lunes, 27 de septiembre de 2021

"Los muchachos", dos relatos solidarios


***TODOS LOS BENEFICIOS OBTENIDOS POR LA COMPRA DE ESTE EBOOK IRÁN DESTINADOS A INSTITUCIONES DE LA ISLA DE LA PALMA, PARA AYUDAR A LOS AFECTADOS POR LA ERUPCIÓN VOLCÁNICA DE SEPTIEMBRE DE 2021. ***

Lo último que me planteaba (y que me apetecía) en este momento de mi vida era enfrentarme al estrés que supone un lanzamiento y al escrutinio del público. Tenía "Los muchachos" ya corregidos, maquetados y con su portada lista desde hace meses en un cajón, a la espera de que mi vida se estabilizase un poco y me animara a publicarlos de forma gratuita en Amazon, que era lo que tenía intención de hacer.

Pero la vida, como la lava, siempre se precipita. Apenas dos semanas después de que mi mundo se viniera abajo, el suelo de Cumbre Vieja reventó, recordándonos a todos que la hermosura de estas islas no ha sido gratis, que ha tenido que pagar precios muy altos a lo largo de la historia, y que en 2021 tocaba pasar por un peaje más.

Otro día os cuento, si queréis, todo lo que significan los volcanes para mí, y por qué me fascinan tanto. Pero ya habrá tiempo para eso; para bien o para mal, tenemos Cumbre Vieja para rato. Ahora, toca centrarse en lo urgente y lo más importante: ayudar a todas esas personas que han visto cómo las coladas sepultaban no solo sus viviendas y sus trabajos, sino sus pueblos, su pasado y su identidad, y que podrían haber sido cualquiera de los dos millones de personas que vivimos en estas islas.

"Los muchachos" son dos relatos breves. El primero, "La muchacha del Marais", muchos ya lo conocéis, pues salió publicado en una revista hace algunos años. El segundo, "El muchacho del Meridiano", es totalmente inédito. Los dos son muy importantes para mí, cada uno a su modo. Yo no voy a ganar ni un céntimo con ellos: todo irá íntegro para La Palma. Porque en estos momentos no somos ocho islas, somos una sola.

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viernes, 9 de octubre de 2020

No hay nada después del final

 


Todas las historias tienen un final. 

Pero si el destino te diera la oportunidad de reencontrarte con quien durante un tiempo formó parte crucial de la tuya, ¿te has planteado lo que le dirías? ¿Qué te gustaría saber? ¿Qué harías con vuestros recuerdos? 

Una novela sobre el monstruo que todos llevamos dentro, la pérdida de la juventud, el amor y la destrucción. Una obra de teatro entre heridas, fantasmas, perdón y esperanza. Una vida, dos radiografías y la noche polar. 

Porque incluso cuando crees que ya está todo dicho, siempre queda una última palabra pendiente. Siempre hay algo después del final.

A LA VENTA

jueves, 16 de abril de 2020

CLAUDIA - Epílogo


Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.

Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana, el último. Muchas gracias por acompañarnos a Claudia y a mí en este viaje. ¡Espero que te haya gustado! ;-)


EPÍLOGO



En Baelo Claudia ya ninguna casa permanece en pie. La domus donde vivía Claudia dejó de existir hace tiempo, y ni un solo mosaico, ni un solo resto de pared demuestran que llegara a existir alguna vez. El cardo donde un buen día una mujer buscaba con desesperación un pollo es ahora una vía vacía, y el foro no es sino una explanada de piedra en la que todavía se alzan majestuosas algunas columnas pertenecientes a la antigua basílica. Del templo de Isis no queda más que la escalinata que antaño desembocaba en el pórtico principal, al igual que ocurre con los demás templos de la ciudad.

La muralla, símbolo de fortaleza, ha desaparecido casi en su totalidad, mientras que el cementerio que se encontraba ante la puerta norte ni siquiera parece tal. De las termas, testigos del amor de Lucio y Claudia, pueden observarse hasta las entrañas, ya que lo único que se conserva son los pequeños pilares del hypocausto, en tanto que el moho se aglomera en los pozos de las factorías de salazón.

