Y cuando pensé que nada más podría sorprenderme, que ninguna novela romántica volvería a engancharme como antaño, que las lectoras habíamos tenido que pagar un peaje demasiado costoso, el de la calidad, a cambio de ver incrementadas las novedades que cada mes pueblan las mesas de la librerías, vino la Kleypas y me dio una bofetada.
Maldita Kleypas, siempre ella. Ella me enganchó al género y ella, sólo ella, ha conseguido reengancharme más de dos años después de aquel Diablo en Invierno.
A las que pensáis, como yo, que la edad de oro de la Romántica es agua pasada. A las que comenzáis a temer -si es que no estáis ya completamente aterrorizadas- que en este género está todo escrito. A las que sois incapaces de ver en el siglo XIX otra cosa que no sean carnets de baile, guantes de cabritilla y pérgolas en el jardín. A las que soñáis con personajes con matices, relaciones complejas, tramas lentas -y seguras-. A las que os apetece deleitaros con una de esas épicas historias de amor cada vez más escasas. A las que siempre se preguntaron qué demonios hubiese sucedido si Escarlata se hubiese dado cuenta antes de sus errores y no hubiese permitido que Rhett saliese por la puerta. A las fans de la Guerra de Secesión -bendita Guerra de Secesión, siempre viene ella a sacarnos del atolladero-. A las que se emocionan, enfadan, ríen, sueñan, reflexionan y ni pestañean delante de un buen libro.
A las que necesitan que el amor en tinta y papel vuelva a ellas. Ya conocéis el secreto: sólo hay que llamarlo.
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