martes, 31 de marzo de 2009

El principio del fin. Se acerca el clarear del día.


Hay varios momentos cumbres en la creación de una novela. Escibir la primera escena erótica es uno de ellos.


Escribir la última, es el peor.


Si hay un instante clave en la historia, desde el punto de vista de su autor, es ése. La última escena erótica significa muchas cosas: se acerca el final, se complican las cosas, hay que dejar zanjados todos los sentimientos, si es que no se había hecho ya. A partir de este momento, los acontecimientos se van a complicar de tal manera que nuestros protagonistas no van a tener tiempo ni de irse a la cama. Y además significa que, a partir de este momento, todo lo que ocurra va a ocurrir por última vez.


Puede haber una pelea más, pero seguro que será la última.


Puede haber más besos, pero serán las últimos.


Puede haber una declaración, pero ésa fijo que será la última.


Puede haber más dolor, pero que no cunda el pánico porque pasará pronto y, entonces sí, será el último.


Pero pase lo que pase, ya no habrá más sexo, así que todo lo que deberían haberse dicho en la cama nuestros personajes, se lo tendrán que haber dicho ya, porque no quedan más oportunidades.


Recuerdo que, cuando escribí Faery, ya reflexioné algo parecido al respecto, y eso que la que se me venía encima entonces no era ni la mitad de dura, complicada y dolorosa que la que me acecha ahora. Esta tarde he escrito la última escena erótica de Noche de Mardi Gras, y aún no me puedo creer que ya haya llegado hasta aquí cuando vuelvo la vista atrás en el tiempo. Sólo sé que esto es el principio del fin, y que duele como el infierno. Ya siento que voy abandonando una parte de mi vida, una IMPORTANTE parte de mi vida, que se queda atrás con David y Carlota. Sólo me queda el último sprint, la parte más temida de todas, que también pasará.


Y, joder, ya los estoy echando de menos...

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