Y en cuanto al teatro… El teatro, amortajado, se sostiene a duras penas gracias a la ayuda de puntales; las gradas, semiderruidas, observan impasibles cómo el abandono va, poco a poco, llenando de vegetación el escenario.

El polvo lo cubre todo. Baelo es una ciudad muerta. Y, sin embargo, el cielo permanece azul, y el sol sigue brillando en lo alto los días de calor, y las olas del océano (SU OCÉANO) continúan estrellándose ruidosamente contra la orilla…

Esta historia fue soñada en las ruinas de Baelo Claudia (Cádiz)
el día 1º de Agosto del año 2000 d.C.

jueves, 9 de abril de 2020

CLAUDIA - Capítulo X


Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.

Otra nota: la imagen que acompaña a esta entrada no es mía (ya me gustaría a mí tener semejante talento). Pertenece a Eduardo Barragán. Si no lo conoces, tiene un blog superinteresante, que te recomiendo visitar, en el que recrea con todo lujo de detalles la huella romana en el sur de la península ibérica, incluyendo Baelo Claudia. 

Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana. Recuerda que cada jueves podrás leer una nueva entrega en este blog. ¡Espero que te guste! ;-)


CAPÍTULO X



La caída del telón indicó, poco después, que la función iba a comenzar. Se hizo el silencio más absoluto en las gradas y, en las últimas filas, los vendedores decidieron retirarse discretamente con sus productos sobre las bandejas. En el cielo, las nubes se habían teñido de un color púrpura que señalaba la proximidad de la noche. En pocos minutos, todo quedaría cubierto de una densa capa de oscuridad.

Tras el frons scaenae, Fulvio, el hombre imperturbable, daba las últimas órdenes a los miembros de su compañía. Ciertamente había realizado una gran obra con aquel montaje. Todo, hasta el más mínimo detalle, había sido cuidado al máximo bajo su supervisión. El vestuario, el maquillaje, las máscaras, los escasos útiles que debían añadirse al decorado, la dicción… Durante días había permanecido encerrado en su taller, preocupándose de que todo estuviera listo a tiempo y ahora que por fin había llegado el gran momento, el cansancio no le permitía disfrutar todo lo que hubiese querido de la puesta en escena. Aunque, por otro lado, esto también tenía su lado bueno, ya que así se ahorraba unos cuantos nervios. Veía a su alrededor a todas aquellas personas que le habían ayudado a salir adelante, los actores incondicionales que no se habían acobardado ante el cambio de fecha del estreno, los amigos amantes del arte y la cultura, como él, que siempre se hallaban dispuestos a ofrecerle su ayuda y que, en aquella ocasión, por supuesto, tampoco habían querido faltar; los esclavos sumisos (entre ellos Drusila) que le acompañaban en cada nueva aventura que emprendía… Y hablando de Drusila, podía verla ahora conversando con Claudia, justo detrás de una de las columnas del frons scaenae. Claudia…

Había sido un auténtico golpe de suerte contar con aquella niña, y una delicia trabajar a su lado, verla progresar día a día, pulirla poco a poco, así como poder observar su permanente alegría, su compañerismo, puntualidad y pulcritud en el trabajo. Finalmente, había llegado la hora de enseñarla al público, de mostrarle al mundo lo que era capaz de hacer cuando se subía a un escenario, aunque nadie llegase a saber nunca que el actor elegido por Fulvio para interpretar a Fedra en las fiestas de Carmenta era en realidad una mujer, y no una mujer cualquiera, sino nada más y nada menos que la hija del general Claudio. Le extrañó la espesa capaz de maquillaje que cubría su cara, dado que saldría a escena con máscara, pero el agotamiento mental que sentía no le dejó pararse a pensar en cuál era el fin.

