viernes, 28 de agosto de 2009

Estimado lector







Estimado lector:

¿Recuerdas tu adolescencia?



¿La recuerdas?



Es probable que te sintieras fuera de lugar. Que todo aquello que te rodeaba y que creías conocer cobrara un cariz diferente bajo tu nueva mirada. Creo que también sentiste la soledad, el abatimiento, la vergüenza, ¿me equivoco?



Al parecer, también es bastante frecuente que los adolescentes piensen que nada malo les va a ocurrir. Su umbral de miedo está tan alto que caminan por la vida con una confianza en la vida eterna más allá de lo humanamente posible. No es una casualidad, entonces, que su mente tome en más de una ocasión la ruta desviada. Los límites entre el bien y el mal se difuminan, las fechorías no parecen tan graves y, desde luego, sí que resultan mucho más divertidas. Excitantes.



¿Alguna vez has sentido el irrefrenable impulso de meter la mano dentro de tus pantalones en los sitios menos indicados para ello? ¿Notabas la tensión, por otro lado interesante, que te producía el riesgo de ser descubierto cuando te acariciabas bajo las sábanas? ¿No era increíble ese colocón hormonal con el que te despertabas cada mañana y con el que tenías que convivir hasta la noche?



Todo eso por no hablar de la más que mentada rebelión a la autoridad. ¿Quiénes se creen ellos que son para decirte lo que tienes que hacer? Por favor, si a estas alturas todos sabemos que lo único que tuvieron que hacer para traerte a este mundo fue echar un polvo y esperar nueve meses. ¿Cómo pueden creerse con derecho sobre ti? No dudo que de tu boca haya salido más de una vez la trillada expresión de “para—eso—no—haberme—tenido”, porque de las nuestras también lo hizo.



Quieres independencia, y no te la dan. Sin embargo, son los primeros en reprocharte tus omisiones de responsabilidad. Quieres libertad, y no te la dan. No se dan cuenta de que no es un capricho, ni un abuso, ni una condena a la horca. Lo único que quieres es conocerla. Probar ese dulce sabor del que todo el mundo habla.



Quieren que confiemos en ellos, que les contemos nuestras cosas, nuestros más íntimos secretos y pensamientos. Y, cuando lo hacemos, ¿cómo lo pagan? Poniendo el grito en el cielo. Llamándonos depravados. Pidiendo disculpas por haber criado a un ser tan corrompido y disoluto. No entienden nada de lo que haces. Tus amigos son tu único apoyo, y ellos sí que son de fiar, porque estarían dispuestos a batirse el cobre por ti en cualquier combate.



¿Has pasado alguna vez por esto? ¿Te sientes identificado con mis palabras?



Seguro que sí.



Pues yo también pasé por todo eso, deberías saberlo. Todos los criterios del manual me los puedes aplicar a mí. Es una faena gorda eso de la crisis de la adolescencia, ¿verdad? Uf, y que lo digas.



La única diferencia entre tú y yo es que a ti, a lo sumo, te dejaron sin paga un mes. O te prohibieron acudir a esa fiesta de cumpleaños tan especial, donde iba a pasar al fin. Tal vez, hasta tuvieron la desfachatez de confiscarte el móvil.



A mí, me condenaron al Infierno. Me abrieron en canal y volcaron sal yodada en el interior. Destaparon la jaula de los cuervos y los arrastraron en su alborotado vuelo hasta mí. Descolgaron mi excelso cuerpo por escarpados abismos y golpearon mi inmaculado rostro contra las rocas. Me cubrieron de azufre. Me sangraron. Me azotaron. Me mutilaron. Se burlaron de mí. Me abandonaron a mi suerte.


¿Y todavía crees que puedes juzgarme?


Fdo.: Lucifer.




© Tablón de anuncios del piso de abajo,
Érika Gael

martes, 25 de agosto de 2009

Rinascimento


Lo tengo, lo tengo, lo tengo.

Tengo un nombre que me apasiona, un lugar que me seduce, una historia que contar. Lo tengo, lo tengo, lo tengo.

Tengo nuevas escenas que me salen de dentro, no de donde las neuronas hacen sinapsis sino de donde el músculo palpita, la hemoglobina se agita, los iones te cortan la respiración.

Lo tengo, lo tengo, lo tengo.

Tengo el tono, tengo la voz, tengo los personajes en el lugar exacto en el que los quiero tener. Tengo aire, agua, tierra y fuego y el universo en orden, como debe ser. Los buenos son buenos, los malos son malos, las chicas son chicas y los chicos... Los chicos son espectaculares.

Tengo el odio, la lujuria, la acción, el miedo, el amor, el descubrimiento, la venganza, el sacrificio y la desesperación bullendo a mi alrededor. Dentro de mí.

Pero, sobre todo, tengo unas ganas ardientes de echarlo fuera. Esta vez sí. Todo sigue su curso natural y yo vuelvo a caer en las alas de la tentación. Los errores se pagan. Me alegro de haber pagado el mío con una novela como ésta.

Lo tengo, lo tengo, lo tengo.

