He tardado un puñetero mes, con sus galopantes 30 días, sus ciclotímicas 720 horas y sus pulsátiles 43.200 minutos (bah, no me hagáis caso. En temporada de exámenes me da por exagerar más de lo normal) en idear, organizar y plasmar en la pantalla el mapa de Noche de Viernes Santo. He tardado tanto, de hecho, que he aburrido a las piedras, a las ratas de biblioteca, a las que no son de biblioteca pero tienen los ojos igual de rojos y, aunque parezca increíble, a mí misma. Me ha agotado más planificar esta novela que corregir Faery y Noche de Mardi Gras juntas.
Lo más cojonudo de todo es que no sé ni qué he hecho. Puede considerarse la novela de acción con más tramas, matices y complicadas interrelaciones entre personajes de la Historia. O puede considerarse la novela de personajes con más carreritas, espionaje y garrotazos de la Historia. O puede que sea, sin más, otro de mis espasmos cerebrales habituales. Yo qué sé. Sólo sé que cada vez me complico más la existencia y, de paso, se la lío parda a mis personajes.
Pero como el hombre (y la mujer, no os pongáis melindrosas que os conozco) son animales de costumbres, mi tropiezo particular está a la vuelta de la esquina y aquí me encuentro yo, deseando darle el pistoletazo de salida a la segunda historia de los Príncipes del Infierno con unas ansias que no pueden ser saludables. Me he propuesto esperar al día 2, ese día en el que la libertad universitaria llamará a mi puerta al fin pero, conociéndome, no sé si seré capaz de esperar tanto.
Bah, no me hagáis caso. Ya sabéis que en temporada de exámenes tiendo a exagerar más de la cuenta, y mañana toca Psicología de la Salud.