Claudia, apoyada sobre la misma columna y con el corazón palpitándole a una velocidad poco usual, contaba los segundos que faltaban para que el coro se posicionase en el escenario. Hacía un momento que Drusila se había aproximado a ella para darle ánimos y desearle buena suerte. ¡Pobre amiga! No sabía nada de lo que iba a ocurrir y seguramente se enfadaría mucho al enterarse de su marcha, pero ya no importaría nada porque no volvería a hablar con ella nunca más. ¡Cuánto la iba a echar de menos! Aunque en los últimos tiempos la había aislado un poco de su vida debido a sus múltiples ocupaciones (y secretos que le era obligado guardar), ya comenzaba a echar de menos sus encuentros matinales y sus charlas sobre las aspiraciones que ambas tenían en la vida.

Pero bueno, había que seguir adelante, y ése no era el mejor momento para ponerse a reflexionar. Los integrantes del coro ya se encontraban en sus puestos, el público en silencio, sus compañeros preparados y… (respira…, respira…) ¡YA! Se colocó la máscara y se empujó a sí misma hacia el escenario, y todos los sentimientos que la habían invadido instantes antes se agolparon en su pecho cuando vio que sus pies tocaban ya la madera del suelo. Levantó la vista y no vio nada. ¡Sabía que estaban allí, que la miraban, que las gradas se hallaban a rebosar, pero ella no los veía! Eso la ayudó a continuar hacia delante y… (respira…, respira…)

“Fedra: ¿Qué es eso que los hombres llaman amor?
Nodriza: Algo agradable y doloroso al mismo tiempo…”

***

¿Qué era? ¿Había algo en el aire? ¿Sería el repentino cambio en las temperaturas? Por alguna extraña razón que nadie acertaba a comprender, cada vez que aquel chico abría la boca para pronunciar una palabra, el público enmudecía más aún. ¿Quién era el chiquillo y de dónde lo había sacado Fulvio? ¡Bah! Seguramente era eso: el clima, que hacía ver las cosas distintas a como eran en realidad. Pero entonces, ¿por qué sólo ocurría cuando hablaba el chico, cuando hablaba Fedra? ¿Por qué conseguía que, sin decir nada del todo importante, a todos se les pusiese la piel de gallina? ¿Por qué?

Se sentían transportados en el ambiente, como si una fuerza tirara incesante de ellos y los transportara a un lugar desconocido, a un palacio… Sí, eso es. A un palacio donde estaban teniendo lugar las mayores atrocidades. Un palacio en una isla de Creta. ¡Por Apolo! ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué era aquello? ¡Qué sensaciones! La gente se mordía las uñas, apretaba los puños e, incluso, llegaba a cerrar los ojos en determinados momentos.

***

“Corifeo: ¿Vas a cometer algún mal irremediable?
Fedra: Morir; ya pensaré de qué modo.”

En ese momento, alguien entre el público gritó:

-¡No! ¡No lo hagas!

Claudia, desde el escenario, se giró levemente y pudo ver a algunos de los ocupantes de la primera fila con sus ojos aterrados clavados en ella. ¡Lo estaba haciendo! ¡Vaya! Aquello estaba resultando aún mejor de lo que habría podido esperar. No quería salirse del personaje pero, por dentro, a duras penas podía reprimir la risa. En algún lugar de las gradas, Lucio sonreía con ella. Ya había dispuesto todo lo necesario para la partida. Esa noche, Claudia saldría del teatro con él y huirían para no regresar jamás. Continuó:

“Corifeo: ¡No digas eso!
Fedra: Y tú, aconséjame bien. Daré satisfacción a Cipris, que me consume, abandonando hoy la vida:…”

Claudia creyó que ya había llegado el momento adecuado, así que, poco a poco, fue alejando de su rostro la máscara que lo ocultaba. Pudo notar cómo, en la primera fila, un par de personas ahogaban un grito, mientras que otros comenzaban a cuchichear.

-¡Pero si es…! ¡Es…!

Sin embargo, la historia estaba TAN emocionante que… bueno… los cotilleos podían esperar.

“…un cruel amor me derrotará. Pero mi muerte causará mal a otro, para que aprenda a no enorgullecerse con mi desgracia. Compartiendo la enfermedad que me aqueja, aprenderá a ser comedido.”

