sábado, 28 de noviembre de 2009

Amor, ven a mí


Y cuando pensé que nada más podría sorprenderme, que ninguna novela romántica volvería a engancharme como antaño, que las lectoras habíamos tenido que pagar un peaje demasiado costoso, el de la calidad, a cambio de ver incrementadas las novedades que cada mes pueblan las mesas de la librerías, vino la Kleypas y me dio una bofetada.

Maldita Kleypas, siempre ella. Ella me enganchó al género y ella, sólo ella, ha conseguido reengancharme más de dos años después de aquel Diablo en Invierno.

A las que pensáis, como yo, que la edad de oro de la Romántica es agua pasada. A las que comenzáis a temer -si es que no estáis ya completamente aterrorizadas- que en este género está todo escrito. A las que sois incapaces de ver en el siglo XIX otra cosa que no sean carnets de baile, guantes de cabritilla y pérgolas en el jardín. A las que soñáis con personajes con matices, relaciones complejas, tramas lentas -y seguras-. A las que os apetece deleitaros con una de esas épicas historias de amor cada vez más escasas. A las que siempre se preguntaron qué demonios hubiese sucedido si Escarlata se hubiese dado cuenta antes de sus errores y no hubiese permitido que Rhett saliese por la puerta. A las fans de la Guerra de Secesión -bendita Guerra de Secesión, siempre viene ella a sacarnos del atolladero-. A las que se emocionan, enfadan, ríen, sueñan, reflexionan y ni pestañean delante de un buen libro.

A las que necesitan que el amor en tinta y papel vuelva a ellas. Ya conocéis el secreto: sólo hay que llamarlo.


viernes, 20 de noviembre de 2009

Noche de Diavolata - Avance

-La Diavolata no es una fiesta que tenga lugar una vez al año, Lea. No hay manzanas de caramelo ni galletas de jengibre en mi mundo; los niños no juegan con espadas de madera porque ni siquiera se les permite jugar. No hay ningún ángel redentor que venga a salvarnos a todos. La Diavolata es algo serio, una cuenta pendiente que necesita ser ajustada para que podamos vivir en paz el resto de la eternidad. Comenzó hace seis mil años y aún no ha acabado.

Samael tomó aire. La miró como si no fuera a hacerlo nunca más, como si con un sólo vistazo de sus ojos azules pudiese transmitir la intensidad de sus palabras, y prosiguió.

-¿Y tú en qué bando estás? Tienes que decidirte, Lea. Tienes que dejar de jugar con espadas de madera y de comer manzanas de caramelo mientras esperas a que tu ángel de la guarda baje a indicarte cómo debes vivir. Tienes que decidir ya en qué bando quieres estar -la taladró con sus pupilas de reflejos escarlata una vez más. La última-. Por quién quieres luchar.

Lea registró cada segundo transcurrido con un latido de su corazón. Uno, dos. Tres. Al cuarto, se dio la vuelta despacio y la suite Pompeii desapareció de su campo de visión.

Sam no dijo nada cuando la vio asir el pomo. Ella lo agradeció.

Después... tan sólo se limitó a tirar de él con decisión. Tiró de él, la puerta se abrió y Lea salió.

Ni siquiera se quedó a escuchar el ruido que, como un disparo de fogueo en mitad de la noche, hizo el pestillo al cerrarse.
© Érika Gael

lunes, 16 de noviembre de 2009

Para todo lo demás...



Comerte un tute de kilómetros y trenes y estaciones y más trenes en poco más de cuarenta y ocho horas, ver más caras de las que tu sistema receptivo puede procesar, oír todo tipo de comentarios acerca de la novela romántica -unos bastante afortunados, otros... no tanto- durante todo un fin de semana, dormir poco -no voy a decir que mal porque cierta griega que ocupaba la cama de al lado me mata-, quedarte afónica, recuperar viejas amistades, dejar otras por el camino, comer mucho -y bien-, reír, echar de menos gentes, lugares, momentos...




Asistir a las III Jornadas de Novela Romántica es agotadoramente caro.




Llegar a casa el domingo por la noche y encontrar en el correo electrónico merchandising gratuito para mis novelas, con Lucifer calentito y recién salido del horno, dándome ánimos para seguir adelante y un motivo de peso para hacerlo, no tiene precio...
Nota: El texto que acompaña a la fotografía pertenece a la novela Noche de Mardi Gras y, como tal, está protegido por los derechos de autor. Las fotografías pertenecen, asimismo, a la autora de este blog, y han sido cedidas personalmente a Icenico´s Arts para la elaboración de los montajes. Se prohíbe su reproducción con fines lucrativos y el uso indebido tanto de las imágenes como de los textos.
© Érika Gael, 2009.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

El trueno en la memoria


¿Qué? ¿Pensábais que me había olvidado? Pues no (que me hacen falta dos blogs, madre mía, que empiezan a hacerme falta dos...)


