martes, 28 de julio de 2009

Realidades de ensueño

El tío del que estoy colgada y yo salimos del trabajo a la misma hora. Me dice: Hoy tengo tu ruta; te acompaño un rato.

El tío del que estoy colgada y yo caminamos por las calles hablando y riendo. A veces son calles de Oviedo, otras se desdibujan.

El tío del que estoy colgada y yo nos cruzamos con una atracción callejera, o tal vez unos sectarios, o quizá son boy scouts. Como sea, el caso es que el tío del que estoy colgada y yo acabamos metidos en el ajo, cantando, bailando, riendo todavía más.

El tío del que estoy colgada y yo dejamos pasar los minutos en esas calles, de Oviedo o desdibujadas, y conforme pasan los minutos pasan las horas. Yo tengo un poco de prisa. A las cinco hay un club de lectura en mi casa y ni siquiera he comido. Pero no me importa.

El tío del que estoy colgada y yo seguimos riendo, hablando de cosas que nos gustan a los dos. Hay un montón de cosas que nos gustan a los dos. Tal vez esté presente en el próximo club de lectura —hoy no, ya es tarde—, tal vez nuestra pasión por ese trabajo no sea una mera coincidencia. Tal vez un solo factor común sea más potente que todo lo que nos separa.

Charlando y bromeando, el tío del que estoy colgada y yo acabamos caminando cogidos de la mano. Él tiembla. Me dice que es tímido, que le cuesta el contacto físico con quien aún no tiene confianza. Yo no. Quiero decir, sí soy tímida y sí me cuesta el contacto físico con quien aún no tengo confianza, pero no tiemblo en esta ocasión. Mi mano en su mano es algo tan sencillo y natural como que la lluvia cae hacia abajo o que en verano hace calor. Mi mano. En su mano. Sencillo. Natural. Su lugar.

El tío del que estoy colgada se disculpa porque me ha hecho llegar tarde a mi club de lectura. A mí no me importa. En realidad, aún quedan diez minutos; si me doy prisa puedo correr hasta mi casa, prepararme cualquier cosa y comérmela mientras recibo a la gente. Pero no quiero darme prisa.

Lo que quiero es darle las gracias por el día que me ha regalado. No han sido más que dos horas escasas en su compañía, pero han cundido mucho más. Alabamos ese día, los dos. Pienso que no lo olvidaré jamás, sólo yo. No sé él.

El tío del que estoy colgada y yo nos detenemos. Detrás de nosotros, la boca de un centro comercial mastica y escupe gente sin parar. No sé dónde se separan nuestros caminos, no le he preguntado. Si nos paramos ahí, a lo mejor es porque se separan ahí. No lo sé. Sigo ensalzando nuestro día, que será para siempre nuestro día.

Sonrío. Sonríe. El tío del que estoy colgada me besa. Como hace tiempo que no me besa nadie. La boca del centro comercial se paraliza, la gente se congela, o a lo mejor es mi mente la que se ha quedado quieta. Nunca podré ver de la misma manera ese lugar. Los labios del tío del que estoy colgada se cuelgan de mi boca, me cuelgan de su aroma. Son suaves y vitales. No porque tengan vitalidad, sino porque son vida para mí. Hace tanto que espero ese momento que, sin esperarlo, lo encontré.

Llego a casa. Tarde. Me preparo cualquier cosa. Recibo a la gente pero mi boca se curva en una sonrisa boba todo el tiempo. No hay club de lectura ese día en mi cabeza.

La luz enfila el camino hacia mis ojos, colapsando la persiana. Me despierto. Todo fue un sueño.
Mierda, ¡todo fue un sueño!

Pero uno de esos que te alegran la realidad.

domingo, 26 de julio de 2009

RománTica´s

Me hago eco del alumbramiento de un proyecto en el que muchas personas han invertido su tiempo, su esfuerzo y su ilusión, y que ha tenido la acogida que se merece.
La revista RománTica´s vio la luz (virtual) la semana pasada, convirtiéndose así en la primera revista sobre novela romántica en español. Esperemos que tenga una vida larga y feliz.
Desde aquí quiero agradecerle al equipo de dicha revista el que hayan contado conmigo para su primer número y hayan publicado en él mi breve relato "Escala de Grises". Ha sido un honor ;). Os dejo el link por si queréis echarle un vistazo.

jueves, 23 de julio de 2009

Vampiro

La historia de este libro es la historia de un libro.

La historia de todos los que devoran libros es la historia de los libros que devoran.

La cosa cambia, sin embargo, cuando son los libros los que nos devoran a nosotros, y hay muchas formas en las que un libro puede devorarnos, podéis creerme.

Puede, como el Cruoris Liber, darnos instrucciones para absorber la energía y la sangre de los demás. O puede, como Vampiro, robarnos el sueño y la atención.

