Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.
Otra nota: la imagen que acompaña a esta entrada no es mía (ya me gustaría a mí tener semejante talento). Pertenece a Eduardo Barragán. Si no lo conoces, tiene un blog superinteresante, que te recomiendo visitar, en el que recrea con todo lujo de detalles la huella romana en el sur de la península ibérica, incluyendo Baelo Claudia.
Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana. Recuerda que cada jueves podrás leer una nueva entrega en este blog. ¡Espero que te guste! ;-)
CAPÍTULO IX
Tres días antes de los idus de
enero, Claudia empaquetaba algunas de sus cosas en la soledad de su habitación
y lo hacía, a pesar de todo, con desgana. No en vano Baelo había sido su hogar
(e incluso más que eso) durante dieciséis años. Durante dieciséis años, Baelo
había sido toda su VIDA. Con nostalgia, pensaba en que jamás volvería a ver
aquellos edificios tan conocidos por ella, a aquellas gentes, aquel pedacito de
océano incrustado en la ensenada. Ignoraba adónde tendría pensado conducirla
Lucio, pero, en cambio, sí que tenía muy claro que, allá donde fueran, en
ningún lugar encontrarían un mar tan bonito como aquel.
Le
parecía imposible que, en apenas unas horas, se vería obligada a dejar Baelo
para siempre, algo que nunca creyó que fuera a ocurrir. En esos momentos,
acudían a su mente recuerdos de su infancia (que, por otra parte, tampoco
estaba tan lejos). Recordaba, al mirar la noche, cómo Níobe le había relatado,
durante tantos años, la historia de la strix, el ave nocturna que se
dedicaba (como si no tuviera más que hacer…) a chupar la sangre de los niños
que se portaban mal. Pensaba en Tulio, en cuánto lo quería… (y en cuánto le
costaba ahora no echarse a llorar…). Le gustaría contarle la historia de la strix,
pero ya no era posible. Ésa iba a ser la última noche que pasaría en su casa.
Ya no volvería nunca más…
Se
veía a sí misma dentro de varios años, en algún lugar desconocido, recordando
estos momentos que ahora se le hacían tan difíciles. Le gustaría saber qué tal
le había ido la vida a Tulio, a Baelo y, aun a pesar de todo, a sus padres.
Sentía tantas cosas en esos momentos… No podía evitar pensar que aquello era
una equivocación, que todavía estaba a tiempo de… NO. De nada. ¡Pero era SU
HERMANO! ¡Y SU CIUDAD! ¡SU CASA! ¡SUS PADRES! ¡SU OCÉANO! ¡SU VIDA! Tenía
derecho a sentirse así. Se creía un enfermo agonizante que, a las puertas de la
muerte y sabiéndose con los minutos contados, se daba cuenta del tiempo
perdido, reprochándose a sí mismo todo aquello que nunca llegó a hacer…
En
ese instante, Níobe entró en la habitación. No dijo nada. Claudia tampoco. A
pesar de que no le había revelado su secreto, la buena mujer se imaginaba algo.
Las pertenencias de Claudia amontonadas sobre el suelo no hicieron sino
confirmar sus sospechas. Por una parte lo entendía, ¡claro que sí!, si no
entendía ella a su niña, ¿quién lo iba a hacer? Pero aquello no implicaba que
le gustase, que no le doliese. Sabía lo que estaba tramando, lo que aquello
representaba, pero prefería no pensar en ello porque sabía que, si por un solo
instante era débil y se detenía a reflexionar, no le permitiría marcharse.
Claudia
sabía que Níobe se encontraba allí, detrás de ella, porque había oído el ruido
de la puerta. No había sido capaz siquiera de darse la vuelta. Cuando reunió
las fuerzas suficientes para ello, se giró lentamente apretando los puños a la
altura de las caderas. Cuando por fin la tuvo ante sí, rompió a llorar y corrió
hacia ella abrazándola, como si en el cuerpo de aquella mujer estuvieran
condensados los espíritus de todas las personas que le importaban y a las que
ya no volvería a ver nunca más…
***
Al día siguiente, una multitud de individuos se
agolpaban formando una fila a la entrada del teatro. Faltaban aún unas cuantas
horas para que diese comienzo la función, pero era tal la expectación que aquel
estreno había provocado entre los habitantes de Baelo que, a pesar del frío de
enero y de la fatiga por la espera, seguía llegando gente hasta las puertas del
teatro cargada de provisiones tales como cojines y fruta, en previsión del
largo rato que deberían permanecer sentados en los fríos e incómodos asientos
de las gradas.
Como en cada
ocasión, el teatro servía, más que para transmitir cultura o disfrutar del
espectáculo, para reencuentros, cotilleos y rencillas entre sus asistentes. Los
padres de Claudia, máximos representantes de la prosperidad de la ciudad, no
podían ser menos. Claudio y Antonia, haciéndose esperar, demoraron su llegada
al teatro y convirtieron ésta en un auténtico derroche de buenos modos y
elegancia. Ataviados con algunas de sus mejores galas, aparecieron por allí
como si fueran la “decencia” personificada. Eso sí, había un rastro de
preocupación, o mejor dicho, de intriga en sus ojos. Con disimulo, echaban
rápidas ojeadas a la multitud esperando encontrar entre ella a su hija,
desaparecida desde aquella mañana. Suponían que estaría allí, porque hubiese
sido el colmo que, precisamente ella, hubiera faltado a un acontecimiento tan
importante, pero no entendían por qué no había acudido con ellos, como le
correspondía. Seguramente estaría mezclándose con la plebe, pensó su madre.
En la undécima
hora post meridiem se abrieron las puertas. Una avalancha de aficionados
se abalanzó al interior, corriendo a ocupar sus puestos en las gradas, mientras
que los más rezagados se hacían los remolones en el exterior, producido, sin
duda, por la seguridad que ofrece el tener un asiento asignado permanentemente.
De ese modo, los últimos en entrar eran siempre los ricos.
Durante casi
una hora se sucedieron en el edificio las conversaciones entre amigos, las
charlas de política, las risas los nervios y la venta de alimentos entre el
público.
Detrás del
escenario, una histérica Claudia daba los últimos retoques a su atuendo. Aunque
por fuera aparentaba serenidad al lado de sus escandalosos compañeros, el
nerviosismo que la atacaba interiormente era difícil de soportar. De hecho, si
aquello no pasaba pronto, no creía que fuese capaz de aguantar mucho tiempo
más. Se preguntaba si ya habrían llegado sus padres, si estaría todo preparado,
si saldría bien… Sabía que se estaba arriesgando demasiado, pero ya no tenía
nada que perder.
1 comentario:
:-O ¡Nos has dejado en ascuas!
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