Cuando te dedicas a esto de la ficción, lo normal es que haya más días de descontento que de alegría. La falta de concentración, los miedos y temores, expectativas tan elevadas (o tan disminuidas) que te sientes incapaz de lidiar con ellas... Es común que la ausencia de confianza baste para convertir en añicos un esfuerzo de meses, o que, simplemente, tu corazón no sepa palpitar en el lugar adecuado ni en el momento idóneo. El aturdimiento inconsciente de no saber quién eres, qué demonios estás haciendo aquí, ni por qué el Universo le ha encomendado una carga tan pesada a alguien como tú.
Sin embargo, cuando te dedicas a esto de la ficción, también existen otros momentos. Por ejemplo, aquellos en los que hace falta tan sólo una imagen efímera para que tú y tu personaje conectéis más allá de los sentidos de un modo placentero e inexplicable. Pequeños ramalazos, recuerdos fugaces, que te llevan a ver pasar SU vida ante TUS ojos. Un acorde lejano, y todas sus emociones encajan como un puzzle frondoso en el mullido cesto en el que guardas las tuyas. Y te identificas y te recreas y buceas en ellas. Es, exactamente, como ese destacado privilegio que supone enfrentarse al espejo cada mañana sabiendo lo que esconde detrás. Ninguna otra cosa, en todo ese Universo cabrón, te hace sentir tan poderosa.
Esos son los instantes que logran que todo lo demás valga la pena.
2 comentarios:
Muy buena entrada Erika, y que razón llevas!!!! Pasamos momentos muy malos, en los que tiraríamos la toalla varias veces a lo largo del día, pero con tan solo un pequeño flash, volvemos a ser felices como las perdices,jejeje.
Besotes guapa!!
Muchas gracias por tu comentario, S.D.!
Y lo que nos gustan a nosotras esos flashes... Si no fuera por ellos, no estaríamos donde estamos, ¿verdad?
Un besote y ánimo con lo tuyo! ;)
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