jueves, 3 de junio de 2010

La vuelta a París


Hay trozos de mi corazón desperdigados por múltiples rincones del mundo, pero, si alguna vez visitáis París, no encontraréis ninguno. Porque París nunca tendría el valor de conformarse con unas migajas; se lo llevó entero.


Son sitios, me dice la razón. Los sitios no piensan, no se emocionan. Los pilares que sostienen el puente de Sully no saben que un río con nombre de mujer discurre entre ellos. La rectilínea escalinata del Musée d´Orsay no conoce el universo de pinceladas airadas al que se dirige. El Moulin de la Galette no tiene idea de por qué se llama así, ni qué cielo dejaron de rasgar hace décadas sus resquebrajadas aspas. La Salpêtrière no escucha ningún grito fantasmal reverberando entre las piedras de sus muros. ¿Qué culpa tiene la Biblioteca Nacional de inundarse cuando no debe por culpa de un río con nombre de mujer?


Son sitios. No piensan, los sitios. No se emocionan.


La musa que aún llora la muerte de Chopin no puede hacer nada por nuestros recónditos deseos. Absolutamente nada. Los andenes de la gare no despiden al TGV cuando dice adiós rumbo a un destino indefinido. El glamour de Pigalle es de hojalata; las prostitutas del Bois de Boulogne no llevan zapatitos de cristal, sino más bien botas de charol violadas por el barro de los lagos. Ni siquiera hay un bonito palacio real con arabescos, esculturas alegóricas y balaustradas de bronce en el centro de París. Tan sólo un basto edificio gris con severos chapiteles donde conservar la cuchilla que decapitará al próximo que se atreva a insinuar que París es una ciudad apta para princesas.


Son sitios, pero a mí me hacen pensar, reír, llorar sin remedio, anhelar, temblar de hielo y de fuego, esperar, suspirar y desesperar; enfadar, soñar, gritar, correr, besar, buscar, bromear, admirar, decir, vibrar, consentir, suplicar, gemir, odiar. Vivir.


Mi alma vuelve a la ciudad a la que pertenece, ésa de la que nunca llegó a marcharse del todo. Regreso a la ciudad que no me vio nacer, ni me vio crecer, ni, probablemente, me verá morir, pero que siempre me verá sonreír, sentir y amar.

6 comentarios:

Ana Iturgaiz dijo...

En cambio el mío se quedó entre las ajadas fachadas azules de Lisboa, los rincones oscuros de las callejuelas de Praga, las cálidas noches de Atenas y los otoñales atardeceres de San Petersburgo. Nunca en París, porque para cuando llegué ya no tenía ni una migaja que ofrecer.

Kyra Dark dijo...

Que increiblemente precioso.
Y yo pensé que a mí me gustaba París...
Como siempre, leerte es un placer absolutamente mágico.
Un beso

Victoria Rodríguez dijo...

Guauuu!!! Yo no he estado en París, pero con tus palabras me has transportado a ese mundo bello, hipnótico, real, soñado, recordado, anhelado... Y qué bien lo describes, Érika, qué maravillosamente bien escribes...

Nieves dijo...

¡Qué maravilloso post, pequeña!
A mí con París me pasó algo realmente curioso. La primera vez que fui esperaba encontrar esa ciudad de calles pequeñas, pindias, donde la música del acordeón hacía soñar. En fin, un París de película de los años 20.
Pero me encontré con una ciudad a lo grande y regresé un poco decepcionada. Una compañera me preguntó y le dije: vengo defraudada. No es lo que esperaba. Ella me dijo: volverás a París.
Y sí, he vuelto a Paris y regresaré cuantas veces pueda, porque allí está un trocito de mi corazón. Y no puedo remediar dar cuerda cada dos por tres a una cajita donde suena "La vie en rose" y recordar la cena en uno de los barcos del Sena, el olor de los castaños y la magia, sobre todo la magia.

Gracias, Érika, por hacerme volar otra vez. Porque... Siempre nos quedará París.

Besos

Anónimo dijo...

tengo que volver a paris, cuando fui con el colegio no vi una mierda..

Olivia Ardey dijo...

Gracias Erika, me has regalado justo lo que me hacía falta.... la sonrisa. Dentro de diez días vuelvo a París. Mi sexta visita y no será la última, porque como bien dices, allí está una parte de mi alma. La dejé la primera vez y de tanto en tanto vuelvo a recuperarla por unos días.
Abrumada entre tanto plano, tanto programar... había perdido de vista el motivo real de mi visita: respirar y sonreír al ritmo de "Tu me fais tourner la tête". Y esta vez no dejaré de saldar una cuenta pendiente: entrar en la Opera Garnier y ver la butaca libre que siempre está reservada... tú ya sabes para quién.
Mi sitio preferido no es nada glamouroso, pero es mío: Père Lachaise... todo Belleville.