El tío del que estoy colgada y yo salimos del trabajo a la misma hora. Me dice: Hoy tengo tu ruta; te acompaño un rato.
El tío del que estoy colgada y yo nos cruzamos con una atracción callejera, o tal vez unos sectarios, o quizá son boy scouts. Como sea, el caso es que el tío del que estoy colgada y yo acabamos metidos en el ajo, cantando, bailando, riendo todavía más.
El tío del que estoy colgada y yo dejamos pasar los minutos en esas calles, de Oviedo o desdibujadas, y conforme pasan los minutos pasan las horas. Yo tengo un poco de prisa. A las cinco hay un club de lectura en mi casa y ni siquiera he comido. Pero no me importa.
El tío del que estoy colgada y yo seguimos riendo, hablando de cosas que nos gustan a los dos. Hay un montón de cosas que nos gustan a los dos. Tal vez esté presente en el próximo club de lectura —hoy no, ya es tarde—, tal vez nuestra pasión por ese trabajo no sea una mera coincidencia. Tal vez un solo factor común sea más potente que todo lo que nos separa.
Charlando y bromeando, el tío del que estoy colgada y yo acabamos caminando cogidos de la mano. Él tiembla. Me dice que es tímido, que le cuesta el contacto físico con quien aún no tiene confianza. Yo no. Quiero decir, sí soy tímida y sí me cuesta el contacto físico con quien aún no tengo confianza, pero no tiemblo en esta ocasión. Mi mano en su mano es algo tan sencillo y natural como que la lluvia cae hacia abajo o que en verano hace calor. Mi mano. En su mano. Sencillo. Natural. Su lugar.
El tío del que estoy colgada se disculpa porque me ha hecho llegar tarde a mi club de lectura. A mí no me importa. En realidad, aún quedan diez minutos; si me doy prisa puedo correr hasta mi casa, prepararme cualquier cosa y comérmela mientras recibo a la gente. Pero no quiero darme prisa.
Lo que quiero es darle las gracias por el día que me ha regalado. No han sido más que dos horas escasas en su compañía, pero han cundido mucho más. Alabamos ese día, los dos. Pienso que no lo olvidaré jamás, sólo yo. No sé él.
El tío del que estoy colgada y yo nos detenemos. Detrás de nosotros, la boca de un centro comercial mastica y escupe gente sin parar. No sé dónde se separan nuestros caminos, no le he preguntado. Si nos paramos ahí, a lo mejor es porque se separan ahí. No lo sé. Sigo ensalzando nuestro día, que será para siempre nuestro día.
Sonrío. Sonríe. El tío del que estoy colgada me besa. Como hace tiempo que no me besa nadie. La boca del centro comercial se paraliza, la gente se congela, o a lo mejor es mi mente la que se ha quedado quieta. Nunca podré ver de la misma manera ese lugar. Los labios del tío del que estoy colgada se cuelgan de mi boca, me cuelgan de su aroma. Son suaves y vitales. No porque tengan vitalidad, sino porque son vida para mí. Hace tanto que espero ese momento que, sin esperarlo, lo encontré.
Llego a casa. Tarde. Me preparo cualquier cosa. Recibo a la gente pero mi boca se curva en una sonrisa boba todo el tiempo. No hay club de lectura ese día en mi cabeza.
La luz enfila el camino hacia mis ojos, colapsando la persiana. Me despierto. Todo fue un sueño.
Mierda, ¡todo fue un sueño!
Pero uno de esos que te alegran la realidad.
3 comentarios:
Arrrggggghhhh!!!!! Joder, qué bajón. Menudo anticlimax por favor. Yo que me había colgado del tío del que estás colgada...
¿Por qué? ¿por qué? ¿por qué?
Me he quedado colgada del tío del que estás colgada.
Tus hombres siempre resultan maravillosos y apetecibles, aún los que no describes de modo directo. Como éste tío del que seguro que sigues y seguirás colgada.
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