viernes, 6 de marzo de 2009

Opresión (Original 20-07-2008)

A través de la molesta pluma pude comprobar que un nuevo invitado había llegado a la fiesta. Bajo las imponentes puertas dobles, la guardia del duque de Stratford se hizo a un lado. Un hombre alto, sin disfraz, se abrió camino entre la multitud eufórica, silenciándola a su paso. Los cascabeles de los bufones tintinearon; luego se detuvieron. El extraño posó su mirada sobre las joyas de las damas; éstas refulgieron. El reflejo destelló en las paredes de brocado blanco y oro y todo se fue llenando de una opacidad flemática. El burdo cordón de terciopelo se dilató y la lámpara de araña que sostenía se cernió amenazadora sobre nuestras cabezas. Pesada. Abrumadora. El techo, de pulcra escayola, descendió con avidez unos cuantos centímetros y el aire se volvió plúmbeo, irrespirable. Mis tímpanos, mi garganta, mi pecho. Vibraban con un agudo insoportable. Mis tímpanos, mi garganta, mi pecho. Se inflamaban hasta el dolor. Suelta esa maldita cosa, quise escupirle al arpista. Pero la imagen del arpa sobre la tarima de madera turbia sofocó mis palabras. Uno a uno, cayeron todos los instrumentos. No quedaban más opciones. Era el silencio el que me hería. Era el silencio el que me estaba haciendo eso.

Mi cabeza se desplomó son control hacia adelante. ¿Qué demonios me pasaba? Las velas sobrecalentaban mi nuca desde sus candelabros de plata. ¿Qué era aquello? Antes de cerrar los ojos, oí un jadeo al otro lado de la habitación. Aire. Procedía de las vidrieras, separadas por columnas de estilo clásico. Aire. Los cristales de colores temblaron y se convirtieron en un millar de astillas que sobrevoló el ambiente de gelatina. Aire. Era una agonía. Aire. Aire. Aire. La consciencia me abandonó. Justo antes de desplomarme sobre el suelo, vi que mi propio sudor se mezclaba con la sangre espesa y oscura que serpenteaba entre las baldosas de travertino.

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