Fulvio todavía no se creía que hubiese sido capaz de llegar a tanto. Sus compañeros la miraban con estupefacción. Cuando finalizó la escena, el silencio reinaba de forma espectral. Ella aún miraba fijamente al público, a pesar de que no podía verlo. Sostenía la mirada a la altura de su cabeza, agitada y convulsa, con la venganza incrustada en los ojos.

Cuando finalizó la escena, Claudia salió por la puerta de la derecha.

***

Moría. Era consciente de ello mientras moría. Sentía la soga deslizarse alrededor de su cuello. Sabía que no moriría, que aún le quedaba mucho por vivir, pero en esos momentos sentía cómo moría.

La escena de la muerte de Fedra no tenía lugar de cara al público, pero, aun así, Claudia sentía que moría. Sentía una mano fría rozándole la luna, el maquillaje deshaciéndose en su cara a causa del sudor que corría desde su frente.

“Nodriza: ¡Ay, ay! ¡Acudid en ayuda todos los que estáis cerca de palacio! Se ha ahorcado nuestra señora, la esposa de Teseo.”

-¡Oh, no! ¡Finalmente lo ha hecho!- se podía oír entre el público, donde varias personas ya se habían echado a llorar. Otras gritaban, en tanto que las más “valientes” sacudían la cabeza con resignación.

“Corifeo: ¡Ay, ay, todo ha terminado! La reina ya no existe, unida está a un lazo suspendido.
Nodriza: ¿No os apresuráis? ¿Nadie va a traer una espada de doble filo, con la cual podremos cortar el nudo de su cuello?”

***

Varios súbditos condujeron el cadáver de Fedra, tumbado sobre una camilla, hasta el escenario. Allí la esperaban Teseo, su marido, e Hipólito, su hijastro, su gran amor. Fue depositada sobre una mesa alargada y sencilla que había dispuesta en segundo término. El gran Teseo comenzó a recitar:

“… Ella está muerta. ¿Crees que eso te va a salvar?...”

Celio miraba fijamente a Julio, que le devolvía la mirada impasible. A sólo unos pocos metros de allí, las mujeres lloraban cual plañideras, los niños se tapaban los ojos, los padres de Claudia se sentían desmayar y Lucio sonreía orgulloso. Sea cual fuera el resultado, a todos les embargaban a la vez mil y una sensaciones distintas y especiales. Y mientras tanto, el cadáver de Fedra permanecía inmóvil, como es natural, sobre la camilla.

***

Por Venus, que todo aquello estaba sucediendo sin que nadie lo pudiese evitar. Era un poder sobrenatural, una fuerza superior que los manejaba a su antojo sin poderla detener. Sabían que era falso, que era puro teatro, pero no podían dejar de sentirlo como si fuera real. Nunca había tenido lugar en la ciudad un espectáculo semejante y, casi con seguridad, nunca volvería a repetirse. El día de hoy pasaría, con toda probabilidad, a los archivos y anales de la historia de Baelo. El día en que la hija del general Claudio transformó a todos los asistentes al teatro con su sola presencia en el escenario. Y la función no había acabado.

Dos amigos de Hipólito condujeron su maltrecho cuerpo, herido de gravedad, hasta donde se encontraba su padre.

“Teseo: ¡Ay de mí, corazón piadoso y bueno!
Hipólito: ¡Adiós, adiós una vez más, padre mío!
Teseo: ¡No me abandones, hijo, haz un esfuerzo!
Hipólito: Mis esfuerzos han terminado: estoy muerto, padre. Cúbreme el rostro lo más rápido que puedas con un manto.”

Cuando Hipólito expiró, la función se dio por finalizada y los telones subieron. Tras unos instantes de desconcierto general, en los que todos los presentes permanecieron mudos, los aplausos arreciaron. Los actores, sin embargo, se mantuvieron unos momentos más congelados en la posición final mientras el ruido que se producía al entrechocar las palmas penetraba en sus oídos deleitándolos. Los aplausos se hicieron cada vez más fuertes y comenzaron a escucharse también silbidos de aprobación y vítores. Si, en ese preciso instante, alguien se hubiera aproximado al escenario, se habría percatado de que el cadáver de Fedra sonreía. Porque lo había conseguido.

jueves, 2 de abril de 2020

CLAUDIA - Capítulo IX


Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.

