miércoles, 29 de abril de 2009
Yo, Lucifer (o... Miguel)
viernes, 24 de abril de 2009
jueves, 23 de abril de 2009
Feliz Día del Libro (Publicado o no) - Avance de Noche de Mardi Gras
—A partir de mañana —informó a sus guardaespaldas—, los tres redoblaréis esfuerzos. Vais a obedecer cada orden mía como si vuestra cabeza dependiera de ello. Y respecto a la chica… a partir de mañana va a recibir en pequeñas dosis lo que nunca ha tenido. Va a probar todos y cada uno de los sabores que siempre ha querido y nadie le ha ofrecido.
Así le costara el resto de su estancia en la Tierra, iba a conseguir que esa mujer se entregara a él por completo. Iba a poseer cada milímetro de su delicioso cuerpo y adueñarse de cada etérea parte de su alma.
Acababa de convertirse en algo personal.
miércoles, 22 de abril de 2009
LA CÁMARA, con mayúsculas
Llegó el día. Hace meses que me preparo para escribir esta escena, la que dio lugar a que todo el engranaje de Noche de Mardi Gras comenzara a funcionar en mi cabeza allá a finales del verano.
Cuando todo empezó, tenía claro qué no quería. No quería un nuevo Faery. Quería la antítesis de Faery. Quería una historia de amor tan potente que hiciese temblar los cimientos de la literatura. Quería sangre, sudor y lágrimas mezcladas y vertidas sobre el papel en forma de tinta. Quería ver cómo mi propio corazón era destrozado, pisoteado y magullado en el proceso.
Llevo meses poniendo pilares. Haciendo argamasa. Diseñando planos. Hoy, toca derribarlo todo.
A lo largo de este tiempo he escrito escenas con las que me he emocionado, escenas con las que he llorado, escenas con las que he reído, escenas con las que me he excitado, escenas con las que me he cabreado. Esta noche escribiré la escena en la que me rompo en pedazos.
Que alguien se encargue de recogerlos mañana, por favor.
martes, 21 de abril de 2009
Nueva patada
Fin de curso
Porque, sí, amigos, el Taller Avanzado de Novela Romántica de La Máquina China ya es pasado...
Echaré de menos esos plazos que me volvían loca, esas correcciones que me volvían más loca todavía, esas noches sin dormir ultimando detalles, esas treinta páginas malditas una vez al mes, esas esperas eternas aguardando devoluciones... Pensándolo bien, ¿seguro que lo echaré de menos? Pues, a pesar de todo, síiiiiii...
sábado, 18 de abril de 2009
Cosas que quedaron de aquel tiempo
Un miércoles por la noche, en Valladolid, hace más de cuatro años. Me dolía la garganta, muchísimo, y había pasado todo el día fuera de casa, cargada de cosas que hacer. A las diez salí de la Alianza Francesa y me derrumbé en la cocina. Ni siquiera sé lo que hice durante el trayecto desde Poniente hasta Vicente Escudero. Es probable que hablara por teléfono con mis padres, que saludara a mi novio en el bar donde curraba, que me cruzara con alguien por el camino y charláramos y que el hedor a basura acumulada de mi piso compartido me hiciera poner cara de asco, pero no me acuerdo de ninguna de esas cosas, porque mis anginas estaban tan inflamadas que la fiebre no me dejaba pensar, ni ver.
El recuerdo nítido es el siguiente: llegué a la apestosa y sucísima cocina y cogí una ensalada en lata del Dia, de ésas que traen hasta un tenedor de plástico que sirve para cualquier cosa menos para pinchar. La abrí y la volqué en un plato. Probablemente tuviera que fregarlo antes, porque los platos limpios en aquella casa nunca abundaban. Recuerdo que tenía maíz, atún, guisantes, y ya no sé qué más. El vinagre y el aceite se extendieron por la superficie como el suero de un yogur. Llevaba sin probar bocado desde las tres de la tarde, pero lo único que quería era tomarme el antibiótico, ése que ahora ya no puedo tomar porque mi cuerpo se rebela en su contra, y meterme en la cama.
Tragué con dificultad el primer bocado frío de ensalada del Dia. No era una delicatesen, pero a esas horas y en esas condiciones no estaba dispuesta a sacar la sartén. Estaba sola en casa, en esa cocina fea y bajo el pitido incesante del fluorescente en el techo. La mesa era muy estrecha, y la silla muy incómoda, pero lo único que quería era tomarme el antibiótico y meterme en la cama. Y olvidar que al día siguiente tendría que volver a levantarme y volver a soportar la pesadilla de ir a esas malditas clases, con esa maldita gente y aguantar a esos malditos profesores. Quería antibiótico, pero me hubiera inyectado barbitúricos en vena para no tener que enfrentarme a las seis horas de Expresión Gestual e Interpretación que me esperaban al día siguiente.