Puede, como el Libro Blanco/Libro de Oro, darnos la fuerza necesaria para acabar con el Mal. O puede, como Vampiro, darnos los argumentos precisos para desear que el Mal no se extinga nunca.

La historia de mi vida es, al fin y al cabo, la historia de los libros que en algún momento me devoraron a mí. Libros que devoro hay demasiados, y no todos merece la pena recordarlos. Pero libros que me devoran a mí hay muy pocos y esos, los que te dejan resaca cuando llegas a la última página, sí que vale la pena rememorarlos.

Vampiro me devoró bajo una luz mortecina, sentada en mi silla de escritorio, durante los acelerados minutos que tendría que haber dedicado a preparar la maleta. Me devoró con ojos soñolientos, tirada en la terminal de un aeropuerto al amanecer. Me devoró en aviones, en trenes, en estaciones. Me devoró en camas desconocidas, en la playa, en el sofá. Antes y después de desayunar, durante la hora de la siesta. Pero, sobre todo, devoró mis sueños cada vez que tenía que encender la lámpara de la mesilla de noche a las tantas de la madrugada porque no podía dormir sin leer un capítulo más.

Supongo que la causa —o la consecuencia— de todo esto es que esta novela ha venido a llenar huecos que ya hacía tiempo buscaban empaste. Lo mejor de todo es que eso lo ha logrado con un escalofrío repentino, vello erizado, uñas mordidas, párpados como platos.

He vuelto colocada de oscuridad. I want more (que diría Claudia).

Hasta aquí la crítica de Érika. La crítica de Carla es mucho más concisa: Pepe, ha sido la leche.

sábado, 11 de julio de 2009

Algunos pasos

Damos pasos en falso, pasos atrás, pasos firmes, pasos en el vacío, pasos desencaminados, pasos de baile, pasos sin compás.

Algunos pasos nos acercan a nuestro objetivo, otros nos alejan. Algunos pasos son el objetivo.


Los pasos son decisiones, acciones, palabras de cinco letras, guías, errores, terrores.


Hay pasos que nos gustaría llegar algún día a dar. Otros que preferiríamos no haber dado jamás. La mayoría, ni siquiera nos damos cuenta de ellos cuando los estamos dando, pero seguro que sí somos brutalmente conscientes de su importancia una vez que ya han sido dados.


Durante este año, he dado pasos imaginarios en muchas direcciones. He caminado sin descanso a lugares que me han seducido y he llegado a amar. Mi cabeza encontró buenas ofertas con las que pasearse hasta crisoles oscuros al otro lado del charco, hasta islas cerca del círculo polar y hasta culturas milenarias en el mediterráneo.


Ahora, es a mis pies a quienes les toca dar los pasos de verdad. Y mis pies se dirigen a Italia. Nos vemos cuando vuelvan.

miércoles, 8 de julio de 2009

Encanto fatal


La gente me decía: Léete Encanto fatal, que está genial. Y yo: No sé, no me convence mucho. Entonces la gente me decía: En serio, te va a gustar. Y yo de nuevo: Es que lo he intentado y el prólogo me aburre.


Voy a tener que empezar a hacerle caso a la gente más a menudo.


Encanto fatal ha sido un revelador descubrimiento de esos que va a guiarme en la dirección de Melissa Marr el resto del verano, lo veo venir... De momento, habrá que seguir esperando al 2010 para disfrutar de la segunda parte de esta historia que me ha sorprendido, me ha alegrado, me ha enseñado y me ha transmitido que, al fin, hay cosas cambiando dentro de la romántica, especialmente en la juvenil (esos análisis de sangre, por dios, esos análisis de sangre!! Que tenga que venir un chavalillo lleno de piercings a portarse con la madurez de la que carecen los protagonistas de treinta y tantos, los mismos que la meten donde se les antoja sin más miramientos...)


Y, aunque soy (o era, ya no lo sé, jajaja), una gran fan de Crepúsculo (bodas/bautizos/comuniones mormones aparte, quede claro), creo que voy a empezar a pasarme al bando de los elfos, de las Cortes Estivales y de la Reina de Invierno. ¿Edward Cullen? ¿Quién demonios es Edward Cullen? Pon un Seth en tu vida!! Yo me lo pido para Reyes...

martes, 7 de julio de 2009

La niña sin nombre

Hoy es una fecha especial, así que he decidido conmemorarla recuperando un viejo relato:

La niña sin nombre vino al mundo un día de primavera de 1985, el año en que se creó el Plan Nacional sobre Drogas (una más que necesaria medida preventiva para todos aquellos adictos a la niña sin nombre), a las 20:30 horas, la hora a la que comenzaba el telediario por aquel entonces y que, ese día, se hacía eco de cierta colisión naval en algún alejado mar del mundo.