Otra nota: la imagen que acompaña a esta entrada no es mía (ya me gustaría a mí tener semejante talento). Pertenece a Eduardo Barragán. Si no lo conoces, tiene un blog superinteresante, que te recomiendo visitar, en el que recrea con todo lujo de detalles la huella romana en el sur de la península ibérica, incluyendo Baelo Claudia. 

Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana. Recuerda que cada jueves podrás leer una nueva entrega en este blog. ¡Espero que te guste! ;-)


CAPÍTULO IX





Tres días antes de los idus de enero, Claudia empaquetaba algunas de sus cosas en la soledad de su habitación y lo hacía, a pesar de todo, con desgana. No en vano Baelo había sido su hogar (e incluso más que eso) durante dieciséis años. Durante dieciséis años, Baelo había sido toda su VIDA. Con nostalgia, pensaba en que jamás volvería a ver aquellos edificios tan conocidos por ella, a aquellas gentes, aquel pedacito de océano incrustado en la ensenada. Ignoraba adónde tendría pensado conducirla Lucio, pero, en cambio, sí que tenía muy claro que, allá donde fueran, en ningún lugar encontrarían un mar tan bonito como aquel.

Le parecía imposible que, en apenas unas horas, se vería obligada a dejar Baelo para siempre, algo que nunca creyó que fuera a ocurrir. En esos momentos, acudían a su mente recuerdos de su infancia (que, por otra parte, tampoco estaba tan lejos). Recordaba, al mirar la noche, cómo Níobe le había relatado, durante tantos años, la historia de la strix, el ave nocturna que se dedicaba (como si no tuviera más que hacer…) a chupar la sangre de los niños que se portaban mal. Pensaba en Tulio, en cuánto lo quería… (y en cuánto le costaba ahora no echarse a llorar…). Le gustaría contarle la historia de la strix, pero ya no era posible. Ésa iba a ser la última noche que pasaría en su casa. Ya no volvería nunca más…

Se veía a sí misma dentro de varios años, en algún lugar desconocido, recordando estos momentos que ahora se le hacían tan difíciles. Le gustaría saber qué tal le había ido la vida a Tulio, a Baelo y, aun a pesar de todo, a sus padres. Sentía tantas cosas en esos momentos… No podía evitar pensar que aquello era una equivocación, que todavía estaba a tiempo de… NO. De nada. ¡Pero era SU HERMANO! ¡Y SU CIUDAD! ¡SU CASA! ¡SUS PADRES! ¡SU OCÉANO! ¡SU VIDA! Tenía derecho a sentirse así. Se creía un enfermo agonizante que, a las puertas de la muerte y sabiéndose con los minutos contados, se daba cuenta del tiempo perdido, reprochándose a sí mismo todo aquello que nunca llegó a hacer…

En ese instante, Níobe entró en la habitación. No dijo nada. Claudia tampoco. A pesar de que no le había revelado su secreto, la buena mujer se imaginaba algo. Las pertenencias de Claudia amontonadas sobre el suelo no hicieron sino confirmar sus sospechas. Por una parte lo entendía, ¡claro que sí!, si no entendía ella a su niña, ¿quién lo iba a hacer? Pero aquello no implicaba que le gustase, que no le doliese. Sabía lo que estaba tramando, lo que aquello representaba, pero prefería no pensar en ello porque sabía que, si por un solo instante era débil y se detenía a reflexionar, no le permitiría marcharse.

