural como que la lluvia cae hacia abajo o que en verano hace calor. Mi mano. En su mano. Sencillo. Natural. Su lugar.

El tío del que estoy colgada se disculpa porque me ha hecho llegar tarde a mi club de lectura. A mí no me importa. En realidad, aún quedan diez minutos; si me doy prisa puedo correr hasta mi casa, prepararme cualquier cosa y comérmela mientras recibo a la gente. Pero no quiero darme prisa.

Lo que quiero es darle las gracias por el día que me ha regalado. No han sido más que dos horas escasas en su compañía, pero han cundido mucho más. Alabamos ese día, los dos. Pienso que no lo olvidaré jamás, sólo yo. No sé él.

El tío del que estoy colgada y yo nos detenemos. Detrás de nosotros, la boca de un centro comercial mastica y escupe gente sin parar. No sé dónde se separan nuestros caminos, no le he preguntado. Si nos paramos ahí, a lo mejor es porque se separan ahí. No lo sé. Sigo ensalzando nuestro día, que será para siempre nuestro día.

Sonrío. Sonríe. El tío del que estoy colgada me besa. Como hace tiempo que no me besa nadie. La boca del centro comercial se paraliza, la gente se congela, o a lo mejor es mi mente la que se ha quedado quieta. Nunca podré ver de la misma manera ese lugar. Los labios del tío del que estoy colgada se cuelgan de mi boca, me cuelgan de su aroma. Son suaves y vitales. No porque tengan vitalidad, sino porque son vida para mí. Hace tanto que espero ese momento que, sin esperarlo, lo encontré.

Llego a casa. Tarde. Me preparo cualquier cosa. Recibo a la gente pero mi boca se curva en una sonrisa boba todo el tiempo. No hay club de lectura ese día en mi cabeza.

La luz enfila el camino hacia mis ojos, colapsando la persiana. Me despierto. Todo fue un sueño.
Mierda, ¡todo fue un sueño!

Pero uno de esos que te alegran la realidad.

domingo, 26 de julio de 2009

RománTica´s

Me hago eco del alumbramiento de un proyecto en el que muchas personas han invertido su tiempo, su esfuerzo y su ilusión, y que ha tenido la acogida que se merece.
La revista RománTica´s vio la luz (virtual) la semana pasada, convirtiéndose así en la primera revista sobre novela romántica en español. Esperemos que tenga una vida larga y feliz.
Desde aquí quiero agradecerle al equipo de dicha revista el que hayan contado conmigo para su primer número y hayan publicado en él mi breve relato "Escala de Grises". Ha sido un honor ;). Os dejo el link por si queréis echarle un vistazo.

jueves, 23 de julio de 2009

Vampiro

La historia de este libro es la historia de un libro.

La historia de todos los que devoran libros es la historia de los libros que devoran.

La cosa cambia, sin embargo, cuando son los libros los que nos devoran a nosotros, y hay muchas formas en las que un libro puede devorarnos, podéis creerme.

Puede, como el Cruoris Liber, darnos instrucciones para absorber la energía y la sangre de los demás. O puede, como Vampiro, robarnos el sueño y la atención.

Puede, como el Libro Blanco/Libro de Oro, darnos la fuerza necesaria para acabar con el Mal. O puede, como Vampiro, darnos los argumentos precisos para desear que el Mal no se extinga nunca.

La historia de mi vida es, al fin y al cabo, la historia de los libros que en algún momento me devoraron a mí. Libros que devoro hay demasiados, y no todos merece la pena recordarlos. Pero libros que me devoran a mí hay muy pocos y esos, los que te dejan resaca cuando llegas a la última página, sí que vale la pena rememorarlos.

Vampiro me devoró bajo una luz mortecina, sentada en mi silla de escritorio, durante los acelerados minutos que tendría que haber dedicado a preparar la maleta. Me devoró con ojos soñolientos, tirada en la terminal de un aeropuerto al amanecer. Me devoró en aviones, en trenes, en estaciones. Me devoró en camas desconocidas, en la playa, en el sofá. Antes y después de desayunar, durante la hora de la siesta. Pero, sobre todo, devoró mis sueños cada vez que tenía que encender la lámpara de la mesilla de noche a las tantas de la madrugada porque no podía dormir sin leer un capítulo más.

Supongo que la causa —o la consecuencia— de todo esto es que esta novela ha venido a llenar huecos que ya hacía tiempo buscaban empaste. Lo mejor de todo es que eso lo ha logrado con un escalofrío repentino, vello erizado, uñas mordidas, párpados como platos.

He vuelto colocada de oscuridad. I want more (que diría Claudia).

Hasta aquí la crítica de Érika. La crítica de Carla es mucho más concisa: Pepe, ha sido la leche.

sábado, 11 de julio de 2009

Algunos pasos

Damos pasos en falso, pasos atrás, pasos firmes, pasos en el vacío, pasos desencaminados, pasos de baile, pasos sin compás.