Si ayer me hacía eco de la salida al mercado de "Dama de Tréboles", hoy tengo el gusto de anunciar que, precisamente ayer, también se puso a la venta "El trueno en la memoria", libro de Ediciones Rubeo donde se incluye un relato de otra amiga, querida, admirada, compañera de fatigas, charlas, consejos, ánimos y desánimos y, sobre todo, de una gran escritora aún por descubrir en el género largo: Ana Iturgaiz.


"Año de Nieves" fue una sorpresa para todos, incluida su autora, y por eso probablemente resulte más dulce su éxito editorial. Ése ya lo tiene asegurado, ahora sólo queda esperar el éxito entre el público, que también llegará.


Muchas felicidades, Ana, ¡y mucha suerte!

martes, 10 de noviembre de 2009

Dama de Tréboles


Hoy es un día especial con una noticia especial. Para las que aún seguimos en la estacada editorial, ver "Dama de Tréboles" en las librerías es, más que una novedad literaria, una muestra de las vueltas que puede dar la vida y un regalo a la perseverancia y, sobre todo, a la confianza plena en lo que se hace.


Hace un año, nadie daba un duro por esta novela. Hoy, entra por la puerta grande del recién estrenado sello Romanticae (La Esfera de los Libros). Y todo porque Olivia se negó a guardarla en un cajón y dejar que se llenase de polvo (de ése mismo que, según le auguraban, tendrían que acabar barriendo sus vaqueros en el medio del camino).


Yo no conozco el subgénero (ésta es la única obra del Oeste que he leído en mi vida), ni tampoco sé mucho de Historia americana ni de costumbres rancheras. Sin embargo, he tenido un par de décadas para entrenar mis conocimientos en literatura y esta novela, frente a la cada vez más premiada mediocridad en favor de las cifras de ventas, es más de lo que podríamos esperar en una obra novel. Está escrita con mucho mimo técnico y, sobre manera, con un cariño especial por los personajes y el ambientación. Y eso se nota.


Desde aquí quiero desearle a Olivia toda la (merecida) suerte del mundo en esta aventura que, aunque ya arrancó hace unos meses, hoy da el pistoletazo oficial de salida. Como autora, porque sé que aún tiene mucho que decir, y como persona, porque a pesar de todo mantiene la coherencia en el suelo y la ilusión en las nubes.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Entre el crimen y el beso


La Reina Negra desespera en comisaría, preguntándose por qué nunca soñó, como las demás, con un rescate a lomos del Caballo Blanco. Su marido lloriquea junto a ella; la nena pasará cien años en coma tras engullir el licor de manzana envenenado que quedaba en el mueble-bar. Los enanos deben cuatro meses de alquiler y ya no queda ni para la fianza.


El comisario, con arnés y bigotito, toma declaración a la Dama de Tréboles. La ventanilla se ahúma cada vez que la señora da una calada al cigarro y exhala siglos de mala suerte por los orificios nasales. No fue ella quien apuñaló al mayordomo asesino. Fue un error del Siete de Espadas. Además, él se lo buscó.


Las baratijas del Rey Blanco tintinean en su pecho mientras Campanilla anuncia su llegada. Viene arrastrando al Principito, enfurruñado porque los mayores no le dejan jugar. Amenaza con arrancar los pétalos de su Rosa, sabiendo que, si lo hace, la Bestia irá a la silla eléctrica. El Tres de Diamantes guiña un ojo, pero el monarca disimula. En Nunca Jamás, los gigolós de los bajos fondos no dan buena reputación.


Los peones se amontonan en celdas de polvo y desconsuelo. El reloj que cierto forense recuperó del estómago de un cocodrilo marca la medianoche, pero allí nadie descansa. No mientras el Rey de Copas siga arrastrando su cáliz entre los barrotes, sediento de ambrosía. Ni tampoco mientras la Ratita Presumida se ocupe de devolver el brillo al suelo ajedrezado. Ni mucho menos mientras la Reina de Corazones se empeñe en contemplar en su espejito de mano, fascinada, la cicatriz que un leñador, despechado por una pequeña encapuchada, dejó en su cuello.


Dicen que una niña rubia la observa del otro lado. Eso, no me lo creo.



© Érika Gael