Claudia sabía que Níobe se encontraba allí, detrás de ella, porque había oído el ruido de la puerta. No había sido capaz siquiera de darse la vuelta. Cuando reunió las fuerzas suficientes para ello, se giró lentamente apretando los puños a la altura de las caderas. Cuando por fin la tuvo ante sí, rompió a llorar y corrió hacia ella abrazándola, como si en el cuerpo de aquella mujer estuvieran condensados los espíritus de todas las personas que le importaban y a las que ya no volvería a ver nunca más…

***

Al día siguiente, una multitud de individuos se agolpaban formando una fila a la entrada del teatro. Faltaban aún unas cuantas horas para que diese comienzo la función, pero era tal la expectación que aquel estreno había provocado entre los habitantes de Baelo que, a pesar del frío de enero y de la fatiga por la espera, seguía llegando gente hasta las puertas del teatro cargada de provisiones tales como cojines y fruta, en previsión del largo rato que deberían permanecer sentados en los fríos e incómodos asientos de las gradas.

Como en cada ocasión, el teatro servía, más que para transmitir cultura o disfrutar del espectáculo, para reencuentros, cotilleos y rencillas entre sus asistentes. Los padres de Claudia, máximos representantes de la prosperidad de la ciudad, no podían ser menos. Claudio y Antonia, haciéndose esperar, demoraron su llegada al teatro y convirtieron ésta en un auténtico derroche de buenos modos y elegancia. Ataviados con algunas de sus mejores galas, aparecieron por allí como si fueran la “decencia” personificada. Eso sí, había un rastro de preocupación, o mejor dicho, de intriga en sus ojos. Con disimulo, echaban rápidas ojeadas a la multitud esperando encontrar entre ella a su hija, desaparecida desde aquella mañana. Suponían que estaría allí, porque hubiese sido el colmo que, precisamente ella, hubiera faltado a un acontecimiento tan importante, pero no entendían por qué no había acudido con ellos, como le correspondía. Seguramente estaría mezclándose con la plebe, pensó su madre.

En la undécima hora post meridiem se abrieron las puertas. Una avalancha de aficionados se abalanzó al interior, corriendo a ocupar sus puestos en las gradas, mientras que los más rezagados se hacían los remolones en el exterior, producido, sin duda, por la seguridad que ofrece el tener un asiento asignado permanentemente. De ese modo, los últimos en entrar eran siempre los ricos.

Durante casi una hora se sucedieron en el edificio las conversaciones entre amigos, las charlas de política, las risas los nervios y la venta de alimentos entre el público.

Detrás del escenario, una histérica Claudia daba los últimos retoques a su atuendo. Aunque por fuera aparentaba serenidad al lado de sus escandalosos compañeros, el nerviosismo que la atacaba interiormente era difícil de soportar. De hecho, si aquello no pasaba pronto, no creía que fuese capaz de aguantar mucho tiempo más. Se preguntaba si ya habrían llegado sus padres, si estaría todo preparado, si saldría bien… Sabía que se estaba arriesgando demasiado, pero ya no tenía nada que perder.

jueves, 26 de marzo de 2020

CLAUDIA - Capítulo VIII


Nota: te advierto que en el texto que estás a punto de leer hay errores tanto de estilo como ortotipográficos. Si quieres saber por qué, te recomiendo leer la entrada «Nota de la autora (la más difícil que he escrito nunca)». Si no te apetece, te la resumo: este texto está sin editar. Como una canción sin arreglos o una película que aún no ha pasado por posproducción. Escribí esta historia a los diecisiete años, y aunque podría corregirla ahora, he preferido no hacerlo para conservar su esencia. Si fueses pintor, ¿retocarías aquel dibujo que hiciste con cinco años, y que tu madre colgó en la puerta de la nevera? Probablemente no, porque ese dibujo es lo que te ha llevado hasta donde estás ahora. Fue el inicio de tu carrera, y es un recuerdo que quieres conservar. Lo mismo me ocurre a mí con Claudia, a pesar del pudor tan ENORME que me produce enseñártela así como está, en bruto.

Otra nota: la imagen que acompaña a esta entrada no es mía (ya me gustaría a mí tener semejante talento). Pertenece a Eduardo Barragán. Si no lo conoces, tiene un blog superinteresante, que te recomiendo visitar, en el que recrea con todo lujo de detalles la huella romana en el sur de la península ibérica, incluyendo Baelo Claudia. 