Algunos pasos nos acercan a nuestro objetivo, otros nos alejan. Algunos pasos son el objetivo.


Los pasos son decisiones, acciones, palabras de cinco letras, guías, errores, terrores.


Hay pasos que nos gustaría llegar algún día a dar. Otros que preferiríamos no haber dado jamás. La mayoría, ni siquiera nos damos cuenta de ellos cuando los estamos dando, pero seguro que sí somos brutalmente conscientes de su importancia una vez que ya han sido dados.


Durante este año, he dado pasos imaginarios en muchas direcciones. He caminado sin descanso a lugares que me han seducido y he llegado a amar. Mi cabeza encontró buenas ofertas con las que pasearse hasta crisoles oscuros al otro lado del charco, hasta islas cerca del círculo polar y hasta culturas milenarias en el mediterráneo.


Ahora, es a mis pies a quienes les toca dar los pasos de verdad. Y mis pies se dirigen a Italia. Nos vemos cuando vuelvan.

miércoles, 8 de julio de 2009

Encanto fatal


La gente me decía: Léete Encanto fatal, que está genial. Y yo: No sé, no me convence mucho. Entonces la gente me decía: En serio, te va a gustar. Y yo de nuevo: Es que lo he intentado y el prólogo me aburre.


Voy a tener que empezar a hacerle caso a la gente más a menudo.


Encanto fatal ha sido un revelador descubrimiento de esos que va a guiarme en la dirección de Melissa Marr el resto del verano, lo veo venir... De momento, habrá que seguir esperando al 2010 para disfrutar de la segunda parte de esta historia que me ha sorprendido, me ha alegrado, me ha enseñado y me ha transmitido que, al fin, hay cosas cambiando dentro de la romántica, especialmente en la juvenil (esos análisis de sangre, por dios, esos análisis de sangre!! Que tenga que venir un chavalillo lleno de piercings a portarse con la madurez de la que carecen los protagonistas de treinta y tantos, los mismos que la meten donde se les antoja sin más miramientos...)


Y, aunque soy (o era, ya no lo sé, jajaja), una gran fan de Crepúsculo (bodas/bautizos/comuniones mormones aparte, quede claro), creo que voy a empezar a pasarme al bando de los elfos, de las Cortes Estivales y de la Reina de Invierno. ¿Edward Cullen? ¿Quién demonios es Edward Cullen? Pon un Seth en tu vida!! Yo me lo pido para Reyes...

martes, 7 de julio de 2009

La niña sin nombre

Hoy es una fecha especial, así que he decidido conmemorarla recuperando un viejo relato:

La niña sin nombre vino al mundo un día de primavera de 1985, el año en que se creó el Plan Nacional sobre Drogas (una más que necesaria medida preventiva para todos aquellos adictos a la niña sin nombre), a las 20:30 horas, la hora a la que comenzaba el telediario por aquel entonces y que, ese día, se hacía eco de cierta colisión naval en algún alejado mar del mundo.

Vino tarde. Se retrasó el día del alumbramiento, nació a una hora tardía... Tal vez la niña sin nombre intuía que, cuando saliera al exterior, le iba a tocar bregar con una familia en la que todos se creían con derecho a decidir sobre ella. Ésa es una de las principales implicaciones de llegar a una casa donde hasta el miembro más joven te saca un porrón de años. Y la niña sin nombre lo pudo comprobar ese mismo 30 de mayo.

La niña sin nombre se llamó la niña sin nombre porque no tenía nombre. Algunos dirán: "Pues vaya patochada". Ojo con los juicios inmediatos. Que una niña, nueve meses después de haber sido engendrada, e incluso con la delicadeza por su parte de dar unos días más de propina, no tuviera un nombre al nacer no es una patochada. Es un caso de negligencia familiar grave.

Como todos en la familia de la niña sin nombre eran lo suficientemente mayores como para tener voz y voto, todos dieron su propia opinión acerca del nombre que llevaría la niña sin nombre. Durante días, ya fuera sentados a la mesa, en la clínica acompañando a la mamá de la niña sin nombre, o en los trayectos en autobús hasta casa, los miembros de la familia realizaban votaciones, elecciones e, incluso, algún que otro referéndum. Para nada, porque al final el resultado siempre era el mismo:

Votos a favor de que la niña sin nombre se llame Carla: II
Votos a favor de que la niña sin nombre se llame Carlota: II

Porque, además de ser mayores, los miembros de la familia de la niña sin nombre constituían un grupo par.

Y, mientras todo eso sucedía, la niña sin nombre seguía sin un nombre que escribir en la pulserita del hospital. Por ello, las enfermeras acabaron poniendo un "24", que era la habitación donde se alojaba la mamá de la niña sin nombre, y se quedaron más anchas que largas.

Hasta que un día, por fin, uno de los miembros de la familia cedió y se pasó al otro bando (¿Qué no haría una madre por su hija, sobre todo si ésta es la niña sin nombre?). Así, la niña sin nombre se convirtió en Carla.