Vino tarde. Se retrasó el día del alumbramiento, nació a una hora tardía... Tal vez la niña sin nombre intuía que, cuando saliera al exterior, le iba a tocar bregar con una familia en la que todos se creían con derecho a decidir sobre ella. Ésa es una de las principales implicaciones de llegar a una casa donde hasta el miembro más joven te saca un porrón de años. Y la niña sin nombre lo pudo comprobar ese mismo 30 de mayo.

La niña sin nombre se llamó la niña sin nombre porque no tenía nombre. Algunos dirán: "Pues vaya patochada". Ojo con los juicios inmediatos. Que una niña, nueve meses después de haber sido engendrada, e incluso con la delicadeza por su parte de dar unos días más de propina, no tuviera un nombre al nacer no es una patochada. Es un caso de negligencia familiar grave.

Como todos en la familia de la niña sin nombre eran lo suficientemente mayores como para tener voz y voto, todos dieron su propia opinión acerca del nombre que llevaría la niña sin nombre. Durante días, ya fuera sentados a la mesa, en la clínica acompañando a la mamá de la niña sin nombre, o en los trayectos en autobús hasta casa, los miembros de la familia realizaban votaciones, elecciones e, incluso, algún que otro referéndum. Para nada, porque al final el resultado siempre era el mismo:

Votos a favor de que la niña sin nombre se llame Carla: II
Votos a favor de que la niña sin nombre se llame Carlota: II

Porque, además de ser mayores, los miembros de la familia de la niña sin nombre constituían un grupo par.

Y, mientras todo eso sucedía, la niña sin nombre seguía sin un nombre que escribir en la pulserita del hospital. Por ello, las enfermeras acabaron poniendo un "24", que era la habitación donde se alojaba la mamá de la niña sin nombre, y se quedaron más anchas que largas.

Hasta que un día, por fin, uno de los miembros de la familia cedió y se pasó al otro bando (¿Qué no haría una madre por su hija, sobre todo si ésta es la niña sin nombre?). Así, la niña sin nombre se convirtió en Carla.

Sin embargo, para entonces ya había pasado tanto tiempo que a los miembros de la familia de la niña sin nombre (perdón, de Carla), ya les daba lo mismo que se llamase Carla, que Carlota, que ocho, o que ochenta. Y ése es el motivo de que, desde entonces, empleen indistintamente ambos términos para referirse a la niña sin nombre. Y ése es también el motivo, entonces, de que la niña sin nombre creciera sin saber muy bien cómo se llamaba y dándose la vuelta en la calle cada vez que alguien gritaba "Carla!", pero también cada vez que alguien gritaba "Carlota!".

Fue tal el desconcierto de la niña sin nombre al hacerse mayor que, cuando cumplió los cinco años de edad, decidió tirar por tierra los papeles del Registro Civil y pasó a autodenominarse "Paloma", que por aquel entonces le parecía mucho más bonito.

Y, a día de hoy, cuenta la leyenda que aún se da la vuelta por la calle cuando alguien grita "Paloma!".

FIN

miércoles, 1 de julio de 2009

Cortar la cinta II


Arrancamos. Ya puedo decirlo. Vuelvo a hincarles el diente a mis niños y revolotear con ellos del piso de abajo al piso de arriba, del piso de arriba al piso de abajo y, en esta nueva entrega de los Príncipes, van a tener que subir incluso hasta a la azotea...


La última vez conjuré una suerte de oración dirigida a Lucifer para que me amparase en este viaje largo y extraño (siempre he querido decir esa frase) que supone darles vida a sus satánicas criaturas. Se ve que le gustó ese ligero engrosamiento del ego por mi parte, porque con el primer volumen no me fue nada mal. Para no tentar a la fortuna (ni al demonio, y nunca mejor dicho), voy a instaurar dichas oraciones como un ritual a seguir con cada novela (luego la gente todavía tiene el valor de dudar si soy o no supersticiosa...)


Estrella de la Mañana. Lucero del Alba. Guía mis pasos en tu oscuridad. Arráncame el alma a través de las yemas de los dedos. Hágase tu voluntad sobre mis manos. Y, por supuesto, arrástrame a la tentación.


Lo mejor de todo es poder volver a disfrutar de las mismas caras, los mismos personajes, los mismos chistes. Lily volverá a sonreír. Luc volverá a enrabietarse. Astaroth volverá a protestar. Carlota volverá a mascar chicle. Era demasiado pronto para deshacerme de ellos y, por eso, aguardo con ilusión casi infantil su regreso a la vida. Esta tarde, cuando he visto escrito el título del Capítulo 1, con su fuente Blackladder, su subrayado simple, su negrita, su tamaño 22,5... he sentido unas ganas absurdas de llorar. Al principio pensaba que era por la emoción de volver a las andadas pero después de un rato me he dado cuenta de que yo, pesimista y agorera donde las haya, sólo podía llorar por tristeza. La que me produce saber que cada Capítulo 1 que empiezo es un Capítulo 1 menos en el trayecto hacia la última Noche.


Cortar la cinta

Y el verbo y mis nervios hierven de anticipación...