Y ahora sí, por fin, aquí está el capítulo de esta semana. Recuerda que cada jueves podrás leer una nueva entrega en este blog. ¡Espero que te guste! ;-)


CAPÍTULO VIII




Lo encontró sentado bajo uno de los arcos de entrada a la ciudad, arreglándose una sandalia. Estaba totalmente ensimismado en la tarea, vestido con su uniforme militar. La escasa túnica de color rojo bajo la armadura pronunciaba la anchura de su tórax. Cuando la vio, su rostro, o más bien su mirada, se transformó en preocupación. Miró a un lado y a otro apresuradamente y, tras comprobar que no corrían peligro de ser vistos, se fueron acercando el uno al otro. Coincidieron, como es lógico, en un punto intermedio.

Los dos estaban serios. Muy serios, A su alrededor, plebeyos y esclavos se desenvolvían en sus quehaceres con absoluta normalidad, sin prestar atención a la pareja. Al fin y al cabo, en aquella ciudad tan caótica todo el mundo tenía algo que hacer y no podían perder el tiempo en menudencias que no importaban nada. Todo quedaba en un segundo plano (por más que la madre de Claudia se empeñase en decir lo contrario).

-¿Se lo has dicho a alguien?- comenzó él.

-¡No! ¿Por quién me tomas?

-Lo siento, pero es que estoy muy nervioso. Tienes que perdonarme. No todos los días se prepara uno para una fuga.

-¡Ssssshhhhh! ¿No puedes hablar un poco más bajo?

-Sí, claro. ¿Por qué?

-¡Lucio!

-Disculpa.

-Estoy muerta de miedo.

-Yo también, mi Melpómene. Yo también.

-¿Qué vamos a hacer?

-Por lo pronto, esperar al día señalado. Procura tener todas tus cosas listas desde antes, nos conviene actuar con rapidez. Después… ya se verá.

-¡Baco, ¿qué va a ser de nosotros?!

-¿Te arrepientes?

-¡No! Eso nunca.

-Pues entonces reza para que todo salga bien.

-Descuida; lo haré.

-Pronto tendrás noticias mías. Según vea las cosas, te iré informando de los pasos que deberemos dar.

-Está bien.

-Y, sobre todo, permanece tranquila. Que nadie note nada extraño en tu comportamiento, ¿de acuerdo?

-¡Ja! Soy actor, ¿recuerdas?

-Je, je, je. Supongo que a veces aún se me olvida.

-Todo se va a desmoronar. Lo sabes, ¿no?

-Desgraciadamente, sí.

-Mi vida en el teatro… tu futuro en el ejército… todo se va a acabar.

-No pienses en eso ahora.

-Todo se va a acabar…

-Se terminaría de todos modos. No creo que a tu marido le hiciese mucha gracia verte sobre un escenario.

-No lo menciones, por favor.

-Lo siento.

-Más lo siento yo. Yo no puedo hacerte esto, Lucio…

-¿El qué?

-Permitir que abandones tu carrera de este modo. ¡Mírate! Pero si hasta para organizar nuestra huida…

-¡Ssssshhhhh!

-Perdón. Si hasta para… esto utilizas todas tus estrategias. Seguramente, en un par de años, ¡quién sabe adónde habrías podido llegar! Yo no tengo ningún derecho a pedirte que hagas ese sacrificio.

-No es ningún sacrificio, Claudia. El sacrificio sería permitir que te desposaras con semejante…

-…

-… entonces sí que se acabaría mi vida para siempre. Lo que me duele es pensar que tu gran actuación también va a ser la última.

-…

-¡Eh! No te pongas así. Al fin y al cabo, vamos a estar juntos, ¿no?

-Claro.

-Así me gusta, que sonrías.

-Todo va a salir bien, ¿verdad?

-Sí.

-Sí. Todo va a salir bien. Estoy segura.

-…

-Hasta mañana, entonces.

-Hasta mañana, Melpómene.

-¡¿Cuándo dejarás de llamarme así?!

-¡Ja, ja, ja!