Recupero la confianza en mí misma y vuelvo a nacer en esta reencarnación infernal que ya echaba de menos.

jueves, 20 de agosto de 2009

La vuelta a las cosas mismas

Acheron, Carrie Schechter

Dicen los de la fenomenología, que es una cosa tan compleja como inútil, pero que para mi desgracia me acompaña en forma de apuntes universitarios este mes de agosto, que la única forma de poner fin a nuestros problemas es mediante la vuelta a las cosas mismas, es decir, mediante la recuperación de los fenómenos auténticos que subyacen a nuestra realidad. A lo mejor no lo expresaban con esas palabras, pero seguro que Heidegger, Sartre y Ortega y Gasset me entienden igual.


Para mí, regresar al punto desde el que partí hace un año implica regresar al libro que me inspiró. Cuando leí Acheron me dije a mí misma que yo, algún día, iba a escribir algo grande. Algo tan grande como eso. Aún sueño con ello, y el destino sabe que yo apunto a la luna. Siempre.

lunes, 17 de agosto de 2009

Flor de Lis



Más allá de ser el símbolo de la ilustre (y extinta) monarquía francesa, la flor de lis es, de lejos, uno de los diseños más controvertidos y con una mayor cantidad de significados encerrados entre sus tres pétalos hilvanados. Como un arcaico yin-yang, la flor de lis abarca desde la magnificencia más esplendorosa hasta la decadencia más abyecta, y ésa es la parte de este lirio de trazos esquemáticos que más me interesa.





La flor de lis es el símbolo de los reyes, sí, pero también el de las putas, los criminales y las adúlteras. A los primeros se la pintaban en las ropas, en los muebles, en las banderas, para que tuvieran siempre presente su grandeza y su linaje. A los segundos, se la tatuaban en la piel para que nunca olvidaran quiénes eran ni qué habían hecho. La flor de lis es muestra de orgullo o estigma; pecado y redención. Siempre he querido llevar una flor de lis sobre mi cuerpo, me parece una condena justa para todos mis errores y el modo de evitar que vuelvan a repetirse. Hoy, además de en mi piel, me gustaría garabatear una flor de lis en cada página de una novela que escribí sin ilusión y con desgana. Una flor de lis en todas las escenas de ese mapa vergonzoso que me apresuré a liquidar antes de que se me echara el verano encima. Una flor de lis en este blog por los espacios vacíos que una absurda historia como ésa no pudo llenar. Una flor de lis en todos los planos y guías de Chipre, porque sus parajes no ayudaron en el desarrollo de la trama, ni sus olores me sirvieron de inspiración. Una flor de lis en los cuadros descriptivos de personajes, por haber fallado en su concepción.




Una flor de lis sobre las palabras Noche de Viernes Santo y lo que cada una de ellas significa.


Ha llegado el momento de llevar a cabo propósito de enmienda, y la flor de lis me recuerda desde el papel lo que no debo hacer. Ella me ayudará a no caer en las equivocaciones en las que yo misma me sumergí cuando inicié un proyecto inadecuado en el momento inadecuado. Sin embargo, vuelvo a luchar por recuperar la ilusión, sin saber aún cómo de agotadora será la tarea de empezar de cero y volver a planificar, analizar, investigar y narrar una historia que, espero, ésta vez sí sea la correcta. La que mi corazón realmente quiere contar.



Desvisto a Sam y a Lea, les despojo de la carga insoportable que les hizo tambalear y vuelvo a reconstruirlos, pieza a pieza. Hago las maletas y me subo en un avión que vuelve al mediterráneo pero que, en esta ocasión, se queda más cerca. Rasgo las notas y apuntes para mí misma que había hecho hasta ahora y me planto ante un folio en blanco, dispuesta a empezar otra vez como la masoquista empedernida y convencida que soy.





Ya lo decía Buesa, volver a amar es el castigo de los que amaron con exceso. Vuelvo a crear. Volveré a amar, también.






viernes, 14 de agosto de 2009

Aborto espontáneo

No sé qué fue lo que hice mal -porque una de las pocas cosas que tengo claras es que la culpa fue mía y sólo mía-, pero un día me desperté y me di cuenta de que su corazón ya no latía. No hay nada que puedas hacer entonces. Absolutamente.

Sam y Lea eran mi terapia, el tratamiento de rehabilitación que mi mente exigía tras pasar meses enganchada a Carlota y Ast. La Semana Santa llegó para expiar los pecados del Carnaval y yo no pude hacerlo. Pagué cada exceso en forma de desconcentración, falta de confianza, prisas, autoexigencias e inercia emocional. Nunca llegué a verles como algo mío, y eso que habían salido de mi cabeza. Eran -son, o al menos lo que queda de ellos es- dos desconocidos sin voz y sin calor a los que traté de desfibrilar durante un largo mes.

No lo conseguí. Los perdí.

Y ahora no sé hacia dónde voy. Si es que voy. Sólo sé que me quedé vacía. Algún día volveré a sentirme completa, lo sé. Pero no hoy.