La ensalada fue entrando poco a poco, aunque la garganta raspaba con el vinagre y tenía que cerrar los ojos al tragar. Cuando iba por la mitad, llegaron mis compañeras de piso. Reían. Se gastaban bromas. Cotilleaban. Los ojos les brillaban de fascinación por un mundo que sólo ellas conocían.
No me dijeron hola. No me preguntaron si me encontraba bien. No entraron a verme a la cocina. Se llevaron su carrusel de hormonas y risas al salón, para continuar la fiesta, sin su aburrida y deprimida vecina.
Y recuerdo que me entraron náuseas. Me dio asco la ensalada, y quise tirarla, pero mi madre siempre hacía que me sintiera culpable cuando deseaba tirar la comida, así que los remordimientos pudieron más que la repugnancia y la dejé donde estaba. La miré un rato, sin saber qué hacer.
Quería tomarme el antibiótico y meterme en la cama, pero no podía salir de la cocina sin tropezarme con las otras. Y lo que menos quería en ese momento era tropezarme con las otras. Enfrentarme a su festival de alegría y desenfreno con mi cara de infelicidad y fracaso. Así que me quedé en la cocina. Esperé y esperé y esperé, con la frente en llamas y las anginas como puños, mientras el fluorescente seguía chirriando encima de mí.
Miraba la ensalada con ojos fijos. No sé cuánto tiempo estuve así.
Entonces me dije a mí misma: cómetela. Tienes que comértela. Aunque no te entre. Aunque la acabes potando en la papelera porque la fiebre no la tolera. Tienes que comértela. Aunque sea por hacer algo mientras esperas a que se vayan otra vez y puedas salir de la cocina. Tienes que tratar de cuidarte, aunque sea para que tu cuerpo sobreviva cuando tu alma se haya extinguido por completo.
Un mes después de eso, mi alma reventó.
Hice las maletas, despegué las fotos de la pared, vacié la taquilla de la Escuela y dejé todo atrás.
Cuatro años después, sólo puedo dar gracias por tomar esa decisión. Con lo que me costaste, capulla, y sólo me has traído cosas buenas desde entonces…
viernes, 17 de abril de 2009
Sadomasoquismo
domingo, 12 de abril de 2009
Adrienne
Ésta es, con mucho, la actualización más personal, y por tanto difícil, de cuantas he escrito. Afortunadamente, la escribo impulsada más por una necesidad de agradecimiento que por una obligación dictada por las circunstancias.
Adrienne se cruzó en mi camino hace casi cuatro años, cuando ni ella era Adrienne ni yo era Érika. Garabatée un autógrafo en su agenda y ella se abrió un hueco en mi corazón. Aunque empezamos como compañeras, nos convertimos pronto en amigas, luego en hermanas y, por último, en siamesas.
Adrienne dice que yo soy luz en su vida, pero yo creo que está equivocada. La auténtica luz es la que ella irradia. Esas mañanas lúgubres y soñolientas en la facultad no serían lo mismo sin su sonrisa, igual que no sería la misma mi vida si no estuviera en ella.
Adrienne me enseña cada día el valor de una amistad que nunca creí posible. Solamente entrega, y entrega, y entrega, sin esperar nada a cambio. Me acompaña, se preocupa, se interesa. Me ofrece el hombro incluso cuando todos los demás lo esconden, y sé que seguirá ahí cuando todos los demás se hayan ido.
Adrienne no juzga, jamás. Pero siempre tiene una valiosísima opinión en el tintero, aguardando por si quieres conocerla.
Adrienne es vía de escape, luz de luna, tijeras que cortan ataduras, alas que se despliegan.
Adrienne es mi consejera, mi correctora, mi animadora de los pompones, mi terapeuta, mi portavoz, mi fan número 1.
Podría seguir eternamente, pero ni siquiera así alcanzaría para poder decirle lo feliz que me hace tenerla a mi lado, apoyándome en los buenos y en los malos momentos, luchando por mí con la misma fuerza con que lo haría yo. Un artículo en el blog, una canción, incluso tratar de expresárselo con palabras en persona no me sirve de nada. Mi vida consiste en escribir, y es a través de la escritura el único modo que puedo llegar a agradecérselo del todo, haciendo que Adrienne también forme parte de ella.
Dentro de poco terminaré de escribir Noche de Mardi Gras, y ahí habrá una flamante dedicatoria a quien más me ha ayudado a lo largo de este año de locos. Pero, para que no quede ninguna duda, también dejo constancia en este pequeño espacio, porque Érika Gael no existiría si no tuviera a alguien como Adrienne a su lado.