Sin embargo, para entonces ya había pasado tanto tiempo que a los miembros de la familia de la niña sin nombre (perdón, de Carla), ya les daba lo mismo que se llamase Carla, que Carlota, que ocho, o que ochenta. Y ése es el motivo de que, desde entonces, empleen indistintamente ambos términos para referirse a la niña sin nombre. Y ése es también el motivo, entonces, de que la niña sin nombre creciera sin saber muy bien cómo se llamaba y dándose la vuelta en la calle cada vez que alguien gritaba "Carla!", pero también cada vez que alguien gritaba "Carlota!".

Fue tal el desconcierto de la niña sin nombre al hacerse mayor que, cuando cumplió los cinco años de edad, decidió tirar por tierra los papeles del Registro Civil y pasó a autodenominarse "Paloma", que por aquel entonces le parecía mucho más bonito.

Y, a día de hoy, cuenta la leyenda que aún se da la vuelta por la calle cuando alguien grita "Paloma!".

FIN

miércoles, 1 de julio de 2009

Cortar la cinta II


Arrancamos. Ya puedo decirlo. Vuelvo a hincarles el diente a mis niños y revolotear con ellos del piso de abajo al piso de arriba, del piso de arriba al piso de abajo y, en esta nueva entrega de los Príncipes, van a tener que subir incluso hasta a la azotea...


La última vez conjuré una suerte de oración dirigida a Lucifer para que me amparase en este viaje largo y extraño (siempre he querido decir esa frase) que supone darles vida a sus satánicas criaturas. Se ve que le gustó ese ligero engrosamiento del ego por mi parte, porque con el primer volumen no me fue nada mal. Para no tentar a la fortuna (ni al demonio, y nunca mejor dicho), voy a instaurar dichas oraciones como un ritual a seguir con cada novela (luego la gente todavía tiene el valor de dudar si soy o no supersticiosa...)


Estrella de la Mañana. Lucero del Alba. Guía mis pasos en tu oscuridad. Arráncame el alma a través de las yemas de los dedos. Hágase tu voluntad sobre mis manos. Y, por supuesto, arrástrame a la tentación.


Lo mejor de todo es poder volver a disfrutar de las mismas caras, los mismos personajes, los mismos chistes. Lily volverá a sonreír. Luc volverá a enrabietarse. Astaroth volverá a protestar. Carlota volverá a mascar chicle. Era demasiado pronto para deshacerme de ellos y, por eso, aguardo con ilusión casi infantil su regreso a la vida. Esta tarde, cuando he visto escrito el título del Capítulo 1, con su fuente Blackladder, su subrayado simple, su negrita, su tamaño 22,5... he sentido unas ganas absurdas de llorar. Al principio pensaba que era por la emoción de volver a las andadas pero después de un rato me he dado cuenta de que yo, pesimista y agorera donde las haya, sólo podía llorar por tristeza. La que me produce saber que cada Capítulo 1 que empiezo es un Capítulo 1 menos en el trayecto hacia la última Noche.


Cortar la cinta

Y el verbo y mis nervios hierven de anticipación...

domingo, 28 de junio de 2009

De profesión, cartógrafa

He tardado un puñetero mes, con sus galopantes 30 días, sus ciclotímicas 720 horas y sus pulsátiles 43.200 minutos (bah, no me hagáis caso. En temporada de exámenes me da por exagerar más de lo normal) en idear, organizar y plasmar en la pantalla el mapa de Noche de Viernes Santo. He tardado tanto, de hecho, que he aburrido a las piedras, a las ratas de biblioteca, a las que no son de biblioteca pero tienen los ojos igual de rojos y, aunque parezca increíble, a mí misma. Me ha agotado más planificar esta novela que corregir Faery y Noche de Mardi Gras juntas.

Lo más cojonudo de todo es que no sé ni qué he hecho. Puede considerarse la novela de acción con más tramas, matices y complicadas interrelaciones entre personajes de la Historia. O puede considerarse la novela de personajes con más carreritas, espionaje y garrotazos de la Historia. O puede que sea, sin más, otro de mis espasmos cerebrales habituales. Yo qué sé. Sólo sé que cada vez me complico más la existencia y, de paso, se la lío parda a mis personajes.

Pero como el hombre (y la mujer, no os pongáis melindrosas que os conozco) son animales de costumbres, mi tropiezo particular está a la vuelta de la esquina y aquí me encuentro yo, deseando darle el pistoletazo de salida a la segunda historia de los Príncipes del Infierno con unas ansias que no pueden ser saludables. Me he propuesto esperar al día 2, ese día en el que la libertad universitaria llamará a mi puerta al fin pero, conociéndome, no sé si seré capaz de esperar tanto.

Bah, no me hagáis caso. Ya sabéis que en temporada de exámenes tiendo a exagerar más de la cuenta, y mañana toca Psicología de la Salud.