viernes, 6 de marzo de 2009

Habemus Xesa (Original 3-07-2008)

NOTA: ESTO NO PERTENECE A LA NOVELA. ES UN EJERCICIO DEL TALLER PARA DESCRIBIR AL PROTAGONISTA DE LA NOVELA A TRAVÉS DE UN CUADRO.


La ansiada visita al castillo estaba resultando de lo más decepcionante. Después de estudiar Historia del Arte durante cinco años, era bastante frustrante descubrir que, lo que en primer curso me había parecido fascinante, tras la graduación no tenía otro significado que piedras frías y llenas de moho. En el mejor de los casos, podía encontrar algún que otro tapiz ajado cubriendo las paredes. Habituado como estaba a las letanías baratas de los guías turísticos, supe que en esta ocasión y por enésima vez, nada nuevo me esperaba más allá del pasillo. Por eso, me escabullí con sigilo del grupo de japoneses pegados a sus cámaras que seguían fielmente a Maite y me escondí tras la primera puerta abierta que vi. Una vez me aseguré que nadie me echaba de menos y el alboroto de los flashes se alejó, me giré para ver a qué aburrida habitación había ido a parar. Pero antes de poder inspeccionar el lugar, un retrato sobre la chimenea capturó mi atención y me obligó a acercarme con los ojos fijos en él.


Lo que más me atrajo desde el principio fueron los colores brillantes y la sensación de irrealidad que desprendía la imagen representada en él. A grandes rasgos, se podía ver a una mujer de pie, rodeada de espesa vegetación. Sin embargo, no podía afirmar que se tratase exactamente de una mujer, ya que su altura llegaba a igualar casi la de las primeras ramas de los árboles que la rodeaban, y sus extremidades eran, en cierto modo, volátiles, al igual que el vestido blanco tipo túnica que lucía y que se ajustaba a su estrecha cintura con una banda del mismo color que sus ojos: un azul tan claro que parecía trasparente, haciendo que se difuminaran los límites entre iris y córnea. Los mismos ojos que miraban directamente al espectador a través de unas pestañas tan blancas que daban la impresión de estar cubiertas de nieve. Su rostro era fino, pálido, con la barbilla puntiaguda. Pero, sin duda, lo más sorprendente del cuadro era el tono de sus cabellos. Naranja. Un naranja refulgente, chirriante, como si algún gamberro del veintiuno lo hubiese pintado con un rotulador fluorescente. Eso era, junto con sus desproporcionadas caderas, sin duda algún símbolo celta de fertilidad , lo que más desconcertaba ver desde el punto de vista técnico. Desde mi punto de vista,no obstante, lo más increíble de todo era el halo de seducción que envolvía a la criatura. Éste era tan fuerte que, por un instante, mi cordura se descontroló y pude jurar que yo ya había sentido esa aura antes, en alguna parte.

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